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No había que ganar la guerra de Malvinas porque ello significaría la derrota moral y política del pueblo argentino. Decir esto en plena ebullición patriótica, mientras la Junta Militar vitoreaba el «Estamos ganando» y la intelectualidad crítica se disolvía en un apoyo a la guerra, era por lo menos osado. León Rozitchner escribía poseído el libro «Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia». Era necesario disputar sentido mientras se consumaba otra tragedia social que vendría con una guerra imposible de ganar al mando de una Dictadura que antes había masacrado a los jóvenes en la tortura y que ahora llamaba a esos mismos jóvenes a morir por la «Patria». Hoy Malvinas sigue incomodando. Cuando en 2007 se cumplían 25 años de la guerra, Rozitchner escribió una nota titulada «Una complicidad de muerte que se mantiene en silencio». En ella preguntaba: “¿algún día los argentinos asumirán la responsabilidad que la inocencia hipócrita y dolorosa encubre?”. A 40 años, conversamos con Diego Sztulwark sobre la relevancia de aquel texto. Por Federico Hauscarriaga para ANRed.


Colgada en el garaje de casa había una foto de la guerra, amarillenta, enmarcada en un pedazo de madera. Era una imagen de la revista Gente y mostraba a un comando argentino llevando prisioneros a la guardia del gobernador de las Falkland. El soldado recio, camuflado, protegido con chaleco y un arma de asalto contrastaba con las imágenes que circularon tras la derrota: soldados tiritando de frío, mal alimentados. Apenas aferrados a un fusil. Las conversaciones familiares que se daban sobre Malvinas también chocaban con esa imagen de robustez. «Milicos de mierda, mandaron a los pibes al muere». En una de esas charlas, mis viejos confesaron haber ido extasiados a la Plaza de Mayo cuando Galtieri habló desde el mítico balcón de la Rosada a ocho días del desembarco.  Me decían, como justificándose, que muchos en el barrio habían ido en una algarabía que parecía futbolera. Siempre hubo una incomodidad en tratar el tema cuando salíamos de las simples anécdotas. Ese recuerdo revivió cuando leí el prólogo de Los Pichiciegos, del escritor Rodolfo Fogwill. Hay una anécdota que cuenta sobre la madre, ante el hundimiento del buque Sheffield, que luego lo impulsó a escribir la novela:

«Ni la imagen de decenas de ingleses violetas flotando congelados, que de alguna manera me alegraba, pudo atenuar el espanto que me provocaba el veneno mediático inoculado a mi familia. Entonces subí a mi pocilga, escribí la frase ‘mamá hoy hundió un barco’ […] cargué una nueva hoja en la máquina de escribir y doce horas después empezó a amanecer, y había completado la mitad del relato».

Estas historias familiares se repiten y cuesta encontrar excepciones en aquellos días de iniciado el conflicto. Es difícil imaginar en aquellos tiempos pronunciarse en contra de semejante triunfalismo arrasador. Fogwill escribió compulsivamente su novela en esta atmósfera, asfixiante por cierto. No había lugar para desertores escondidos, esperando que termine aquella guerra inimaginable al mando de una Junta Militar que había aterrorizado a la sociedad y que hasta ayer había masacrado en los centros de tortura.

Hubo voces que repudiaron el «Proceso» pero se entusiasmaron con la recuperación de las islas. Solo un puñado se animó a hablar en contra cuando todavía no había un desenlace claro de la aventura militar. Este fue el caso de León Rozitchner, quien desde el exilio observó conmovido como aquella marea no solo arrastraba a las masas sino también a sus propios colegas. Casi todo el espectro de la izquierda alentó la «recuperación» de las islas en «manos del imperialismo». Dominaba la ilusión que la guerra se desenvolviera en un aspecto anti-colonial. Por ello, el escrito de Rozitchner –«Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia»- fue una botella lanzada a las turbulencias del mar que apenas dejaba ver. El filósofo estaba en contra de la guerra y situaba a la Junta Militar como el enemigo principal. ¿Qué consecuencias puede traer un eventual éxito militar de una dictadura que ensaya su soberanía saliendo a «recuperar las islas» mientras entrega la patria, el territorio, los cuerpos?, se preguntaba. Como dice el título, la guerra «limpia» de Malvinas fue la prolongación de la guerra interior «sucia». Guerra contra «los obreros, contra los estudiantes», que ahora convocaba Galtieri en la Plaza para luchar contra el invasor. Ambas guerras tuvieron la misma lógica de impunidad. Comprender el proceso político y tomar posición adelantará la tragedia social. Rozitchner explicaba que una victoria militar (a pesar de su imposibilidad predecible) significaba la salvación de la Junta Militar y detrás de ello la derrota «del poder moral, político y económico del pueblo argentino».

