AGENCIA DE NOTICIAS PELOTA DE TRAPO –
Hace mucho tiempo, décadas, se acuñó el concepto de “techo de cristal” para dar cuenta del límite que tenían las mujeres en la escala laboral. En el caso de estas democracias, se parece más una situación de identidad autopercibida que una materialidad política, económica y social. Una democracia de techo bajo es un concepto que intenta dar cuenta de la contradicción insalvable entre democracia y constitución. Aunque parezca imposible, y quizá justamente por eso, las democracias en la actualidad de Latinoamérica tienen como plan desvirtuar el espíritu de la constitución.
La letra de nuestra constitución deja mucho que desear y deja mucho que detestar. Ya lo hemos escrito. Obviamente, en vano. Pero el tema es que las democracias representativas, partidocráticas, de pactos perversos que se autoperciben “frentes”, de aquellos que se odian y maldicen y se autoperciben “juntos”, empeoran lo bueno y mejoran lo malo del texto constitucional. No gobernar ni deliberar sino a través de los representantes, es malo. Pero que no haya plebiscitos vinculantes ni revocación de mandatos, lo empeora. Por eso el pago de la estafa externa y tomar estafa externa, lo deciden burócratas. Que nunca ajustan sus ingresos, hasta que truene el escarmiento y les ajusten la soga al cuello.
El artículo 14 bis es bueno, pero la solidaridad por mandato obliga a los jubilados pobres a darles una limosna a los jubilados más pobres. Versión nacional y popular de “pobres contra pobres”. Ahora la bella palabra “solidaridad” está prostituida y se convierte en un patético reparto de la miseria y de la penuria. Despedir trabajadores por “macristas” es una forma sutil de aceptar tomar trabajadores por “peronistas”. El príncipe que se autopercibe “funcionario” no tiene un fundamento racional, que tiene que ver con el perfil del proyecto productivo. En un reduccionismo caníbal, hace una afirmación racista. “Macristas”. Desde esa perspectiva, no habría mayor macrista que Macri, y por lo tanto más que el abrazo del actual presidente, hubiera tenido que trompearlo. Veremos cuánta impunidad se está negociando en esta democracia de techo bajo.
Una afirmación de Laura Taffetani permite pensar: “En ese sentido, no fueron un detalle algunas cuestiones que no se pudieron zanjar en aquel momento pero creo que lo más complejo, en cuanto a que era lo que le iba a dar eficacia, fue decir el “Estado en la medida de lo posible” -que no era la redacción original-, y finalmente lo que termina saliendo es que todos estos derechos están todos muy bien, pero el Estado se hará cargo si puede, no si debe». IDEP Salud-ATE Argentina. Decir si el Estado puede, es exactamente igual que decir que todo dependerá del capricho del Príncipe. Por lo tanto el Estado no está obligado a garantizar derechos civiles, económicos y políticos, sino tan solo “si puede”. Lo intentará, en el mejor de los casos. Pero si hay bonistas, fondo monetario, acreedores en sus madrigueras, entonces no puede.
Pero sí puede, obviamente porque quiere, pagar sin auditar, pagar sin preguntar, pagar sin averiguar, pagar sin cualificar el carácter “odioso” de lo que paga. Al establecer como mantra incuestionable “crecer para pagar”, estamos condenados al éxito del modelo consumista (que es el consumo por mandato) la híper productividad de lo inútil y lo perjudicial, el endeudamiento interno.
Crecer por crecer sin discutir qué tipo de crecimiento, es una falacia apta para jugar al básquet, pero que nada tiene que ver con el “buen vivir”. Claro que las clases parásitas, usurarias, principescas, no tienen el mismo techo para el buen vivir que las clases trabajadoras, de empresas autogestionadas, de la tierra, de las pequeñas industrias. El “buen vivir” está atravesado por la lucha de clases. Por eso el hecho maldito del país burgués es que hay clases sociales y políticas incompatibles. El consenso y el acuerdo social es la identidad autopercibida que encubre lo estructural de víctimas y victimarios. La tragedia es que los victimarios cada vez más atacan mejor y las víctimas cada vez se defienden peor. O ni siquiera se defienden.
Durante tantas generaciones han dormido con el enemigo que ahora no pueden despertarse. Y el techo bajo de estas democracias lo viven como si habitaran en un rascacielos. Para los que nos acostumbramos a arrastrarnos, el caminar de pie es un privilegio. La cultura represora tiene como otra herramienta de dominación establecer la doctrina del “techo bajo”. El tercer tiempo asesino acotado a la influencia de la familia, la educación, las discotecas. El techo bajo no permite interpelar el modo de producción de cultura que estas democracias del lucro generan construyendo un alucinatorio político social.
Es una catástrofe que las clases humildes, trabajadoras, dignas, generosas, hayan sido contagiadas por los burguesesvirus de las clases explotadoras. Sólo queda esperar, como escribió Ignacio Silone en su novela Fontamara, que “después de tanto dolor, tanta tristeza, tanta muerte, algo hayamos aprendido”. Yo aprendí que nada bueno y mucho malo se puede esperar de estas democracias de techo bajo.
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