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Por Alfredo Grande / Agencia Pelota de Trapo –

Singularidad en sistemas dinámicos y sociales, da cuenta de un contexto en el que un pequeño cambio puede causar un gran efecto. Maradona es una singularidad. Cambios pequeños en la dimensión de un genio, modifican el fundante de lo real y el horizonte de lo posible. Es un antes y un después. Esos grandes efectos se amplifican en la desorganización del acontecimiento. “Gambetear para ahuyentar la muerte y nacer nuevamente” según el credo Bersuit. La cultura represora trabaja sin prisa, sin pausa y con letal eficacia para esterilizar, para amputar, para mutilar la potencia revolucionaria del acontecimiento.

El cristianismo del amor capturado por la cristiandad de la crueldad. La niñez doblegada por el garrote vil del hambre. La tradición reaccionaria, la familia patriarcal y la propiedad privada son los tres mosqueteros que custodian el santo grial que habilitan el ser para la muerte, el parir con dolor y el vivir sin placer. Maradona fue el que mejor gambeteó a la cultura represora. Atravesando su determinación de clase para llegar a esos cielos donde sólo las águilas se atreven. Tocó el cielo con los pies. Pero no solamente. Bajó el cielo a la tierra y entonces esa tierra tuvo la mejor alfombra donde podíamos caminar con un paso diferente. Alguna vez se hablará del “efecto Maradona” como la magia de la creación. El envés de la lógica cromañón, como organizadora de la destrucción.

Siempre dije que el humor era una gambeta al represor. Las frases del Diego eran eso. El represor queda desnudo y haciendo todo tipo de ridículos. Hasta los humillados lo festejaban. Es penoso darse cuenta que formamos parte de aquello que rechazamos. De aquello que suponemos combatir. Y que aun venciendo, fracasamos porque usamos las mismas armas que nuestros enemigos. Es como ir al Casino para hacer saltar la banca. El casino siempre tiene revancha. Y la cultura represora capturó a Pelusa para intentar fabricar otra leyenda de un jinete sin cabeza. Pero el genio siguió gambeteando.

Con los pobres de la tierra quiso su fútbol entregar. Y el sur de Italia tuvo su revancha napolitana. Y los magnates del foot ball tuvieron pesadillas donde sus privilegios de casta podían ser vulnerados por el guerrillero gambeteador de Fiorito. Un jugador definió a un importante club de la argentina como un cabaret. A nivel mundial, el foot ball está organizado como un mega prostíbulo. Y apareció entonces el poderoso caballero don dinero para poner las cosas en el lugar de la lujuria económica y financiera. La gambeta – negocio empezó a parasitar a la gambeta – creativa. No la eliminó. La potenció a una escala impensable y terminó siendo otro equivalente general del dinero. El beso de la mujer araña de la copa de oro Jules Rimet.

Pareció el Diego de todos y todas. Pero ya era marca registrada de varias industrias. Incluso de algunas legales. El séquito de aduladores, parásitos, amicómplices, fueron legión. Defenestrados algunos, fueron rápida y mal reemplazados. Si para ocultar un elefante lo mejor es rodearlo de decenas de elefantes, para ocultar los errores, excesos, fallidos de un héroe gambeteador, el pasaje del ideal a la idealización es garantía asegurada. Humillar a los piratas ingleses con un acto de piratería fue ensalzado. No fue la mano de dios, sino las garras del diablo las que lograron que el genio gambeteador festejara un ilícito. Tanto es así que luego las piernas de dios gambetearon a 6 ingleses que, ahora sí, fueron humillados.

La complicidad siniestra con la maquinaria genocida de la dictadura en los mundiales de 1978 y 1979 comenzó a olvidarse definitivamente. Como campeón mundial juvenil tuvo el premio al juego limpio y el balón de oro. Fiorito y Japón, un solo corazón. Luego pasaron cosas. La cultura represora contratacaba. Ningún imperio se rinde. Y la Federación Internacional, o sea la Corpo del Fútbol Mundial, clonó al Maradona de barro en Maradona de oro. Con la ayuda de aquellos y aquellas, pero más aquellos, que picoteaban desde algún lugar con el enorme negocio. Picoteo que terminó siendo enormes mordiscones. Para eso fue necesario que el operativo idealización funcionara a pleno.

