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Por Gabriel Solano / Prensa Obrera.- A primera vista puede resultar paradójico que el pedido de condena contra Cristina Fernández de Kirchner se produzca en momentos donde la grieta se estaba cerrando. Es que el ajuste que tanto reclamaba la oposición macrista estaba siendo asumido integralmente por el gobierno. Sergio Massa, un agente de la embajada yanqui y de grandes corporaciones capitalistas vinculadas a la energía, la obra pública, la minería y el sector financiero, fue ungido para ello como superministro, acaparando una buena parte del poder político. El aval de la vicepresidenta no se hizo esperar y se extendió incluso al viceministro Rubinstein, quien la había denigrado en las redes sociales acusándola de corrupta. A los que la tildaban de rencorosa Cristina Fernández de Kirchner les demostró que por sobre todas las cosas es una mujer de Estado. Mostrándose como estadista también avaló los tarifazos que superaron largamente los diseñados por el exministro Guzmán y los recortes presupuestarios aplicados a las partidas de salud, educación y vivienda. Más, digamos, no se le podía pedir.

El clima de unidad fue visto antes que nadie por el activo embajador yanqui en la Argentina, el texano Marc Stanley. En una reunión realizada en el Hotel Alvear se animó a corregir a Horacio Rodríguez Larreta, que planteó un gobierno de coalición para después del 2023. La orden que bajó fue distinta: hagan la coalición ahora, con este gobierno. Rápido de reflejos la propuesta no solo fue avalada por Sergio Massa sino también por el camporista Wado de Pedro, que es el hombre que usa la vicepresidenta para sus acuerdos con el círculo rojo local e internacional. La bajada de línea del embajador tiene un sentido muy preciso: para que el ajuste no derive en un estallido social es necesario que la oposición se comprometa hasta el final. Sergio Massa lo entendió mejor que nadie cuando dijo que su objetivo prioritario era garantizar la gobernabilidad.

La mezquindad que suele endilgársele a la vicepresidenta fue ahora la característica que distinguió a la oposición macrista. Las razones se entienden, no vaya a ser que de tanto ajuste y giro a la derecha el Frente de Todos termine disputándole el respaldo de las principales corporaciones empresariales y de los Estados imperialistas, empezando por los propios EE.UU. Alberto Fernández, desahuciado como está, será recibido por Biden y lo más probable es que consiga el apoyo para que el FMI haga la vista gorda al incumplimiento de las metas fijadas. El temor a que este clima de unidad se extienda llevó a Carrió a denunciar a sus aliados de Juntos por el Cambio como socios de Massa. Para dinamitar todos los puentes llegó al extremo de acusar a Vidal y Ritondo como encubridores de los narcotraficantes que actúan en la zona norte del Conurbano, denuncia que fue ratificada por la jueza Arroyo Salgado, la exesposa del fiscal Nisman.

La oposición macrista, que veía cómo el programa del ajuste era asumido por el Frente de Todos, necesitaba imperiosamente una bandera para mantener una delimitación con el gobierno. El juicio contra Cristina Fernández de Kirchner tenía y tiene esa función. La virulencia verbal y las denuncias cruzadas se fueron acentuando en relación inversa a que tienden a atenuarse las divergencias en el terreno económico. Estamos ante lo que los psicólogos llaman “narcisismo de las pequeñas diferencias”, que refiere al odio y la venganza creciente para aquellos que se parecen más a nosotros.

Cristina Kirchner entendió el juego mejor que nadie. En su respuesta a las acusaciones de la fiscalía mostró que si para adelante no hay tantas divergencias, para atrás tampoco. ¿O acaso su secretario de Obras Públicas José López, que fue atrapado infraganti mientras revoleaba dólares en un convento, no tenía chats que revelaban una amistad directa con Nicolás Caputo, el amigo de la vida de Mauricio Macri? ¿O no ocurría también que el propio Néstor Kirchner se reunía con Magnetto en la Quinta de Olivos y arreglaba firmarle la fusión de Cablevisión y Multicanal, que amplió a una escala muy superior la esfera de negocios del Grupo Clarín? A los que se sorprendían ante tales revelaciones, Cristina Fernández de Kirchner les dijo “en Argentina las cosas funcionan así”. Así, después de tanto acusar a PO y al FIT porque supuestamente decíamos “son lo mismo”, la vicepresidenta se despachó con un “somos lo mismo”.

Lo visto hasta acá muestra lo ocioso que es abordar esta situación desde los tecnicismos legales y los procedimientos penales. La propia vicepresidenta, que además fue dos veces presidenta, describió al propio Estado como un nido de conspiraciones y negociados a costa del pueblo. No se tomó siquiera el trabajo de explicar cómo esos negociados no la salpican a ella, siendo que los De Vido, los Boudou, los Jaime, los Schiavi, los José López eran sus funcionarios, algunos de muy alto grado y de mucha cercanía. La única defensa es “ustedes también lo hicieron”.

Esta conclusión deja en offside a los que como en la dirección de la CGT, la CTA y otros dicen “con Cristina no se jode” y amenazan con movilizarse en su defensa. ¿No será mejor acaso que se movilicen para enfrentar el ajuste que la vicepresidenta avala plenamente y le hace pagar integralmente al pueblo trabajador? Quizás, claro, sea pedir peras al olmo, o quizás sea que ellos defienden sus propios negociados.

Varios partidos y dirigentes de izquierda también deben sentirse interpelados. Sus afirmaciones de que “no se pudo probar un vínculo directo de Cristina Kirchner con los hechos” (LID, 22/8) representa una concesión gigantesca y gratuita a CFK y a los responsables de la masacre de Once y a los que ampararon a las mafias ferroviarias que asesinaron a nuestro compañero Mariano Ferreyra. Si de lo que se trata es de rechazar proscripciones alcanzaría con adoptar la posición del Partido Obrero, que señaló sin eufemismos ni medias tintas que nos oponemos a todo fallo que derive en medidas proscriptivas, no porque consideremos inocentes u honestos a los ahora juzgados, sino por el simple motivo de que se deja afuera a otros que son tan o más corruptos y que militan en la oposición macrista o son propietarios de grandes corporaciones empresariales.

Por último, nadie puede pasar por alto que hasta un eventual fallo proscriptivo puede convertirse en un bloqueo a la superación del peronismo por los trabajadores, un proceso que está en marcha de una manera clara y nítida. No queremos que los victimarios se victimicen. O dicho en clave futbolística dada la cercanía del Mundial de Qatar: preferimos ganar los partidos en la cancha