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Por Eduardo Gudynas / Agencia Tierra Viva.- Gobiernos de izquierda o progresistas de la región toman como referencia a economistas de Europa y Estados Unidos, con políticas ya fracasadas en la región y que no cuestionan la causas de la desigualdad. «Las opciones de cambio no están en reemplazar un extractivismo corporativo por uno estatal. Así no se salvará al país ni al planeta», afirma Eduardo Gudynas.

Se ha vuelto común que un presidente, y detrás de él su gobierno, presentan a algún economista famoso del hemisferio norte como una guía y un referente. En unas ocasiones aparecen en las campañas electorales y en otras apoyando la gestión gubernamental.

En Argentina, bajo la presidencia de Alberto Fernández repetidamente se invocó la imagen de Joseph Stiglitz, ganador del Nobel en economía y tutor del ministro Martín Guzmán en el primer tramo del gobierno de Fernández. Más recientemente se sumó a la lista de economistas convertidos en referencias criollas a Mariana Mazzucato, quien también es invocada por los progresismos de Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia.

La imagen de los economistas, que sean del norte y famosos, puede tener varias finalidades. En unas ocasiones brindan respaldos a los programas de candidatos o de gobiernos, en otras son apenas manejos publicitarios o manifestaciones de simpatías.

Esos usos tampoco son nuevos y han sido empleados tanto por políticos conservadores como progresistas. Entre los casos más tempranos y emblemáticos se cuenta el desembarco de los asesores monetaristas de la Universidad de Chicago (Estados Unidos) en Chile, durante la dictadura de Pinochet, o las asesorías de Jeffrey Sachs al gobierno boliviano en la década de 1980 apelando a un duro ajuste.

Como lanzar cohetes a la luna

Mariana Mazzucato, una economista que nació en Italia y que tiene nacionalidad estadounidense y británica, fue presentada por Alberto Fernández como una de las integrantes internacionales del Consejo Económico y Social, creado a inicios de 2021 con el declarado propósito de buscar consensos sobre las prioridades estratégicas de la Argentina. Más recientemente, en octubre de 2022, Mazzucato junto a Stiglitz y otros economistas se reunieron con el Presidente en Olivos. Más recientemente, el pasado 10 de marzo, Cristina Fernández de Kirchner citó su libro sobre el “Estado emprendedor” en una charla en Río Negro.

Docente en la University College de Londres, donde fundó y dirige un instituto sobre innovación y políticas públicas, le place ser descripta como una economista que tiene la “misión” de “salvar al capitalismo de sí mismo”, lo que es revelador de sus ideas. Si se traduce ese propósito a cada país, en este caso ofrecería una estrategia para “salvar al capitalismo argentino de sí mismo”.

La economista defiende encarar los cambios como si fueran una “misión” a la Luna, invocando con admiración el papel de la agencia espacial de Estados Unidos, la conocida NASA. Esta brindaría el ejemplo sobre cómo organizar recursos humanos y financieros, mientras se innovaba en ciencia y tecnología, para asegurar que las naves Apolo alcanzaran nuestro satélite. Ese abordaje es justamente el título de uno de sus más recientes libros: “Misión economía. Una guía para cambiar el capitalismo”.

Mazzucato ha criticado las versiones del capitalismo ensimismadas con la especulación, con enormes ganancias acaparadas por billonarios que transfieren a la sociedad los riesgos. Muchos de sus aportes han sido en políticas industriales, incluyendo estudios sobre cómo los gobiernos financian nuevas tecnologías pero que después son apropiadas por empresas. Es una ardiente defensora del Estado, pero ella lo quiere convertir en un Estado-empresario, un animador de la innovación y un generador de nuevos productos y procesos. Rechaza tercerizar algunas actividades y busca acotar el interés privado empresarial para potenciar metas colectivas.

Economistas ortodoxos como políticos conservadores la describen como radical y critican duramente sus ideas. Se le recuerdan conocidos ejemplos de incapacidades e ineficiencias estatales en gestionar servicios o empresas, e incluso se sostiene que –de prosperar sus recetas– se caería en algo así como un control estatal de estilo soviético. Son, al fin de cuentas, las conocidas reacciones mercantilizadas, casi siempre dogmáticas y superficiales.

Si se comparan las ideas de Mazzucato con las recetas de esa economía o política convencional, es evidente que constituyen un avance. Desde las miradas simplistas, como los de Javier Milei, aferrados a una defensa dogmática de un mercado privatizado y un Estado minúsculo, Mazzucato seguramente le resultaría una radicalidad insoportable. Es cierto que ella rompe con el neoliberalismo en tanto propone estrategias de desarrollo que recuperan los intereses colectivos nacionales, defiende el mercado, y desea regular los mercados.

