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Publicamos a continuación el artículo de Finlay Scott Gilmour, que responde al de Amanda MacLean, como segunda parte de tres de este debate en torno a los transgéneros, dado a conocer en la revista británica Weekly Worker. –

Contra el determinismo biológico. Una respuesta a “Desconectadas de la realidad” de Amanda MacLean – Por Finlay Scott Gilmour Fuente: Sin Permiso – Publicado en inglés en Weekly Worker.

Recientemente, el Weekly Worker publicó un artículo sobre género y sexo: sobre si uno importa más que el otro y cuál determina la verdadera “naturaleza” de las personas transgénero y de género no binario. Esta defensa de las concepciones tradicionales sobre qué constituye la validez de la identidad de género es un vestigio de perspectivas empirocriticistas y materialistas vulgares sobre el tema. Más aún, sólo ayuda a reforzar nociones reaccionarias de la identidad de género entre marxistas, quienes deberían estar luchando por una concepción sofisticada y altamente desarrollada de la disconformidad de género, y estar en la vanguardia de la lucha por la libertad sexual.

Para empezar, tenemos que hacernos una pregunta importante: ¿son los factores biológicos la causa determinante de nuestra psicología, o está la complejidad de nuestra psicología por encima de nuestra biología? A lo largo de la historia moderna, científicos y profesionales en campos que tratan el cerebro humano y la biología en general han afirmado diferentes formas de entender el concepto de psicología. Pero como marxistas debemos entender con toda certeza que la psicología humana está inherentemente relacionada con la sociedad de clases, y con ella la estructura tradicional de la familia, incluida la heterosexualidad y el binarismo de género, los cuales existen en tanto que producto y motor de esta estructura.

Decir que oponerse radicalmente a las concepciones tradicionales y estructuras del sexo, la sexualidad, el género y las relaciones interpersonales es algo anti-materialista malinterpreta la naturaleza de las relaciones humanas y su desarrollo desde el comienzo de la sociedad de clases. Mi afirmación de que esta forma de determinismo biológico es un vestigio de empirocriticismo puede parecer a primera vista profundamente ingenua. Pero debemos volver al contexto del debate entre marxistas rusos sobre la relevancia de los desarrollos burgueses del marxismo y si estos desplazan al materialismo. Lenin discrepó de los empirocriticistas, Ernst Mach y Richard Avenarius (partidarios del concepto en ciencia) y Alexander Bogdanov (el principal adepto de la idea de empirocriticismo dentro del marxismo). Echemos un vistazo a lo que afirma Lenin sobre la comprensión de la psique humana en el marxismo y el empirocriticismo:

«Si los cuerpos son ‘complejos de sensaciones’, como dice Mach, o ‘combinaciones de sensaciones’, como afirmaba Berkeley, de esto se deduce necesariamente que el mundo en su totalidad no es más que mi idea. Partiendo de esta premisa, no se puede deducir la existencia de otras personas excepto la de uno mismo: esto es puro solipsismo.»

Y Lenin explica este punto de vista:

«Ni una reflexión, ni un atisbo de pensamiento, a excepción de que ‘solo sentimos nuestras sensaciones’. De lo cual solo se puede inferir una cosa, a saber: que ‘el mundo consiste sólo en mis sensaciones’. Es ilegítmo que Mach use la palabra ‘nuestras’ en lugar de ‘mis’. Con esta sola palabra Mach revela la misma ‘indecisión’ de la que acusa al resto. Porque si el ‘supuesto’ de que la existencia del mundo exterior es ‘ocioso’, si el supuesto de que la aguja existe independientemente de mí y de que ocurren interacciones entre mi cuerpo y la punta de la aguja es realmente ‘ocioso y superfluo'», entonces, en primer lugar, el ‘supuesto’ de la existencia de otras personas es ocioso y superfluo.»

Detengámonos un poco más en estas dos citas largas para poder entender la crítica de Lenin al empirocriticismo y cómo se aplica a nuestra discusión. Ante todo, debemos entender el argumento de los empirocríticos en metafísica y, más importante, la concepción del “yo” y cómo vemos la relación entre materia y sensación, esto es, la reacción física. Para empezar, Lenin ataca la idea de los empirocríticos según la cual nuestra existencia está fundamentalmente compuesta de nuestras sensaciones; de que, en tanto que individuo, siento, luego existo. Lo que Lenin indica aquí es que no podemos concebir la materia biológica como separada de la psique que se forma en reacción a tal materia. Lo que podemos extraer de esto es una importante comprensión del materialismo y del análisis del yo: la existencia material es primaria; innegablemente, nuestras reacciones físicas se desarrollan como parte de la existencia de la materia.

Esto, por supuesto, en el campo de las ciencias naturales es una explicación perfectamente razonable, pero debemos dar un paso atrás desde lo “natural” y un paso hacia lo “innatural”: esto es, la existencia de constructos sociales en relación a nuestra psique. Lo natural existe tal y como es –invariable, inmutable– en contraste con lo construido, que existe de forma completamente variable, y sólo en tanto que nosotros permitimos que exista.

