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Es un llamado telefónico, una voz cargada de angustia y bronca. Una persona que conoció a Marcelo Sebastián García, un hombre de 28 años, sargento de la Policía Bonaerense, que perdió su vida ante ese enemigo invisible. Y es precisamente lo invisibilizado lo que promueve dar a conocer las circunstancias que rodean la muerte de un joven que prestaba servicios en la Comisaría 7ª de La Reja.

El día 16 de abril, Sebastián presenta síntomas compatibles con el Covid. Informa al superior y nadie de la jerarquía hace el acompañamiento. En soledad, con un cuadro que fue agravándose, debió junto a su familia afrontar la atención inadecuada que toca la línea del abandono. El 17 de abril, por insistencia de su familia, es hisopado en el Hospital Modular de Cuartel V. Su resultado nunca fue entregado. Sebastián luchó contra los efectos de la enfermedad, fiebre alta, vómitos, tos, mientras IOMA nunca brindó una respuesta.

El 21 de abril, en un acto casi desesperado, llevan al joven integrante de la Policía Bonaerense a la Clínica Alcorta. Siempre es la familia que intenta soluciones, respuestas básicas y mínimas. La institución policial siempre ausente, lejos de su integrante, sin síntomas de camaradería.

Quedó tirado en la guardia de la Clínica, tras ser nuevamente hisopado. Las horas se hicieron largas y lo que algunos /as llaman colapso se tradujo en muerte, tal vez evitable, si las intervenciones hubiesen sido humanas y sostenidas.

Sebastián García tenía 28 años de edad. Como se escribe en los muros de la comunicación moderna, «no murió por Covid sino porque no lo quisieron atender a tiempo». No es un número estadístico, es la historia de un hombre y el dolor que atraviesa a su familia que se pregunta por qué.