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Izquierda Diario.- La sesión #53 de Shakira con Bizarrap batió récords de reproducciones en pocas horas. Críticas y elogios se multiplicaron velozmente en la prensa mundial. Pero la canción del descargo de la cantante colombiana, después de su separación del futbolista y empresario Gerard Piqué, generó un insólito debate entre referentes feministas en redes sociales.

Llamativamente, mientras el periodismo mainstream cuestionaba a Shakira por sus expresiones despectivas hacia el padre de sus hijos y su nueva pareja o se sorprendía de que revelara su dolor transmutado en despecho, muchas feministas entronizaron a la cantante como una vindicadora de las mujeres.

El feminismo tuitero parece haber encontrado en Shakira y su hitazo, un empoderamiento femenino que se expresa en burlarse del hombre que la abandonó hace ya siete meses, después de un matrimonio de doce años. Y que incluye el menosprecio y la ridiculización de la joven que es la actual pareja de Piqué.

Un supuesto empoderamiento que se manifiesta afirmativamente por todo el género femenino en la frase más repetida por las partidarias de esta peculiar interpretación feminista: «Las mujeres ya no lloran/ las mujeres facturan».

Aplausos, análisis forzados y consumo irónico feministas

Shakira, que componga lo que quiera. Estamos por la total libertad en el arte. Pero no forcemos los análisis y las interpretaciones para encontrar un combativo feminismo donde no lo hay.

Nunca su producción musical ha sido considerada feminista, sencillamente porque en su repertorio abundan los tópicos del amor romántico heterosexual que el feminismo se empeñó en develar como otras tantas formas engañosas en que se reproduce la subordinación de las mujeres: deslumbramiento, enamoramiento, atracción sexual apasionada, nostalgia en la ruptura, reproches, despecho. No necesitamos que sea feminista para bailar al ritmo de su música, ni tampoco la cancelaríamos por sus letras que reafirman los estereotipos de los que queremos librarnos en nuestras vidas.

El punto no es Shakira, sino esta sobreabundancia de aplausos feministas a la millonaria artista; estos análisis forzados para que su último hit encaje en conceptos teóricos y políticos que supimos construir al ritmo de nuestras luchas colectivas.

Y, por último, el punto también es hasta dónde ese «consumo irónico» que se pretende «de vuelta», con el chiste termina legitimando cualquier cosa sin miedo a que el cholulismo lo salpique.

Tal era la ola que terminé coincidiendo parcialmente con Marta Dillon y Julia Mengolini, dos periodistas feministas con las que, habitualmente, no coincido prácticamente en nada; pero que también expresaron su hartazgo en las redes sociales con este feminismo que parece haberse puesto de moda. Aunque sería bueno preguntarse por las responsabilidades de haber llegado a este punto.

Apenas pasó un mes de que los aplausos, los análisis y el consumo irónico feminista se los llevaran la selección argentina de fútbol y sus «envidiables» familias comodiosmanda. Otres millonaries tomados como modelos de masculinidad deconstruida, de valorización del trabajo de cuidados (?), de parejas amorosas, de mujeres que se hacen respetar, incluso hasta de nuevas paternidades. Todas las expresiones de horror sobre la persecución de las personas lgtbi+ y la subordinación de las mujeres bajo el régimen qatarí, se esfumaron en un santiamén con el triunfo no deportivo de las familias millonarias, cuyos miembros de belleza hegemónica -natural o facturada- nos permitieron entrever sus vidas privadas inasequibles, patrocinadas por marcas francesas de prêt-à-porter.

Tampoco necesitamos que algunas, cuando ya se cansaron de enrostrarnos nuestra falta de sororidad con la exdiputada y actual funcionaria larretista Silvia Lospenato cuando apoyaba el aborto legal, ahora nos expliquen que no tenemos por qué ser sororas con todas las mujeres, para justificar la venganza de Shakira contra Clara Chía. Claramente, nos parece peor robarse el futuro de varias generaciones con la infame deuda externa que hurtar un poco de mermelada.

Avances y retrocesos

Este raro feminismo que irrumpió en el país que parió el NiUnaMenos y la marea verde se solaza en los actos individuales de las vidas privadas de las celebridades. Cómo se comportó, cómo respondió a la prensa, lo que tuiteó, la foto que subió a instagram, la canción que compuso o el gesto con el que festejó un gol… todo es materia para el elogio y el análisis feminista. Parecen aspirar a una sociedad virtuosa, antes que justa. Una sociedad donde todas somos hermanas, unidas por el deseo de venganza.

Pero el feminismo que supimos construir a lo largo de la Historia no es una hermandad, ni una suma de comportamientos ejemplares individuales, sino un movimiento social y político que aspira a transformar radicalmente las estructuras patriarcales que sustentan la discriminación, la desigualdad, la subordinación en la que viven millones de mujeres y no mujeres de millones.

Una inequidad que, vale recordar, no solo existe en Qatar o Irán, sino también -con otras manifestaciones- en los regímenes más democráticos del mundo occidental.

Y ese movimiento social está conformado por alas y tendencias que opinan que ese objetivo de liquidar esa desigualdad, se conseguirá por distintas vías. Aún si pudiéramos decir que coincidimos en el qué, hay muchísimas diferencias entre nosotras sobre el cómo. Por eso también es un movimiento diverso, cuyas tendencias pugnan por imprimirle su orientación al conjunto mediante el debate de ideas, la lucha política, la unidad en la acción y la separación estratégica.

Lógicamente, cuando las mujeres estuvieron a la ofensiva, ocuparon las calles, reclamaron derechos y el movimiento logró movilizar alrededor de sus demandas, esto encontró expresión también en la cultura de masas. Circunstancialmente, por convicción u oportunismo -no importa-, las luchas del feminismo se reflejaron en las producciones artísticas de distinta índole y en los medios de comunicación. Pero cuando el movimiento deja de moverse, se repliega en círculos más estrechos y predominan las tendencias políticas que le imprimen una orientación pasiva y fragmentaria, cuando deja de ser un protagonista de la vida política, entonces, los viejos prejuicios, los estereotipos y los preconceptos vuelven a escena.

Por un mundo donde las mujeres no lloren y nadie facture

Quizás, por la negativa, sea la demostración más patente de que los cambios culturales que se expresan en la adopción de nuevas conductas individuales, están a medio camino entre la moda y las transformaciones estructurales. Aunque, desde el punto de vista de las vidas individuales (de algunos sectores de mujeres de algunas generaciones), las mutaciones sean enormes, esos cambios culturales no se asientan definitivamente sin una transformación radical de esta sociedad capitalista patriarcal en la que vivimos.

Una sociedad en la que la propiedad privada de unos pocos priva a millones de toda propiedad; donde millones de mujeres facturan sumas miserables encubriendo relaciones laborales de explotación para que algunos empresarios y empresarias evadan impuestos. Una sociedad donde las desigualdades no las sufren únicamente las mujeres, sino millones de seres humanos sometidos al hambre, la precarización, la explotación de sus fuerzas capaces de producir todo lo que sostiene al mundo, incluso los lujosos Rolex y las Ferraris que solo unos pocos disfrutan o los Casio y los Twingo de la clase media.

Una sociedad que anhelamos dar vuelta desde sus cimientos. Transformación por la que combatimos colectivamente (por ahora en minoría dentro del amplio y diverso movimiento del que somos parte), las feministas anticapitalistas, socialistas y revolucionarias.