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En el año 1997 la Revista Mi Lugar concreta la entrevista con uno de los guerrilleros que estuvo presente el 28 de marzo de 1976 en La Quinta La Pastoril. Las respuestas de Luis Mattini, último Jefe del E.R.P, tienen un enorme valor histórico… que sigue dialogando con el presente:

NOTA COMPLETA DE OSCAR «TITO» PASSARELLI

El 28 de marzo de 1976, comenzó en una quinta ubicada en Moreno Sur la que sería la última gran reunión política del P.R.T.-E.R.P., una de las dos organizaciones armadas más importantes del país. En pleno transcurso del cónclave, al que asistieron setenta personas, los insurgentes fueron sorprendidos por una patrulla militar que atacó la quinta. Como saldo del enfrentamiento, los guerrilleros tuvieron doce bajas, además se les secuestró importante documentación. A veintiún años del hecho, «Mi Lugar», entrevistó en exclusiva a Luis Mattini, participante de ese encuentro, quien se convirtiera luego de la muerte del máximo referente de la organización, Mario Santucho, en el último jefe político y militar del grupo guerrillero.

¿Por qué se decidió realizar una reunión tan importante y con tanta concurrencia de gente a sólo cuatro días de ocurrido el golpe de estado?

—Es difícil comprender cómo se podía pensar así en ese momento, pasados los años creo que fue una locura jugar todos los tantos en un mismo lugar. Lo que ocurre es que nosotros, respetando una tradición democrática de funcionamiento, las grandes decisiones las tomábamos reuniendo siempre al comité central. En esto Santucho era muy riguroso, se preocupaba en hacer funcionar todos los organismos del partido y como en este caso se iba a decidir algo trascendente se tomó la determinación de efectuar la reunión en abstracción de la situación represiva que se vivía en ese momento.

¿Cómo se organizó el encuentro?

—La gente, que en su mayoría, por razones de seguridad, no sabía dónde se encontraba, fue llegando desde distintos puntos de Buenos Aires en los días previos al encuentro. Incluso algunos compañeros salían al jardín o jugaban al fútbol como para mostrar que había una reunión familiar, mientras el resto estaba escondido dentro de la casa. Por otro lado, se eligió Moreno ya que por norma considerábamos siempre que el lugar más seguro para reunirse es donde existía gente, no se nos hubiera ocurrido realizar un encuentro en el medio del campo. Además en esta zona teníamos realizado un desarrollo organizativo grande que llegaba hasta Luján, aparte habíamos tomado la decisión de no hacer la reunión ni en la zona Norte ni en la Sur, porque en esos lugares existía una gran concentración de compañeros.

¿Qué cantidad de gente concurrió?

—En realidad estaba convocado el Comité Central ampliado, es decir que además de los miembros titulares, que en esa época eran cuarenta y ocho, se había invitado a los más destacados cuadros que teníamos dentro del movimiento de masas, como es el caso del compañero que el año anterior había dirigido la gran movilización reinvindicativa en la empresa Ford. Además estaban invitados a concurrir dirigentes extranjeros como Edgardo Enríquez del M.I.R. chileno, un integrante de los Tupamaros y un miembro del movimiento revolucionario de Bolivia; en total habría setenta personas.

¿Cuáles fueron las medidas de seguridad que se tomaron en el lugar?

—Nosotros veníamos realizando reuniones con defensa armada desde 1968, esto implicaba desplegar una organización de tipo militar comenzando por disponer un grupo de personas destinadas a contener un posible ataque. Por otro lado, de ocurrir un asalto, desde el exterior estaba previsto un orden de salida en forma numerada para que la retirada no se convirtiera en un desbande. En este caso, como se trataba de una reunión muy grande existía un grupo especial de contención. De todos modos, realizar semejante encuentro, teniendo en cuenta el contexto en que nos encontrábamos, sólo se explica por el sentido de omnipotencia que teníamos. Pensábamos que la estructura clandestina podía resistir cualquier embate.

¿Qué temas se trataron en el encuentro?

