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DE LA NECESIDAD DE NO ESQUIVAR LA VERDAD QUE NO CONVIENE –

por Edgardo Tosi (*) – Pensar, decir o creer que “todo tiempo pasado fue mejor” es seguramente equivocado. Afirmación incierta, por la dificultad de verificar lo que es bueno, malo, mejor o peor en todo momento. Para tener alguna posibilidad de evaluar correctamente el presente respecto a ese pasado mejor o peor, pero sin duda origen de este presente, es necesario poder conocerlo verdaderamente y para ello es imprescindible buscar en la Historia. Y la Historia, si la comemos en ayunas y sin contar con degustaciones previas, nos contentaremos con ese plato pero, seguramente, nos estará mintiendo.

Historia, es comprensión del pasado con la perspectiva de un punto de vista alejado en el tiempo. No será única ni canónica. Nos aproximará a hechos inamovibles en la realidad pasada, pero no siempre verdaderamente conocidos. Los guardianes (palabreja desagradable) de la historia que supuestamente saben desentrañar su verdad, son los historiadores. Pero estos ¿Lo hacen?

No es simple. Comprender puede significar conjeturar y llegado el caso manipular, con buena o mala intención, los sucesos conocidos o no, para alcanzar algo coherente que pueda servirse en bandeja al lector. La verdad nacerá en cada lector, quien deberá estar atento a lo que recibe, para separar la paja del trigo.

Elaborar la Historia apasiona, haciendo peligrar en muchos la objetividad mínima necesaria para obtener ese producto coherente. Se dice y lo creo, que no se puede dejar de ser subjetivo ya que el historiador tiene experiencias y vivencias propias que lo individualizan, pero de allí a creer, que el pasado debe explicar “un presente”, cualquier presente, no me cierra. El pasado me lleva a poder entender que está sucediendo hoy y no la inversa. Se “manipula” un pasado, lo que es grave, para dar una explicación a un presente cuyo significado ya han establecido a priori.

“La Historia la escriben los que ganan”, dice la frasecita despectiva, cuando cualquiera puede hacerlo, y así sucede. Lo que sí es cierto es que el Poder, cualquiera este sea, permitirá publicar, entrar en el círculo del conocimiento y demostrar, si le interesa, supercherias y mentiras, faltas de rigor, que trasformadas en ideas serán tenidas en cuenta, y el medio las hará propias. Mientras que el historiador objetivo, libre de ataduras ideológicas, pero contestatario del sistema, no podrá poner en el tapete las suyas, que resultarían posiblemente más coherentes y atinadas. Debemos agregar que ese poder siembra, si tiene interés en hacerlo, una propaganda a futuro que le permita manipular su propia historia.

Leer críticamente a José María Rosa, Félix Luna o Norberto Galazzo, por dar tres ejemplos, refiriéndose a un mismo suceso, resulta aleccionador y risueño. Ante un hecho aceptado por todos gracias a conjeturas no siempre atinadas se logran conclusiones disímiles. He leído la Historia del Pueblo Argentino de Milciades Peña y a pesar de coincidir en casi todos sus puntos de vista no logro congeniar con muchas de sus conclusiones.

Nuestro país ha trascurrido más de doscientos años de existencia acumulando una historia que se acomoda a los sucesos con pre conceptos. Los roza sin animarse a sumergirse en ellos por temor a ir contra el sistema de turno. La continuidad de una tendencia política permitió valorizar hasta la sublimación hechos a los que esa misma corriente supo acomodar a posteriori cuando dispuso del poder para hacerlo. O sino como afirmara con su barroca forma de expresión uno de los mas suspicaces historiadores nativos para una época anterior: “Si sus reiterativas profesiones de fe en el destino nacional son tan estridentes, es porque necesitan acorazarse en ella para acallar las dudas que la fragilidad del orden vigente no puede dejar de inspirarles.” (1)

Haría bien al desarrollo del pensamiento político, que la Historia o los historiadores no nos macanearan. Seguramente seguiríamos con parecidos desacuerdos pero entenderíamos mejor a nuestro interlocutor.

Desearía que fuera posible afirmar, y se lo discutiera, sin temor a una replica sarcástica y una confrontación agresiva, que el gobierno de Yrigoyen terminó en rotundo fracaso, que la revolución que lo volteó fue el agravamiento de esa enfermedad y no su remedio. Y que, a pesar de la atrofia gubernamental y política, la “Década Infame” no logró acallar valores de cultura y libertad en la sociedad. Y que esto se continuó con la revolución de 1943. Un militante comunista, perseguido y preso en Villa Devoto afirmó sobre la historia de aquellos años: ‘‘La realidad es que, ya desde mediados de la década del 30 surge, a pesar de la infamia y contra ésta, lo que más tarde tomaría forma y definición. […] Perón, desde el poder, se haría así su propia base. Oportunismo, aventurerismo, demagogia: todo esto puede ser dicho pero aquel fenómeno social se concretó en un poderoso movimiento popular y obrero. Para algunos no es la Argentina soñada, pero es la Argentina real …”

Argentina continuó su derrotero con aciertos, desaciertos y felonías, que no se deben ocultar. Que el error de quien reemplazó por las buenas o por las malas a una corriente política en el poder no autoriza a suponer que lo anterior haya sido intachable. Hemos vivido épocas atroces no solo por la salvaje utilización de la fuerza del Estado para aniquilar al que no pensaba como convenía a quienes manejaban la represión del momento sino por la tremenda agresividad que se había enseñoreado de la sociedad.

A pesar de todo siento, y espero no equivocarme, que está creciendo una “cofradía” de historiadores que piensan con la cabeza. Pero esto será tema de otro artículo.

(*) historiador e investigador barrial.


(1) en Revolución y Guerra de Tulio Halperin Donghi.