Años después, en una nota para Página 12, León recordará que el mismo abril que la Junta desembarcaba en Malvinas, el ministro de Obras y Servicios públicos, el ingeniero Sergio Martín, elevaba a la Presidencia de la Nación los proyectos para privatizar todas las empresas dependientes de su cartera: «YPF, Gas del Estado, Yacimientos Carboníferos Fiscales, Química Río Tercero, Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), Ferrocarriles Argentinos, Aerolíneas Argentinas, Empresa Nacional de Correos y Telégrafos, Obras Sanitarias de la Nación, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (Segba), Agua y Energía Eléctrica, ATC Argentina Televisora Color Canal 7, Hidroeléctrica Nordpatagónica (Hidronor S.A.)». Rozitchner escribía: «Somos argentinos porque nuestro cuerpo colectivo abarca la materia viva de lo que llamamos patria. La común pertenencia a su geografía define nuestro ser argentinos. Pero la tierra es nuestra y al mismo tiempo no es nuestra: esta contradicción define a la Nación y a la Patria. Simbólicamente todos somos argentinos mientras nos reconocemos en la bandera, el escudo, en el himno, en sus héroes o en sus leyes. Pero ¿qué pasa con la geografía, cuya materialidad viva fue convertida en propiedad privada de ellos, pero sólo en nuestra cuando sus dueños nos mandan a morir por la patria? A la tierra patria sólo se la recupera muriendo, no compartiéndola. Y así en las Malvinas. Los argentinos aceptaron mandar a sus hijos a morir por una patria en el momento mismo en que la entregaban: cuando recordando las islas idealizadas de la escuela primaria alcanzaron la posesión terrenal alucinada más tonta, fetichista y abstracta». (ver)

En el escrito de Rozitchner resuena la incomodidad actual para volver a un análisis que permanece detenido en el tiempo. El autor se preguntaba: «¿Algún día los argentinos asumirán la responsabilidad que la inocencia hipócrita y dolorosa encubre? Esta Argentina despojada, que relojea el mundo mientras cree que está viva, poblada de almas muertas y de cuerpos difuntos, es el resultado de aquella unidad siniestra, pacto mortal que todavía no pudo ser desanudado entre nosotros».

Para abordar la relevancia del texto de Rozitchner en esos momentos convulsionados, conversamos con un conocedor de su obra, el politólogo Diego Sztulwark, quien actualmente se encuentra elaborando un libro sobre el autor y ha realizado varios textos incluyendo una serie de entrevistas a León muy recomendables.

Diego Sztulwark: Lo primero que tenemos que tener en cuenta es el momento en el que es escrito este libro que es entre el 2 abril y el 10 de junio de 1982. Está escrito cuando todavía no sabemos los resultados de los hechos. Entonces, tiene una intensidad muy especial. Me han contado personas que compartieron el exilio en Caracas con León sobre el estado de posesión con el que escribía. Es un libro escrito intenso, escrito en pocos días. En esto es similar a Los Pichiciegos también escrito durante la guerra. Son libros que tienen un tipo de interioridad con la coyuntura. Una conexión con lo que está ocurriendo que los distingue con estudios posteriores con respecto a algo que es un hecho histórico ya acabado con el fin de la guerra. Es un ensayo vivo que busca incidir, no sobre el resultado de la guerra, claro, sino en el sentido de producir un sentido.

