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Por Augusto Dorado.- La visibilidad que le da la Copa del Mundo a esta nación de la península arábiga permitió cuestionar parcialmente a su régimen en algunos aspectos. Pero ¿cuál es el verdadero sostén del poder en Qatar?

El Mundial de fútbol de 2022 organizado por la FIFA quedará en la historia como uno de los que más discusiones generó hasta el momento en relación al país que oficia como sede del evento. Se instaló en el imaginario de millones de personas que Qatar es un país (algo que también logró el Mundial de FIFA, ubicarlo para millones de personas en el mapa) en el que no se respetan “los Derechos Humanos”, formulación algo abstracta dentro de la que quedó la idea de que es una nación especialmente opresora de las personas LGTBIQ+, también de las mujeres que sufren numerosas imposiciones que las relegan a un rol secundario, y además que para el desarrollo de las obras de modernización e infraestructura necesarias para recibir a las 32 selecciones participantes de este evento, fallecieron alrededor de 6.500 trabajadores, mayormente migrantes sin derechos laborales.

Contradictoriamente, Qatar logró reconocimiento internacional -que es lo que buscaba su familia gobernante, embarcada desde la asunción del padre del actual emir en lo que se da en llamar “sportwashing”, es decir proyectar una buena imagen hacia el mundo a partir del deporte- pero también esa exposición valió que se instalen estas ideas sobre la vida en este país de la península arábiga. Los medios de diversos países europeos pusieron el foco en estos problemas, incluso el número de los 6.500 fallecidos quedó en el imaginario como la cantidad de víctimas que provocaron los preparativos del Mundial a partir de una publicación del diario inglés The Guardian (aunque en realidad hilando fino es un número que apunta a migrantes fallecidos a partir de la designación en 2010 de Qatar como sede del Mundial). Sin embargo, la génesis de Qatar y de su régimen político no está tan popularizada. ¿De dónde salió Qatar y porqué está regida por esas leyes? ¿Cuál es su relación actual con Europa y Estados Unidos? Si comenzamos a indagar en estas cuestiones, fácilmente aparece la huella del imperialismo.

Lo que actualmente es Qatar era una región alejada del centro del reino de Arabia Saudita, una especie de provincia olvidada en la que recalaban piratas y comerciantes, hasta que, en 1868 en acuerdo con la monarquía británica, un ancestro de la actual familia gobernante, Mohammed bin Thani, asumió como mandatario de un territorio reconocido como autónomo. En su puja por ganar terreno en una región asolada por el Imperio Otomano, es la corona inglesa la que le da a Qatar estatus de territorio “separado” de Arabia y coloca al mando a la única familia de todo el mundo árabe que no tiene alguna historia que la ligue al profeta Mahoma que les otorgue una legitimidad relacionada a los preceptos del islam. El actual mandatario Tamim bin Hamad Al Thani que se pasea por los palcos oficiales de los estadios es miembro de esa misma familia que invistió el antiguo imperio británico a mitad del siglo XIX y que volvió a ungir cuando -como resultado de la Primera Guerra Mundial con la derrota del imperio Otomano que desde 1871 dominaba el territorio de Qatar- estableció un protectorado basado en el gobierno de esta familia Al Thani. Entre 1916 y 1971, año en que Qatar acordó su independencia del Reino Unido, el régimen político qatarí fue moldeado por el colonialismo inglés.

Con una Constitución reformulada en 2003, ese régimen sigue siendo profundamente antidemocrático: se trata de una monarquía en la que el príncipe concentra el poder (es prácticamente una autocracia). El artículo 64 de su constitución lo explicita: “El Príncipe es el Jefe del Estado. Su persona es inviolable, y su respeto es un deber”. El emir apenas se apoya en un Consejo consultivo que hace las veces de “poder legislativo”, con una función casi decorativa (el artículo 67 recuerda que solo el mandatario puede “Ratificar las leyes y promulgarlas. No se podrá promulgar ninguna ley, a menos que sea ratificada por el Príncipe”), y ese Consejo consultivo es la única instancia que votan solamente los ciudadanos qataríes de origen. Con una población de 2,7 millones de habitantes, apenas son 250 mil los que son reconocidos como ciudadanos por tener origen qatarí.

Las definiciones generales que derivan en prohibición de derechos sociales y libertades democráticas plasmadas en esta Constitución dicen cosas como que “La sociedad qatarí se basa en los pilares de la justicia, la caridad, la libertad, la igualdad y la buena moral” (artículo 18), que “El Estado protege los pilares de la sociedad, mantiene la seguridad y la estabilidad y la igualdad de oportunidades para los ciudadanos” (artículo 19), que “La familia es el núcleo de la sociedad. Sus pilares son la religión, la moral y el amor de la Patria” (artículo 21) y que “El Estado se ocupa de la juventud, la preserva de las causas de la corrupción, la protege contra la explotación, la protege contra el mal del abandono físico, mental y espiritual, y proporciona las condiciones adecuadas para desarrollar sus talentos en diferentes sectores, a la luz de una educación sana” (artículo 22), además de que declara que “La propiedad privada es inviolable” (artículo 27). “El Estado” en la práctica se reduce a la familia real.

