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El 25 de abril se conmemoró el Día Internacional contra el maltrato infantil. En Argentina, encuestas propiciadas por UNICEF indican que el 70% de lxs niños, niñas y adolescentes (NNyA) reconocen ser o haber sido víctimas de maltrato en el ámbito de su hogar.

Cuando decimos maltrato no hablamos necesariamente de agresión física. Podemos estar refiriendo a violencia emocional, mucho más invisible e igualmente perjudicial que la violencia física. Incluso podemos estar refiriéndonos a situaciones donde NNyA presencian hechos de violencia de pareja quedando expuestos a situaciones angustiantes y ejemplos nocivos.

Es bien conocida la frase de que “se predica con el ejemplo”. En ese sentido y lamentablemente, son muy frecuentes las situaciones donde padres y madres, con la intención o la excusa de “educar”, retan, zamarrean, gritan, insultan o golpean a sus niñxs, como forma de aleccionarles sobre aquellos hechos o conductas que esperan que “aprendan” o que no repitan. Y, sin embargo, lo único que “enseñan” esas prácticas es el ejercicio cotidiano de la violencia.

La más cobarde de las violencias posibles, además, porque supone agarrársela con los más vulnerables, quienes tienen el derecho a la protección especial y están siendo agredidos por adultos que deberían garantizarles cuidado; por lo cual NNyA víctimas de violencia en el ámbito del hogar encuentran dificultades importantes para visibilizar lo que les pasa, pedir ayuda, desnaturalizarlo y que el sufrimiento no se cronifique al mismo tiempo que la violencia no se convierta en “la forma” de vincularse con quienes se considera “más débiles”.

La cultura de la violencia en la que estamos insertos, muchas veces introduce confusión acerca del derecho a poner límites y las formas de hacerlo. Sin embargo, el ejercicio de la crueldad no debería confundirnos nunca: no es límite, es violencia. Pensemos, por ejemplo, que a medida que NNyA crecen, padres y madres tienen a “zamarrearlos” en menor medida, por miedo a la reacción probablemente o por haber internalizado la idea del niño o niña como una cosa, “menor” que a medida que crece se va convirtiendo en persona completa.

Nada más errado que desconocer que ese ser humano de carne y hueso en proceso de crecimiento es una persona plena que merece respeto y precisa cuidados especiales, que impactarán de por vida en su desarrollo socioemocional y que recordará para siempre.

Tratarles, como nos gustaría ser o haber sido tratadxs es un buen ejercicio para revisar nuestras prácticas cotidianas y reconocer -y corregir- el ejercicio cotidiano de la violencia a veces invisibilizado y naturalizado a través de castigos, penitencias y “correctivos” que creyendo que los hacemos “por su bien” estamos lastimando el alma de alguien que nos recordará por el ejemplo humano que le hayamos dado.