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El sábado 31 de julio de 1915, a las 20 horas y al día siguiente, domingo 1 de agosto a la misma hora, se presentó el payador Gabino Ezeiza, artista popular de amplia fama, en el bar El Progreso de Domingo Piovano, ubicado en la esquina de las calles Merlo y la antigua del Plata (actual General Belgrano), lugar que hoy ocupa la Comisaría Primera. Lo acompañaba el payador uruguayo Juan Pedro López

El periódico local El Orden dirá que “el payador Gabino Ezeiza estuvo muy oportuno en sus improvisaciones…”. 

Dueño de una rica historia personal, de ascendencia de negros esclavizados, defensor de los derechos de su comunidad, su apellido tiene origen en la familia Ezeiza, los amos de sus padres

Gabino fue considerado el más grande payador rioplatense. En su arte contaba con una fácil e instantánea inspiración, que le permitió alcanzar la consagración.  

Aguerrido militante radical, participó activamente en las revoluciones Del Parque en 1890 y de Santa Fe en 1893. Falleció en la tarde del 12 de octubre de 1916, el mismo día que asumió Hipólito Yrigoyen, la presidencia de la Nación.

En su primera visita a Moreno, Ezeiza prometió volver y cumplió al año siguiente, el jueves 28 de septiembre de 1916 cuando nuevamente se presentó en El Progreso, esta vez junto a su colega, Juan Damilano. 

La crónica periodística afirmaba que «asistió mucho público que aplaudió a los expresados por sus habilísimas conducciones en la improvisación de que hicieron gala con sus respectivas guitarras».

En aquel Moreno enclavado en un medio rural, las diversiones eran muy pocas.

El Progreso, de gran popularidad, además de reñidas partidas de truco, juegos de bochas y taba, ofrecía la presencia de artistas populares. Allí, entre otros, cantaron José Bettinoti y Carlos Gardel.

Unos días antes se anunciaba el espectáculo mediante un cartel, llegado el día, una gran concurrencia de hombres solos se hacía presente, unos llegados en sulkys, en carros, otros a caballo.

El artista colocaba un plato frente a sí mismo y comenzaba su repertorio, ahí empezaban los pedidos del público, una milonga, un tema para la payada, una cifra, etc.

A medida que el cantor iba cumpliendo con las peticiones, se depositaban los billetes en el plato, mientras se repetían los pedidos de grapa, caña u otra bebida, cigarrillos o la invitación de una vuelta a beber.

Sobre el final, era muy común que el artista rifara algún elemento entre la concurrencia, un poncho o un cuchillo.

Luego llegaba la cordial despedida.