Por Pavla Ochoa /
Hay una imagen que siempre vuelve a mí memoria, es la de ver salir al Cura Pepe, montado de su bicicleta, sin la típica camisa sacerdotal con la tira blanca en el cuello, desde la ventana de la casa de mis abuelos donde me crié.
La familia Ochoa-Vega vivió toda su vida en la calle México, la misma que divide al barrio San José de La Perlita. Eso me brindó la posibilidad de conocer a un hombre, que para lxs pibxs, los domingos era un superhéroe, con su sotana y su palabra dando misa, y un vecino más, el resto de los días de la semana.

Obviamente a esa edad desconocía de su historia de compromiso social y que había estado en la mira de las botas, en los años de sangrienta dictadura. Lo que tengo muy presente en la memoria, es lo que generaba en mis vecinxs, que se quedaban en la vereda de la parroquia San José Obrero o en la esquina de la Escuela Agraria, hablando y debatiendo sobre lo que él había expuesto el domingo de misa, siempre con una mirada crítica a las políticas de hambruna contra el pueblo.
Recién en 1985, cuando hice la catequesis para la comunión, pude tener un contacto más directo con Pepe.

Antes, era ver desde la vereda, lo que generaba en otras personas. Su casa, siempre estaba llena de jóvenes, tocando la guitarra o en grupos debatiendo política sobre como transformar la realidad. La verdad que no entendía mucho lo que pasaba, pero el movimiento que se generaba ahí y en la casa vecina, de las Hermanas Pasionistas, era una invitación a quedarse a husmear ese movimiento humano , no habitual en el barrio, que convocaba Pepe.
En la semana, se repetía mecánicamente, una rutina barrial. Cuando salía de su casa, todxs lxs pibxs le invadiamos su terreno para jugar al fútbol. Solo parábamos la pelota para no golpearlo cuando cruzaba el pasillo y luego seguíamos en la nuestra. Él, regresaba cuando el sol se iba a dormir, nos saludaba y esa era la señal explícita que había que volver cada unx a su hogar.
En tiempos de mishiadura participé de cada iniciativa de comedor en la parroquia, haciendo pan casero en el horno de barro y ayudando en la cocina de la olla popular. Eran tiempos duros, de las políticas económicas del gobierno de Raúl Alfonsín. Ya no alcanzaba con ir a buscar la caja del Programa Alimentario Nacional (PAN) a la Escuela Primaria , conocida popularmente como «La 28», sino que había que encontrar respuesta en comunidad, ahí se manifestaba en práctica la enseñanza de Pepe.
El barrio tenía un gran respeto por ese hombre que en 1987 se trasladó a la capilla San Judas Tadeo, de Ituzaingó. Fue muy emotiva la misa que se realizó al costado de la parroquia al aire libre, cuando el propio Pepe, hizo el traspaso con el Padre Toto. Había mucha presencia de la comunidad, que lo fue a despedir. Era tanto el respeto que se le tenía que en la cancha de enfrente, donde se jugaban torneos populares domingueros, al momento de la ceremonia nadie se movió, el motivo era simple: había que escuchar lo que decía Pepe antes de irse de La Perlita.

A la noche, en la cena familiar, fue mí abuelo Antonio quien habló sobre él. Le presté mucha atención a lo que dijo, porque personalmente quería saber sobre la historia de ese hombre que nació el 29 de enero de 1931. Ahí me enteré que Pepe era un cura peronista y tercermundista, que brindaba su vida al servicio de la opción por los pobres y que su nombre era: José Piguillem Rocasalbas.
Eligió ser cura cuando terminó la colimba. Antes quería ser médico pero una crisis interna lo llevó a ingresar al seminario. Ahí, en la iglesia, encontró su lugar. Cuando llegó al barrio, la experiencia fue muy fuerte para él. Su tarea de sacerdote, abarcaba la mitad de Moreno, un territorio que se estaba formando como pueblo. Ahí tuvo la certeza de lo que había que hacer. Se subió a su bicicleta y empezó a buscar las piedras vivas que eran lxs cristianxs de esos barrios. Al pedalear el barrio cambió una postura política, radicalmente. De joven, había sido antiperonista, «un gorila». Había estado en la Plaza de Mayo pidiendo la caída de Perón, pero al escuchar a lxs vecinxs , entendió lo profundo que había sido la huella peronista para el pueblo y todo cambió para siempre.
Pepe llegó a conocerlo personalmente, el 9 de diciembre de 1972, cuando fue parte de los sesenta curas del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que visitó a Juan Domingo Perón en su casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López.

Todo era veloz en esos años, se fue sumando a luchas populares que pasaban en Moreno, impulsado por los jóvenes que lo rodeaban.
En un hecho que relata extensamente el propio Luis Brunati, en su libro «La toma del Hospital». El 11 de junio de 1973, con la vuelta de Perón y ese sentir del pueblo, José Esteban Gil, seminarista, integrante de la comunidad y Luis Brunati, entre otrxs, sumaron a Pepe a acompañar junto a lxs vecinxs, la lucha de lxs trabajadorxs del Hospital de Moreno. Ante las dificultades de atención al público y la precarización laboral, luego de una masiva movilización, en asamblea popular, se decidió tomar el nosocomio e iniciar una gestión social, bajo el nombre de Sabino Navarro. Se designó al médico Horacio Fleischmann como Director del Hospital, a “Pepe” Lombardía como Secretario de la Dirección y al ferroviario Roberto Liguori como administrador. Ese fue el equipo básico de trabajo, de una experiencia histórica en el distrito que duró tres meses. Lo sucedido se convertiría en un hecho maldito a posteriori, ya que sería un argumento utilizado para señalar a lxs involucradxs en la toma como «montoneros» y al propio cura como «subversivo».
A Pepe le gustaba estar rodeado de jóvenes y tener debates políticos interminables. Él sabía que había movimiento en la quietud y que estaban siendo observados, en días oscuros que el propio peronismo marcaba a su propia militancia. Perón tomó distancia, de esos jóvenes, organizaciones y curas tercermundistas; y en el país se iniciaba la Triple A, antesala del Terrorismo de Estado, que se instaló con el golpe cívico militar llamado: Proceso de Reorganización Nacional.
Continuará…




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