—Fundamentalmente evaluar la situación producida después del Golpe, caracterizarlo y debatir sobre la etapa que se avecinaba. La posición que llevaba el buró político consistía en que no se trataba de un golpe más, sino que era el intento final de los sectores de poder en la Argentina para liquidar todo tipo de oposición. Lo que no evaluamos bien fue el tipo de represión que se iba a instrumentar, en este sentido el accionar de los militares realmente nos sorprendió. Además pensábamos que la implementación de un modelo tan impopular iba a generar una reacción en la población y no un repliegue de masas como en realidad se produjo. Lo que ocurre es que en las organizaciones de este tipo se crea un microclima en donde uno cree ser el dueño de la verdad. Nosotros pensábamos que a esta Dictadura tendríamos que enfrentarla por lo menos durante diez años. Y que, luego de vencerla, la salida institucional no iba a tener las características que tuvo el gobierno de [Raúl] Alfonsín, sino que se iba a formar un gobierno revolucionario producto del desplome del ejército a raíz de la lucha armada y de masas, y que debido a la ingobernabilidad del país surgiría la necesidad de formar un gobierno de transición integrado por nosotros junto a los Montoneros, el Partido Intransigente, los radicales de izquierda y otros sectores progresistas.

¿Cuántos días pensaban quedarse en la quinta?

—Teníamos previsto tres días de reunión, pero alcanzamos a debatir sólo la situación internacional, en especial lo concerniente a Latinoamérica. La segunda jornada comenzó a la mañana con el informe de Santucho sobre la situación nacional, para luego comenzar el debate alrededor de los contenidos de ese documento. Cabe destacar que la tesis sostenida por Santucho, expresada en ese trabajo, presuponía que a causa del golpe de estado se iba a producir un salto cualitativo en el proceso revolucionario argentino, esta idea errónea era compartida por la mayoría de los asistentes, de ahí que el clima imperante en la reunión fuera de entusiasmo y exitismo. El único que se permitió disentir fue el chileno Edgardo Enríquez, quien aportó, para sustentar su posición, la experiencia recogida en su país luego de ocurrido el golpe de estado de [Augusto] Pinochet.

Al mediodía, luego de almorzar, nos retiramos a dormir una siesta; recuerdo que me había acostado en el piso usando un borceguí como almohada, y que como medida precautoria no me había sacado la campera donde guardaba los papeles de la organización, los documentos y el dinero. En eso estaba cuando sentí el grito de alarma, lo primero que se me ocurrió comentar fue «no jueguen al lobo«, recordando el cuento del pastorcito mentiroso, pero no acababa de decir eso cuando escuché el primer disparo.

¿Alcanzó a divisar a los atacantes?

—Al tomar conciencia de lo que pasaba me puse los zapatos, agarré el portafolios y comencé a bajar las escaleras en busca del sitio ubicado en el piso inferior, predeterminado por la defensa para un caso como este. En ese momento, alcancé a divisar por un ventanal a una docena de hombres vestidos de civil y armados que se acercaban al chalet corriendo; a esta altura el tiroteo ya era infernal. Una vez reunido el grupo, en el cual se encontraba Santucho, salimos de la casa hacia la parte de atrás guiados por un sargento del E.R.P. armado con un F.A.L. (fusil automático liviano), ya en la calle observamos a unas personas que habían salido de su casa a mirar lo que ocurría. Entonces el jefe de la defensa [José Manuel] Carrizo encaró a estos vecinos diciéndoles que no se asustaran y que se metieran dentro de su casa. Una vez dentro, Carrizo les dijo que precisaba el auto, creo que era un Torino, y que no se preocuparan porque se los iba a devolver; inmediatamente se metieron en el vehículo el sargento, Carrizo y Santucho. Cuando vi que se alejaban sin inconvenientes me quedé más tranquilo y comencé a preocuparme por evadirme yo. Después de dar un montón de vueltas, me subí aun colectivo que me condujo a la estación de Merlo desdé donde tomé el tren hacia la Capital Federal.

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