Pero sentirse satisfecho con ese balance tiene el riesgo de también caer en el simplismo. Esto es indispensable, porque en las conferencias que brindó Mazzucato en su visita a Buenos Aires abordó, por ejemplo, el papel de la minería, una cuestión clave en Argentina y otros países de la región.

Dialogar pero seguir creciendo

Mazzucato defiende un desarrollo que sigue basado en los extractivismos aunque con mayor participación estatal. En su conferencia, al abordar la minería de litio o de otros recursos naturales, señaló acertadamente que los países no pueden quedar atrapados en ser meros exportadoras de materias primas, sino que deben subir por la cadena de valor agregado. Dando un paso más, lo que propone es un Estado-emprendedor para aumentar la proporción de valor a esos recursos extraídos. En la minería de litio su propuesta sería continuarla, pero agregar las fases de industrialización de baterías, y sumarle además, usos en economía digital. Pero seguiría habiendo minería de litio.

Rápidamente aparecen tensiones y contradicciones. Esa coparticipación estatal ha ocurrido en varios sectores primarios tanto en Argentina como en otros países (frecuentemente como petroleras estatales), y sus resultados no han sido buenos en las dimensiones sociales y ambientales, y discutibles en la económica. Sus propuestas también se parecen a los esquemas de las asociaciones público-privadas promovidas por años desde la ortodoxia en América Latina. En ningún caso se pone en cuestión los extractivismos.

Su insistencia en combatir la pobreza y la desigualdad es bienvenida, pero en ello no hay novedad, ya que eso mismo viene siendo cuestionado en nuestros países por años. Sus citas a otro economista, Johan Maynard Keynes, la alejan otra vez de libertarios como Milei, pero el keynesianismo ha teñido varias generaciones de reformismos económicos en nuestros países. El tono de Mazzucato, más allá de sus llamados al diálogo y participación entre actores sociales, es tecnocrático, e incluso ha criticado a la izquierda ser perezosa por no centrarse en crear riqueza.

Las reformas, según Mazzucato, deben estar basadas en tres pilares: crecimiento inteligente (asociado a la innovación), crecimiento sostenible (más verde) y crecimiento inclusivo (con menos desigualdad). Esto deja en claro que es una enérgica defensora del crecimiento económico, el mito fundamental del desarrollo contemporáneo. Por lo tanto, sus propuestas están contenidas dentro del desarrollo capitalista. Ella no lo niega, ni busca una alternativa distinta, sino que desea mejorarlo, y entiende que esa es la tarea más necesaria.

Esto ubica a Mazzucato en el mismo espacio que otros economistas que exploran las reformulaciones del capitalismo. No hay una crítica al capitalismo, como a veces se escucha por ejemplo desde algunos kirchnerismos en Argentina, o pongamos por caso, desde el gobierno de Gustavo Petro en Colombia. Su postura es análoga, por ejemplo, a la de Stiglitz, quien critica, pongamos por caso, la financiarización de las economías, pero no defiende una alternativa más allá del desarrollo capitalista.

Ellos, como otros economistas, pueden ser catalogados como heterodoxos frente al dogmatismo del libre mercado, pero no cuestionan fundamentos económicos como el crecimiento perpetuo, la propiedad, o el mercado, y por ello mismo todos están dentro del capitalismo. Coinciden que es posible reformarlo y las diferencias entre ellos residen en cuales serían esos ajustes.

La posibilidad de un debate de ese tipo tiene aspectos positivos. Es bienvenido que se ponga en consideración, por ejemplo, el papel del Estado en diseñar y sostener estrategias de desarrollo, y en sus roles en regular, controlar y encauzar el mercado. Pero debe sopesarse al menos dos cuestiones. Primero, si las propuestas de los reformistas como Mazzucato son las más apropiadas para los casos latinoamericanos y, segundo, si restringir la reflexión a distintos tipos de desarrollo capitalista es lo más adecuado para nuestras circunstancias actuales.

Las experiencias latinoamericanas

En el caso de Mazzucato, y en especial en sus propuestas más recientes, es muy clara la influencia de la severa crisis en Inglaterra y Europa y las secuelas de la pandemia, y esas son circunstancias muy distintas a las latinoamericanas. Abordó las circunstancias en nuestro continente en un breve manual elaborado para la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) donde enumera ejemplos para varios países.

El documento se inicia con el ambicioso título de “cambio transformacional”, siguiendo su perspectiva de una “misión”, tal como se indicó arriba. Sin embargo, lo que se ofrece son indicaciones muy generales intercaladas con alusiones a emprendimientos que están en marcha.