Distinción

Aquí es donde comenzamos nuestro análisis del género. Algunos hacen la distinción entre sexo y género, como si se tratara de una gran presa que divide un río. Esto, empero, sólo añade confusión al asunto (trataré el tema del sexo “biológico” más tarde).

¿En qué se basa nuestra comprensión del género? Algunos dicen que es en la disforia de género, aunque la existencia de personas transexuales que carecen de disforia contradice este argumento. Otros dicen que en aquellos que se encuentran en estado de “transición”: es decir, que otros les reconocen por el género con el que se identifican y que por tanto existen de tal modo gracias a las percepciones de otros. Esto también presenta problemas, ya que abre la puerta a muchas preguntas. ¿Entonces alguien que ha nacido y se identifica como hombre pero que tiene complexión y voz femenina no es un hombre? –ya que es la percepción del resto la que debe determinar su identidad–. Este es el primer problema evidente que presenta la concepción tradicional del género, bien resumida en aquello de “Boys will be boys and girls will be girls” –como alegremente señala MacLean–. ¿Hasta qué punto la existencia de uno depende de las percepciones de otros? ¿Y cuán lejos deberíamos llevar esto? Si imponemos normas estrictas en los baños, por ejemplo, de acuerdo al “sexo biológico”, ¿paramos a cualquiera que quiera entrar y le obligamos a mostrar sus genitales? Después de todo, la percepción física está definida por otros: ¿seguro que debemos buscar evidencia empírica antes de permitir que cualquiera entre al servicio?

La cuestión que implica percibir como invariable el funcionamiento de la psicología humana es que se ignoran los desarrollos de la sociedad de clases y su relación con nuestra psique. Es innegable que la realización del comunismo traería una transformación radical de nuestra psicología. No hay ninguna determinación biológica firme en cuanto a cómo percibimos las cosas a nivel consciente: entendemos que lo consciente –esto es, pensamiento independiente– está inherentemente influido por construcciones sociales y nuestro propio desarrollo. Cuando hemos sido criados para ver la heterosexualidad como algo “normal”, entonces nuestra psique reacciona con ira cuando se produce atracción no heteronormativa. El subconsciente suprime la emoción reprimida mediante una forma de catarsis a través del odio consciente de aquello que nos define.

¿Por tanto, cómo se relaciona esto con nuestra comprensión de la psicología y el género en una sociedad de clases capitalista? Lo más importante es que nos proporciona la concepción de que nuestra psique es variable: no nos define nuestra biología; estamos definidos por nuestras influencias sociales. El género existe como construcción social que usa un falso argumento materialista de las “ciencias naturales” para disuadir a otros de intentar analizar la naturaleza del género y la clase.

Hemos sido criados para percibir a las familias nucleares heterosexuales como los pilares de nuestra sociedad, ¿pero cuál es la base de la familia nuclear en los tiempos modernos de la producción capitalista? Uno puede decir que precisamente eso: producción; subconscientemente deseamos tener familias porque la sociedad nos dice que eso significa que alguien nos cuidará cuando enfermemos o envejezcamos. La cuestión es que el desarrollo de la sociedad de clases es intrincado y complejo; el desarrollo exacto de estas construcciones bien puede encontrarse más allá de nuestra comprensión, pero su conexión es fácil de ver.

MacLean insiste en defender el binarismo de género moderno sin la menor idea de lo que conlleva. Cuando nuestros ancestros vivían en tiempos de comunismo primitivo, ¿poseían una definición estricta del género? Existen varias culturas a lo largo del planeta que no son ajenas a la idea de un tercer género –el binarismo de género que hoy conocemos fue en gran medida un constructo colonial sostenido contra las que eran percibidas como culturas “bárbaras” sin la “ciencia exacta” de los colonos europeos. Encontramos este constructo incrustado en la sociedad de clases capitalista y está evidentemente presente hoy en día.

Esto es lo que Amanda MacLean afirma respecto al modo en que percibimos la naturaleza de la existencia transgénero: “Pero la tolerancia y la comprensión de la experiencia transexual fracasarán si están basadas en interpretaciones malas e insinceras de la ciencia”. MacLean también llama la atención sobre algunas ambiguas “vueltas al análisis de clase”, sin darse cuenta de la pobreza y falta de cualquier comprensión real del materialismo en su argumento:

«El hecho de que gran parte de la izquierda acepte acríticamente y regurgite una ideología en la cual los sentimientos subjetivos del individuo triunfan sobre condiciones objetivamente observables es un signo de que hemos abandonado la realidad física, material, en la que se basa nuestra política; y la hemos reemplazado por un individualismo subjetivista ajeno a cualquier análisis de clase.»

