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Por Pavla Ochoa /


El Cura Pepe, ese sacerdote que entendió que la «Fe», sin  justicia, fraternidad e igualdad, es una «Fe muerta», fue perseguido por la dictadura cívica militar instalada en marzo de 1976.  




El 20 de agosto de ese mismo año, cuando estaban reunidos en La Yunta, alguien le avisó que los milicos  habían tomado su casa. No dudó en salir rápido en bicicleta a ver lo que pasaba. Al llegar, un soldado conscripto lo paró porque «estaban haciendo un operativo en la casa de un cura subversivo». Como el represor no lo reconoció salió pedaleando, como nunca en la vida. No le alcanzaban las patas para llegar a la casa de las monjas. Los militares lo esperaron toda la noche a qué vuelva. Por dos años, Pepe estuvo en la clandestinidad. 


Con la vuelta de la democracia, las reuniones del grupo de jóvenes afianzó el vínculo entre la Iglesia y la política. De este espacio formado por Pepe, surgieron médicos, políticos, etc. Y puntualmente, de este grupo, salieron tres intendentes de Moreno: Ernesto «Coco» Lombardi, Mariano West y Andrés Arregui


Después de estar en Ituzaingó se fue a la parroquia San Francisco de Asís, de Francisco Álvarez y en 1999 por un año  volvió a La Perlita con una tarea específica: dividir la parroquia original en tres: Madre de Dios, Madre Auxiliadora y San José . 



En esos días de regreso, intercambiamos alguna que otra opinión de la conyuntura política y social de ese momento, como dos vecinxs más. Luego de hacer su tarea, se iría a la Catedral de Moreno – Merlo. 


En 2004,  la Parroquia San José estaba a cargo de  la comunidad. Para celebrar misa, venían distintos curas cada fin de semana. En ese sistema rotativo me volví a encontrar con Pepe.




Un amigx de la adolescencia me había elegido para que sea la persona que asumiera un rol y responsabilidad con su hijx en su bautismo. Su compañerx, había ido a la Secretaria de la Parroquia a averiguar fecha e inscribirlx y supuestamente, teníamos un domingo para ir. Me anoté en un viejo cuaderno el día. 


Al llegar ese domingo en el lugar, vi a la familia, nerviosa, angustiada, porque había sucedido un mal entendido. Ese día no había «ceremonia de bautismo».  Al mirar alrededor, mientras la familia entraba en pánico y se angustiaba, lo vi hablando con la gente y, sin pensar mucho, me acerqué y le dije:


-Hola Padre¿ Cómo está ?. Seguramente , no se acuerde de mí, pero yo soy Ochoa, quien vive frente a su vieja casa…


– Si, se quién sos…


– Le quería contar, que con la familia que está allá en el rincón (le señalé la entrada de la parroquia) , estamos viviendo un momento complejo. Entendimos que hoy había bautismo y se vinieron algunxs de ellxs de otra provincia para asistir y al no ser hoy, no sé si podrán repetir el esfuerzo… 


Me miró con mucha tranquilidad, obviamente la que me faltaba a mí y me dijo: «No hay problema, ahora hacemos el bautismo».


– Gracias, Pepe. Pero, a mí me toca asumir el compromiso y  no tengo  idea de que decir ante lo que usted nos pregunte cómo parte de la ceremonia.


– No te preocupes. Te lo digo en voz alta y vos volvé a decir la frase. 


Y así fue, un bautismo entre la gente que se retiraba de la parroquia San José y nosotrxs amontanadxs a un costado en la ceremonia.


Él era de resolver las cosas, sin tanto protocolo. Siempre, dando respuestas, como cuando éramos  pibxs y lx esperamos en la vereda de su casa para que nos diera noticias sobre «Roque», un personaje del barrio que vivía al lado de la casa de las monjas y estuvo ausente varios días . Y nos respondió: «Tengan paciencia. Voy a Moreno, averiguo y vuelvo con noticias».


Cumplió la palabra. No solo regresó con información, sino que también volvió con Roque. Ese día nos abrazamos con él como si hubiéramos ganado un torneo de fútbol, por la alegría que nos generó. Misma alegría y ganas de abrazarlo, que sentía en ese instante, por el bautismo popular que nos estaba brindando el cura del pueblo.


Continuará…