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En la China Antigua, la sabiduría popular invocaba tres “maldiciones” que hoy despertarían nuestro asombro. Tres cosas les deseaban los chinos a sus enemigos: ellos les decían, “ojalá te toque vivir en tiempos interesantes”, “ojalá tu nombre llegue a ser conocido por gente importante” (algunos lo traducen como “ojalá tu nombre llegue a oídos de las autoridades”) y “ojalá se cumplan todos tus deseos… todos”.

Vorágine, fama y éxito (o poder) son tres palabras que podrían resumir el resultado de tales “maldiciones” y que encuentran a gran parte de las personas, en la sociedad moderna (principalmente en occidente, pero no solamente) en una loca carrera por alcanzarlas.

En la China Antigua creían que el sentido de la vida era la superación espiritual que se lograba, principalmente, a través del autoconocimiento, por las vías de la meditación y la disciplina; entonces, todo aquello que alejara a la persona de la senda de su propia realización y la sumiera en la “confusión del mundo” (otra expresión propia de la filosofía taoísta) la alejaba del camino de la armonía con el universo. He ahí el fundamento de las tres “maldiciones”.

Los “tiempos interesantes” nos distraen, nos enajenan; la “gente importante”, nos obnubila, nos extravía de nuestros verdaderos orígenes y nuestros “deseos” nos vuelven insaciables, alejándonos de lo esencial.

No sé qué les habremos hecho a los chinos en nuestras vidas pasadas, pero ¡Vaya! Que nos ha tocado vivir en “tiempos interesantes”, donde generaciones enteras no han conocido otra cosa que la vorágine, han crecido a la sombra de la falta de tiempo de sus adultos referentes, se “miden” con sus pares por la fama frívola que circula en redes sociales y sus deseos (se cumplan o no se cumplan) son primordialmente materiales.

La violencia y las nuevas enfermedades pandémicas son consecuencias indeseadas pero, de alguna manera, previsibles de esos “tiempos interesantes” que nos encuentran cargando nuestras frustraciones existenciales adultas (sobre todo a través de enojos y destratos) sobre niños, niñas y adolescentes que lejos de ser protegidxs, contenidxs y escuchadxs, buscan comprender la realidad de un mundo incomprensible, con las herramientas que tienen porque no conocieron otro mundo que este, tan alienado…

Si hasta acá lo dicho parece una reflexión filosófica en abstracto, acudo prontamente a darle un contexto político concreto. Fue una semana en la cual, tanto a nivel nacional como local, vimos expresiones de violencia institucional erguirse henchidas y regodeadas por la impunidad del poder real. Nombres anónimos de pibes y pibas que con mala suerte “llegaron a oídos” de las autoridades, en cuyas manos perecieron sus cuerpos y cuyos sufrimientos o destratos quedan impunes o cuasi-impunes. Esa impunidad aloja un mensaje explícito para las nuevas generaciones, que nos acerca peligrosamente a nuestra peor versión como sociedad, la de los “tiempos interesantes”.

En ese contexto -nada menos que en ese contexto- algunas autoridades salieron a reclamar públicamente un régimen penal juvenil nuevo (no para mejorar el actual que es herencia de la dictadura) sino porque “los delincuentes son cada vez más jóvenes”, ergo: bajar la edad de punibilidad; como si la cárcel lograra que alguien salga de allí convertido en “buena persona”. ¿Será el sistema carcelario la “mejor idea” que como adultos tenemos para pensar la “inclusión” de pibes y pibas en contextos de extrema vulnerabilidad – vulneración? Dejemos esto como introducción para adentrarnos, en nuestra próxima oportunidad, en la distinción entre “punibilidad” e “imputabilidad”.

Como “broche” de esta semana violenta en “tiempos interesantes”, un policía mata a su pareja y otro a su hija, ambos en contextos de violencia de género, consecuencias indeseadas pero tristemente previsibles, de una sociedad que premia con impunidad la violencia con uniforme, de la misma forma que lo hace con la violencia machista.