En la sección dedicada a Argentina se dice que la crisis desatada por la pandemia por coronavirus desencadenó la capacidad de colaboración e innovación, y presenta como ejemplos de la “misión” de cambio la financiación de kits médicos y de equipos de respiración mecánica (por la empresa Tecme). Entonces, para Mazzucato, el ejemplo de transformación está en esas experiencias, sin ahondar en todas las demás contradicciones y reacciones vividas en esos años de pandemia.

En cuanto a su entendimiento de los contextos nacionales, en una entrevista en Buenos Aires, sostuvo: “Tienen en Argentina un político en este momento, el presidente Fernández, lo conocí el otro día, que tiene una visión muy progresista sobre el cambio”. Y señaló que el problema estaría en ministros, que no se hablan entre ellos.

Ese tipo de abordaje se repite en sus textos. Parecería que los problemas agudos del desarrollo latinoamericano no son contemplados adecuadamente, e incluso es dudoso si son entendidos.

Considerando los extractivismos mineros y petroleros, en tanto es uno de los dramas más urgentes en el continente, en lugar de proponer vías concretas y prácticas para superarlos, los mantiene. Esto queda muy en evidencia con su ejemplo para Chile, colocando como “misión” un programa gubernamental cuyo propósito es aumentar la extracción minera y las exportaciones bajo algunos ajustes. Aunque reconoce las fallas en la implementación de esa iniciativa específica, la alternativa de Mazzucato a los extractivismos son más extractivismos con toques de investigación y Estado. O sea, nada muy distinto a lo que han prometido varios gobiernos.

Dando un paso más, y más allá de esos estudios, lo llamativo es que los políticos, no sólo Alberto Fernández, sino también Petro o Boric, así como la Cepal, recurran a una economista del norte para guiar reformas en América Latina, cuando ya existen aportes conceptuales mucho más completos y ajustados a nuestras circunstancias, y que incluso han sido ensayados en varios países. Son además estudios y propuestas elaboradas por los propios latinoamericanos, sin necesidad de caer otra vez en copiar recetas del norte.

Recordemos que la anterior generación de gobiernos progresistas llevó adelante varias reformas, regulaciones sobre los mercados y apuestas a empresas estatales. Todo eso ocurrió, por ejemplo en Brasil, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Uruguay y la propia Argentina. Se puede discutir sobre los resultados logrados, pero eso no afecta a la esencia del argumento que aquí se señala, ya que sea en su éxito o fracaso allí están las enseñanzas a tomar en cuenta. Todos esos progresismos quedaron atrapados, por ejemplo, en seguir siendo extractvistas, y esa sigue siendo una de las urgencias para reformular. Pero justamente esas cuestiones no son abordadas por los economistas heterodoxos reformistas del norte, y ello es comprensible porque sus realidades son distintas.

No puede pasar desapercibido que lo que aborda esta economista,como otros en el norte, son cuestiones ya planteadas en los debates sobre el desarrollo en América Latina entre 1950 hasta finales de los años 70. En los años siguientes siguieron otros aportes, que también son olvidados en la actualidad. Es más, al leer esos reformismos que vienen del norte es imposible dejar de preguntarse si no están repitiendo cuestiones que ya abordaba por ejemplo Aldo Ferrer.

Sin embargo, aquí en el sur, de una u otra manera, muchos intelectuales, buena parte de los políticos, y por supuesto el mundo empresarial, siempre prefieren mirar al norte. No son pocas las organizaciones sociales que padecen la misma dificultad buscando en las guías en inglés, alemán o francés, las soluciones alternativas a nuestros problemas.

Reforma o alternativa

Dando un paso más, si se consideran los desafíos sociales y ambientales, está claro que las soluciones de fondo no pueden estar en mantener los extractivismos en particular, ni la ilusión del crecimiento perpetuo de las economías. El país, el continente y el planeta ya no resisten esos tipos de desarrollo. Las urgencias de las circunstancias actuales requieren otro tipo de respuestas.

Superar los problemas actuales será imposible bajo las propuestas de personajes como Milei, pero las de la economía reformista son insuficientes. Las opciones de cambio no están en cambiar entre una variedad de desarrollo por otra, en reemplazar un extractivismo corporativo por uno estatal, entre un auto a combustión y otro eléctrico, y así sucesivamente. La “misión” que plantea Mazzucato puede salvar al capitalismo, como ella propone, pero no salvará al país ni al planeta. Las transformaciones necesarias y urgentes están más allá del desarrollo.


*Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Una primera versión de este artículo enfocada en el caso de Colombia se publicó en el periódico Desde Abajo (Bogotá).