Es un libro que impugna, que denuncia, que quiere pensar a fondo la pretensión de que no habría una razón necesaria entre el terrorismo de Estado y una guerra que se presenta como anti-colonial. Hay que recordar que no solo fue la explosión de apoyo a la guerra sino que muchos sectores del pensamiento crítico, intelectuales y también de izquierda llamaron a apoyar la guerra con distintos matices y argumentos, anunciando que esa guerra podía desencadenar mecánicas internas positivas. Sobre todo hay un documento escrito por el Grupo de Discusión de México -firmado por notables intelectuales de izquierda, como el admirado José Aricó, otros como Portantiero y García Canclini- que da un aval  y Rozitchner discute contra esa manera de pensar y de ahí surge la frase escandalosa del libro: «Deseo que las Fuerzas Armadas Argentinas sean derrotadas en esta guerra», que no debe ser confundido con ningún tipo de deseo a favor de los ingleses sino que es una frase que surge a partir de que el enemigo principal es la Junta Militar.

La segunda pertinencia es el método de pensamiento que lo podemos ver en vivo y que es un modo de pensar la guerra sobre la relación de la política y la guerra, que es uno de los grandes temas que estudia Rozitchner. Como ambas se prolongan, una de la otra a partir del pensamiento de Clausewitz  que León estudió en el exilio y ahí es donde puede decir a sus colegas intelectuales críticos que avalan la guerra que están suprimiendo su propio deseo, están suprimiendo el hecho que esta guerra está desarrollada por sus propios enemigos que los asesinaron. Este es un punto fundamental.

-¿Qué idea contrapone Rozitchner a lo que llaman «Patria»?

-Rozitchner habla de Nación que es una diferencia muy importante. León pensaba (y esto quizá tendría que ir en la respuesta anterior) que escribir durante el lapso de la guerra tiene suma importancia, porque durante la guerra y en la medida en que las personas ponen en juego la vida y su sobrevivencia son momentos privilegiados para verificar cómo piensan realmente los cuerpos, las personas, las clases sociales, los grupos humanos. Entonces poder ver allí cómo se piensa y poner en juego el propio pensamiento para León tiene un valor cognitivo especial. La guerra sería aquella practica más exigente para discursos epistemológicos. Es decir, cuando vos das una clase en una cátedra, ¿qué se pone en juego? La cantidad de alumnos que tenés. Pero cuando haces un discurso político en una situación de guerra se pone en juego la sobrevivencia. Entonces la exigencia sobre el pensamiento es mayor. Esto es fundamental para entender el concepto de Nación que no es una discusión sencilla.

Esta discusión involucra a las clases dominantes, a las derechas, a la Junta Militar y lo que plantea es una especie de coherencia espiritual y material que se daría en el hecho que en la Nación o la Patria se confirman las actuales relaciones de propiedad y producción. Entonces, toda la estructura colonial, la estructura imperial que se apropió de la tierra, de los bienes y de lo producido por la acaparación de los cuerpos, todo eso está bajo la forma de un sistema de expropiación llamado Patria.

Rozitchner cuestiona todo pensamiento que no se haga cargo de que el contenido material, real, histórico de la Nación es justamente aquel que articula a las personas con la naturaleza, la tierra y las personas con sus capacidades productivas. Acá hay una discusión muy importante: ¿Qué se pone en juego en Malvinas? Cuando las Juntas desembarcan en Malvinas y producen un acto de declarar la guerra a una potencia como Inglaterra, Rozitchner dice: «entonces qué pasa con las propiedades británicas, europeas y norteamericanas en este territorio». Si hubiera expropiación de esas tierras y bienes al servicio de una resistencia popular esa guerra, hubiera sido más creíble. Entonces es una guerra que respeta toda estructura de propiedad. Es una guerra que nunca puede ser anti-colonial.