Antes de esta nueva Constitución, un Qatar moderno surge del golpe de Estado que el emir Hamad bin Khalifa al Thani dio en 1995 contra su padre (que tenía relaciones muy estrechas con la monarquía de Arabia Saudita). A partir de ese momento la familia Al Thani adoptó un curso más autónomo para Qatar en cuanto a la política internacional. A partir de 1996 también se aceleró el desarrollo de la industria petrolera, en especial para la explotación de gas. Hoy Qatar es el principal exportador de gas natural licuado del mundo. La riqueza que fue desarrollando le permitió fusionarse con capitales europeos y diversificar negocios: la familia real de Qatar tiene actualmente inversiones en corporaciones como la automotriz alemana Volkswagen, la empresa inmobiliaria inglesa Harrods, la cadena de tiendas españolas El Corte Inglés, participación accionaria en el estudio estadounidense Hollywood Miramax y también participación en compañías como British Airways, los bancos Barclays y Credit Suisse, por contar solamente algunas por fuera de sus tentáculos en el mundo del fútbol como la archiconocida propiedad del Paris Saint Germain en el que juegan las mayores figuras de este Mundial, Messi, Mbappé y Neymar.

Cuando Gianni Infantino, presidente de la Federación Internacional del Fútbol Asociado, para defender la decisión de mantener a Qatar como sede del Mundial señala cierta hipocresía de la prensa europea que cuestiona las violaciones a “los derechos humanos” obviamente tampoco da cuenta de estas relaciones del capital europeo y sus gobiernos con el Estado qatarí ni de la responsabilidad del Reino Unido en el nacimiento de Qatar. “Nosotros los europeos deberíamos disculparnos por lo que hemos hecho al mundo en los pasados 3 mil años y deberíamos disculparnos por los próximos 3 mil años antes de ponernos a dar lecciones de moral a la gente”, declaró en una conferencia de prensa previa a la fiesta inaugural del Mundial y hasta elogió la política migratoria del emirato. Con un enfoque parecido, se expresó una crítica relativista a las expresiones de protesta de planteles como el alemán (que había asegurado que utilizaría el brazalete multicolor de la diversidad LGTB y finalmente posó con la boca tapada repudiando la imposición de la FIFA para que no lo utilizaran) desde un lugar de “respetar las costumbres” y la supuesta idiosincrasia de la sociedad qatarí y considerando estas actitudes como eurocéntricas. Estas posiciones son directamente acríticas y asumen una defensa cerrada del régimen qatarí.

La elección de Qatar como sede en un congreso de la FIFA en 2010 (donde también se eligió a Rusia para 2018) desató el escándalo que se conoció popularmente como el “FIFAgate”: una investigación ordenada por fiscal general de Estados Unidos Loretta Lynch determinó que hubo pago de sobornos para establecer esa elección de sedes mundialistas, por alrededor de 150 millones de dólares según el FBI. Esta causa provocó la caída del anterior presidente de FIFA, Joseph Blatter, y el encarcelamiento de varios dirigentes de ese organismo internacional. Sin embargo, la investigación no se enfocó en los “sobornadores”: ningún miembro de la familia real de Qatar fue ni siquiera llamado a declarar, lo que deja entrever que la intencionalidad de esa investigación apuntaba más que nada a golpear a FIFA para darle lugar a empresas norteamericanas en el negocio de la televisación de eventos futbolísticos, pero ni por asomo molestar a la familia que gobierna la nación que alberga a la base militar norteamericana más grande de Medio Oriente, la base Al Udeid.

Que el escenario del Mundial haya dado lugar a cuestionamientos al régimen de Qatar es muy progresivo, sobre todo porque despertó una preocupación a un nivel masivo por los derechos de las mujeres, las personas LGTB, los trabajadores y migrantes de esa región del mundo. Esa preocupación abre la posibilidad de impulsar la conquista de esos derechos. Pero que en el sentido común la crítica esté limitada sin apuntar a las relaciones que sostienen el poder de la familia real de Qatar la hace más débil. Qatar es un producto moldeado a imagen y semejanza del colonialismo inglés, de relaciones financieras y comerciales muy profundas con la Europa actual y aliado militar estratégico de Estados Unidos desde la primera guerra del Golfo contra Irak a partir de 1992. Si los protagonistas de la fiesta del fútbol comenzaran a señalar a sus propios gobiernos en sus negocios y alianzas con este emirato, tal vez la crítica sería más precisa y podría generar una corriente que cuestione las bases del poder de ese régimen antidemocrático, bases que están en sus estrechas relaciones con las potencias imperialistas que para disimular -y alentando en algunos casos prejuicios islamofóbicos- dejan correr una tibia crítica por la falta de “derechos humanos”.