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“…a los quince años, no se sabe más.”Palabras de amor, Joan Manuel Serrat.

Ese sábado, a eso de las dos de la tarde estaba todo dispuesto para la bicicleteada: Daniel y Josecito con algo pesaditas bicis rodado 26, Alejandra con una bonita bicicleta de dama con canastito adelante, y yo, que corria con ventaja con mi Legnano de media carrera. Zorán me miró por sobre sus anteojos de marco grueso, y dijo, afectuoso y severo a la vez:

-Cuidala. ¿O dijo cuidámela? Se notó cómo mi nuez se levantaba al tragar saliva, pero me compuse y dije, -Por supuesto.

El camino fue liviano, en algunos tramos me ponía a la par de Alejandra y le tomaba la mano, en una elemental acrobacia ciclística no exenta de romanticismo. Los pibitos estaban en la suya, hablando de fútbol y de autos, mientras jugaban carreras.En un momento comenzamos un nada recomendable juego de hacer por turno doce pedaleadas con los ojos cerrados. Más a la izquierda, más a la derecha, indicaba el que veía. La aparición de frente de un colectivo de La Quebrada interrumpió el juego. Con algunas provisiones y una gaseosa comprada en el camino llegamos al Pozo Verde. En su fondo oscuro, cavado por la cascada en miles de años, se escondían secretos. Se contaba de gente que se hundió y no salió nunca más, atrapada por el remanso de su profundidad. Dicen que a veces se asomaba un cuerpo, con ojos fulgurantes, que no se había degradado. Mientras los párvulos jugaban a rebotar piedras sobre la superficie del agua, yo invité a Alejandra a caminar. A un kilómetro río arriba había una pequeña olla. Nos bañamos y jugamos a ver quién aguantaba más tiempo bajo el agua. La atrapé varias veces desde el fondo, pero se escurría como un pez. -¡Vieja del agua! Le dije y la tomé por la cintura para besarla.

-¿Vas a besar a una vieja del agua? Me devolvió un beso cortito, se puso las zapatillas y dijo:

-Quiero ver el paisaje. La subida era empinada y escarpada. Una iguana seguía con sus ojos malignos nuestros movimientos. Yo pensaba, ¿y si es como dice mi tío Alberto, que cuando dicen no, es sí? Me contestó que no es no. Yo pensé, no es negativo, negativo por negativo es positivo. Mucho pensar y poco actuar, me dije. Cuando elijan el boludo del año salgo segundo…

Ella como si nada, aunque seguramente sentiría la prohibición, las gafas del padre contra la nuca.

¿Estás cansada? Le pregunté. Su amor propio pudo más, y seguimos hasta que el río se hizo chiquito.

El tiempo engaña en las sierras. El calor y el sol pleno mutan en minutos en sombra y frío. Decidimos volver. Es fácil subir, pero difícil bajar. Arrastrándonos, haciendo culipatín, agarrándonos de piedras y espinillos fuimos llegando casi al final. Pero, si algo puede empeorar, ya se sabe. Alejandra pisó mal, y no podía seguir. ¿Se fracturó o se esguinzó? En ambos casos el panorama era sombrío: ya el sol se estaba ocultando y estábamos a más de un kilómetro del Pozo Verde.

Comenzamos así un Vía Crucis pagano, con frecuentes estaciones. Se tomó de mi hombro y me rodeó el cuello para no caer. No podía evitar el roce de su pierna suave con mi rodilla huesuda. Un ambiguo sentimiento me invadía, sus gemidos me apenaban y a la vez me derretían. En la segunda parada la besé. En la tercera, de nuevo, aunque debo admitirlo, con más pasión.

¿Te querés aprovechar de mí?

Me ofendió. No le respondí.

Caminamos en silencio el resto del trayecto. Al llegar su hermano Daniel esperaba de los más enculado. Mi hermano Josecito, preocupado. -Buscalo a Salvador, le dije. (El almacenero más cercano en la Quebrada)- Decile que traemos un herido. Dramaticé.. Amuchados en la caja de su camioneta, junto con las bicis volvimos a la Villa.

Alejandra viajaba en la cabina. ¿¡Qué m… pasó!? Dijo Zóran, el padre, con indisimulable furia.

Yo no sabía dónde meterme. ¡Basta Zóran! Lo reconvino Sophía. A ver hijita, no, no es nada grave, agregó. Salvador se portó, cargamos de vuelta las bicis y nos trajo a casa. No aceptó dinero de mi padre, así que el lunes le llevamos un cartón de Benson.

Tardé en dormirme, miraba al techo y veía a Alejandra. Pero de vez en cuando, en lo mejor del sueño, se aparecía el padre y me despertaba sobresaltado. La visité al día siguiente. Estaba mejor y Zoran no parecía tan disgustado.

Ese día supe que estaba enamorado.También supe que no iba a ser fácil.