Cuando se da vuelta la taba, la idealización da paso a la absoluta denigración. Del oro puro a la chatarra. Pero como cigarra gambeteadora, lo mataron tan mal que siguió jugando. Y la leyenda pasó a ser crónica cotidiana. Como ateo que se persigna cuando pasa por una iglesia, el alucinatorio político y deportivo se construyó para quedarse. El núcleo de verdad siempre fue el guerrillero gambeteador. Pero ese núcleo de verdad fue arrasado, incluso traicionado. Por mucho más que treinta denarios.

Fiorito, otro de los nombres que siguen señalando que las villas miseria siguen siendo américa, tuvo un nuevo bautismo. Dejó de ser una zona de penuria, de tristeza, de miseria, de hambre. El alucinatorio político social lo transformó en pesebre. Origen de un nuevo dios, que, en su poder absoluto, hasta podía mostrar su parte humana sin pudor alguno. Un semidiós era hijo de un dios y una humana. Un dios, como lo construyeron al Diego, evidencia lo que se denomina auto engendramiento. Es la absoluta singularidad. El origen se rinde ante el destino. El origen es una formalidad, ni siquiera necesaria. El destino es todo. Y el todo, que siempre es más que la suma de las partes, fue un todo que compactaba todas las partes. Fiorito y Dubái. Una biblia y un calefón.

El endiosamiento – idealización de la humanidad gambeteadora, fue la bala de plata. Un culto desenfrenado al individualismo absoluto, donde el contexto quedó atrapado por el texto sagrado. Un nuevo manto sagrado quedó consagrado en la camiseta N° 10. Murió Dios. O sea: la paradoja final. Ningún dios muere. Al menos, al decir del poeta Horacio, nunca muere del todo. Un remanente de inmortalidad hay en toda humanidad. Pero ese remanente es otro absoluto en el caso de cualquier divinidad.

“No puede ser que esté Diego en ese cajón”. El gambeteador de todas las tristezas, de todas las frustraciones, de todas las miserias, el creador de todas las alegrías, fue llorado. Tuvo una vida para ser festejada. Incluso en su remanente de humanidad desgarrada. Lo anticipó Bertold Brecht: “no es desgraciada la tierra que no tiene héroes, sino que es desgraciada porque los necesita”.

La tierra necesita héroes. Para la cultura represora, en todas sus formas, desde las más salvajes a las más almibaradas, el paradigma del héroe es el individual. Un gran escritor, un revolucionario, Germán Oesterheld, enseñó en El Eternauta, la dimensión del héroe colectivo. La versión más políticamente cargada fue en 1969, con dibujos de Solano López, como en la obra original. El derrotero político y el trágico final de Oesterheld, secuestrado y asesinado como casi toda su familia por la dictadura genocida, la misma del mundial de todos de 1978, reforzaron una lectura de El Eternauta que interpretaba su contenido más allá del relato de ciencia ficción.

Juan Salvo encarnaba, como su mismo creador lo sugirió más de una vez, al héroe colectivo que, lejos de la salida individual, buscaba mancomunar los esfuerzos de las personas para construir un frente común contra la amenaza externa. Si le damos a Maradona la categoría de héroe, no le amputemos la dimensión colectiva, política y social. Sería cortarle las piernas otra vez. No fue ni es ni será un dios. Endiosarlo es el seguidismo de la meritocracia impuesta por la cultura represora. Y desde cierta cultura de izquierdas, esta forma de pensar, sentir y presentar a Maradona está demasiado instalada.

Héroe colectivo, colectivo de héroes -como alguna vez en una actividad en Mar del Plata me animé a plantear- o meritocracia divina. La idealización, la idolatría, siempre es la marca de la cultura represora. Y como tal, reaccionaria.

Estoy seguro de que a esa cristalización obscena el Diego le hará una de sus maravillosas gambetas.