Rozitchner dice que no puede ser una guerra anti-colonial si los pibes y las pibas que son más sensibles a las batallas emancipatorias, sus cuerpos estén siendo destruidos en la ESMA y en Campo de Mayo. Entonces con la tierra y con los cuerpos sucede lo mismo: se está destruyendo, privatizando y enajenando y esa materialidad (cuerpo y territorio) es el único fundamento para una soberanía diferente. León va a decir: al principio de soberanía de las FFAA hay que oponerle a las Madres de Plaza de Mayo que son la fuerza que dentro del territorio argentino expresan este principio de soberanía fundada en el cuidado de los cuerpos. Esta idea no tiene ni punto de comparación con el patrioterismo de los militares ni con los que llaman a consensos vacíos de «unidad nacional» sin cuestionar las estructuras de explotación.

-¿Cómo ves este «pacto siniestro» de «complicidad» del que habla León sobre el apoyo social a la guerra de Malvinas? Y, ¿cómo ves hoy la vinculación con el surgimiento de los nacionalismos, agitado con la actual guerra en Ucrania?

Hay que tener en cuenta aquí el punto ciego de la crítica y entender por teoría critica a la intelectualidad de izquierda en el sentido más amplio posible: militantes, escritores, dirigentes, partidos, sindicatos, etc. Cuando la izquierda apoya la guerra es un problema. Una cosa es cuando es el pueblo que la apoye, manipulado por el terror o por los medios, etc; podría ser comprendido. Pero los intelectuales de izquierda no. Porque al apoyar la guerra utilizan un aparato de argumentación y este es el que se demuestra inoperante y como un gran problema para la eficacia política. Entonces León dice que Malvinas al no poder pensarse críticamente y mostrarse que esta guerra «limpia» es la continuidad de la guerra «sucia» lo que queda es una legitimidad total y una complicidad del modo de pensar de las izquierdas que es carente de eficacia política. Es inapto para pensar la historicidad de los procesos sociales y transformarlos. Esto está de fondo cuando León dice que Malvinas quedó como algo congelado, como algo deshistorizado. Como la izquierda no supo pensar, queda disponible para el patrioterismo y que aquello que las izquierdas no saben pensar críticamente son los fragmentos de la historia sobre los que las derechas se hacen fuertes.

Con respecto a lo que sucede hoy con los nacionalismos, podemos decir que los alineamientos que algunos están haciendo con respecto a Ucrania en el sentido que allí se juega alguna idea de libertad tipo occidental o, por el otro lado, quienes encuentran en Putin de Rusia algún eco de la vieja Unión Soviética y no ver que allí está más bien lo que liquidó a la Unión Soviética y lo que pudiera quedar en el horizonte socialista,  están totalmente despojados del problema de la lucha de clases, de los planteos materiales y desigualdades. Este sería un momento de malvinización global donde la misma incapacidad, los argumentos de historia y los fragmentos humanos y territoriales a una compresión crítica.

Hoy hay un problema con lo que podríamos llamar la potencia. La capacidad de hacer y pensar. Una capacidad de transformar sobre el cierre del ciclo de revoluciones del Siglo XX, sobre todo las socialistas y las anti-coloniales de liberación nacional. La idea que la acción colectiva puede transformar algo entró en una zona de desprestigios muy fuertes y toda la idea de acción pasó a ser reconstituida por el eje capitalista. Actuar significa actuar en el régimen de visibilidad del mercado. Entonces tengo la impresión que lo que estamos viendo como nuevos nacionalismos o heroísmos  militares tienen que ver con una idea de un retorno del cuerpo, con un retorno a la acción, con un retorno a todas aquellas propiedades de las que hemos sido despiojados pero de una vuelta ultra-fascista y reaccionaria. Es como la aparición de los derrotados. Es una vuelta humillante. Son formas de poner el cuerpo abominables. Hay sectores del feminismos y DDHH y algunos sectores del trabajo y anti-racistas que buscan elaborar qué significa el cuerpo en estos momentos, que es la potencia de  transformar. Cuestiones que hoy están muy agredidas y en donde la lucha de clases hoy pareciera pasar por ahí y esto también se lo preguntaba Rozitchner, que es la materialidad de los cuerpos y la tierra, que es un lugar donde la resistencia puede ser efectiva.