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La Trepada –

Claro, parece poco para un paseo en bicicleta. Pero la Avenida Sarmiento transcurre en una inocente planicie… sólo por dos cuadras, mientras sigue el leve curso del río.

De a poco empieza a hacerse cuesta arriba, y la pendiente va minando las reservas de energía, y la voluntad. Pero claro, uno tiene dieciséis años, y en Villa los Altos vive Alejandra, exactamente a 5964 metros del domicilio de un servidor. El cuadro era un Legnano, de aluminio, traído de Italia por un tío que aseguraba que esa bicicleta había corrido el Giro D´Italia. Dicho cuadro llevaba amarrada una cantimplora de metal y paño. Cada tanto un trago apagaba la sed y humedecía la garganta reseca. También mi bici estaba equipada con velocímetro y cuenta kilómetros, que me mostraban cuánto faltaba para llegar al chalet de Alejandra Bencíc (pronúnciese Bencich).

A medida que avanzaba, en una suerte de ordalía de amor, la dificultad aumentaba. Los Caracoles y el Cuadrado no sólo eran impiadosos por sus subidas, sino por la inestabilidad del ripio y las piedras. Y los semi tubos de mi bici eran muy buenos, pero para el asfalto.Al llegar al barrio bajé al balneario armado por los vecinos con una tajamar en el arroyo, me mojé la cabeza y me emprolijé un poco. La casa tenía sus años, pero estaba bien mantenida. Puerta de metal con vitraux, galería, habitaciones grandes y techos altos.

Desde la ventana se veía el paisaje, con nogales y moreras a orillas del arroyo. En el terreno añosos frutales proveían aroma y materia prima para los dulces caseros.

La familia -Aleksandra! Abrile al muchacho, le dice su madre.

Sophía, llevaba contabilidades de comercios locales, y su esposo Zoran, pintaba cuadros de paisajes y personajes serranos, que adornaban los salones de las familias pudientes de la Ciudad. Habían venido de muy jóvenes a la Argentina escapando de la guerra. Conocí a Alejandra en un cumpleaños de quince, y nos hicimos amigos. Pero resultó ser que en la casa había otra visita: un flaco de unos veinte años al que yo no conocía, que hablaba muy animadamente con mi pretendida. Miré el auto estacionado y pensé: bicicleta contra Fiat 1500 cupé, zapatillas Flecha contra Pampero Tenis, bermudas de sarga contra Wrangler, 1,68 contra casi 1,80. Haciendo de tripas corazón me quedé charlando con Daniel, el hermano menor de Alejandra. Le mostré la bici, le expliqué el origen de la marca, de las competencias y premios que había ganado el equipo Legnano. Mi erudición provenía de los datos que había sacado de la Enciclopedia Durban y de algunos viejos recortes de periódicos.

El pibe se admiró del velocímetro y del dínamo que alimentaba los faroles. -Pero ¿por qué no tiene cambios? Ya tenía yo preparada la elegante respuesta: -Aquí están, señalando mis gemelos, endurecidos por la trepada. La mamá de Alejandra nos trajo unos sanguchitos de salame de la Colonia con queso de campo. Afortunadamente estaba solo con Daniel, así que en medio de un silencio cómplice dimos cuenta de las viandas en pocos segundos. Hubiera resultado bochornoso mostrar un hambre de lobos frente a mi amada.El momento El peligroso sujeto resultó ser su primo, que venía a despedirse. Se iba a estudiar a Bariloche. Cuando pude hablar libremente con Alejandra le conté que venía con el mensaje de un amigo que estaba enamorado de ella. Su entusiasmo me disgustó un poco. Le dije que mi amigo era ubicuo y fugaz al mismo tiempo, pero que si aceptaba mi invitación a un picnic al Pozo Verde, y si el agua estaba calma seguramente lo podría ver. Se hizo la que no entendía, pero pidió permiso a sus padres para ir al paseo el sábado siguiente, otorgado con la condición de ser acompañada por su hermanito. Ningún problema, pensé, lo llevo a Josecito, mi hermano de doce y los pongo a pescar mojarritas. Mientras tanto, avanzo con Alejandra.La vuelta, ya casi noche, no pudo ser mejor.Venía exultante, derrapando en las curvas cuesta abajo. En la Av. Sarmiento, de tierra, el velocímetro marcó 45 km/h mientras la ruedita estriada del dínamo giraba enloquecida contra la cubierta delantera. Se hizo noche cerrada y la bici iluminaba la calle a giorno, algunos perros bravos me corrieron sin poder darme alcance.

Demás está decir que las 48 horas que mediaban desde ese jueves hasta el sábado se hicieron de chicle, y por la noche mi imaginación volaba como mi bici. Tal vez algún día les cuente lo que pasó ese sábado en el Pozo Verde…