Parece que MacLean no se avergüenza de su descarado positivismo: ¿será siempre acudir a las estadísticas nuestro único as bajo la manga? En realidad, el artículo de MacLean se lee simplemente como utilitarismo de imitación: concede la existencia y la validez de las personas transexuales y de género no binario, mientras que renuncia abordar el verdadero problema en cuestión, esto es, la existencia del género por sí mismo. La matematización de la ética, la adhesión a valores numéricos para abstraer conceptos, el postrero intento de racionalización de la ética humana –todos estos son movimientos parte una tendencia histórica hacia el positivismo–. Y, en una expresión teórica que refleja las relaciones de valor, el positivismo y la racionalidad de la sociedad burguesa son una cobertura ideológica –una máscara metodológica que no refleja ninguna búsqueda franca de conocimiento o de la verdad absoluta. Limita todo a su forma –una que consagra la emergencia del positivismo, la burocratización, la estandarización de la sociedad burguesa de su tiempo. Esta vulgaridad está presente a lo largo del artículo de MacLean y lo devalúa a ojos de cualquier marxista leído.

El tufo positivista es frecuente entre radicales feministas anti-materialistas. MacLean hace a las personas trans y a la lucha por su liberación lo que los teóricos burgueses le hacen a la clase obrera: reconocen sus derechos y niegan su lucha; conceden migajas cicateramente y con repulsión mientras se oponen rigurosamente a cualquier verdadera batalla por la existencia de los transexuales.

La reivindicación que MacLean hace de una superioridad “científica” sobre los percibidos como “generistas” –un término acuñado por aquellos que se oponen a cualquier forma de estudio en profundidad de la transexualidad– es justamente lo que revela la vulgaridad del artículo. Volviendo a la presencia de empirocritisimo en la izquierda, la observamos a lo largo de todo el artículo: se escupen estadísticas y cruda evidencia empírica para reforzar lo esencial y el argumento hilarantemente malo de MacLean. Los pequeños retazos de originalidad que existen son, en el mejor de los casos, irrisorios, y destacan la pobreza del análisis empiricocrítico. MacLean no puede desarrollar un análisis exhaustivo del tema, así que depende de la evidencia empírica como el estadista burgués, que se sirve de todos los números de los imaginativos economistas burgueses. Ese es el polo opuesto del método dialéctico.

Transfobia

Ahora que hemos expuesto una crítica marxista meticulosa de la teoría por sí misma, debemos fijarnos en la parte superficial del artículo, a saber: la presencia directa de retórica biológico-determinista y de lenguaje transfóbico. Comencemos con esta cita:

«En otras palabras, un hombre intacto es literalmente una mujer si él mismo cree ser una mujer. Esto se basa en una ‘identidad de género’ autojustificada que, supuestamente, es el único indicador válido del ‘género’ y que se considera que existe independientemente del sexo biológico.»

Ya en el primer cuarto del artículo nos encontramos a MacLean dejando claras sus opiniones sobre la cirugía de reasignación de sexo/terapia hormonal en mujeres trans: son hombres que no pueden trucar su sexo. ¿Es esto lo mejor que MacLean puede ofrecer? ¿Prometer su devoción por la defensa de los transexuales mientras les invalida en la misma frase?

De nuevo, MacLean usa una falsedad total para reforzar su argumento:

«La respuesta de la izquierda no ha sido pelear por los derechos de las lesbianas y otras mujeres y chicas, sino, en la línea de los principales partidos políticos, suprimir el debate y etiquetar a cualquiera que suscite dudas o incluso haga preguntas con acusaciones de transfobia, intolerancia y, extrañamente, fascismo.»

¿Están las principales corrientes de la política burguesa a favor de los transexuales? ¿Qué nivel de disonancia se requiere para pensar tal cosa? La esfera política burguesa utiliza imitaciones de las políticas de la identidad para intentar mantener su relevancia, pero la idea de que la base de los votantes o incluso los líderes del Partido Republicano o de los Conservadores sostienen alguna clase de firme devoción por la existencia trans suena a chiste. La explotación, el abuso y el asesinato de personas transexuales son ignorados por los políticos burgueses. Decir que los políticos burgueses “apoyan” a las personas transexuales es tan irrisorio como decir que los políticos burgueses “apoyan” a la clase obrera mediante concesiones. Nadie niega la explotación y la opresión continuada de las mujeres –hacerlo sería traicionar el fundamento mismo en el que consiste el marxismo–. Pero decir que las personas trans son inválidas, que no están oprimidas por el binarismo de género y por el patriarcado es un chiste.

Esta tradición de “anti-generismo”, activa en la izquierda británica, tiene que parar; de otro modo continuaremos siendo poco más que charlatanes mintiendo a la clase obrera sobre la naturaleza del capitalismo o la realización del comunismo. El marxismo es la ideología de los explotados, los hambrientos, los débiles y aquellos que son pisoteados. La lucha de todos los pueblos contra la naturaleza corrosiva del capitalismo es la lucha que compartimos; y sólo la solidaridad y el apoyo total a la emancipación logrará el cumplimiento de esa lucha.

Esta concepción biológico-determinista de la psique es peligrosa y antimaterialista. Nos porta por el mismo camino que cualquier determinismo biológico en la comprensión de la psicología.