Circula una foto de Julián Alvarez siendo un adolescente, junto a su ídolo Lionel Messi, ya un adulto joven. Aunque la cantidad sea poca, igual permite un salto de calidad. Hoy juegan juntos en la selección nacional. Podemos decir que el sueño del pibe en el caso de Julián se cumplió. Y desde ya no es magia. Son excelentes jugadores. Uno consagrado. Otro pronto a consagrarse. Goles son amores, se decía en una época. Y los goles que triunfan nunca mueren.
No creo que sea la frutilla del postre, sino más bien la evidencia de que el postre está pletórico de frutillas. Nada menos que la copa de un mundial. La filósofa y profeta Kelly Olmos lo anticipó. “Ahora importa que Argentina gane el campeonato y nos olvidemos por un mes de la inflación”. La arruinó cuando se disculpó.
La derecha es un delirio eterno. Y todo delirio tiene un núcleo de verdad. Y Kelly lo descubrió. Freud con más consistencia conceptual también: “la gente prefiere la miseria neurótica a la miseria real”.
Sigamos el hilo, como les gusta decir a los cruzados de la Orden de Twitter. La miseria real es insoportable. Los empobrecidos soportan por generaciones pandemias de todas las formas del hambre. Que es un crimen, pero también una política pública. Recomiendo ver “Los juegos del Hambre”, que debe estar en alguna plataforma.
Los “hambres”, que para una minoría no ilustrada pero desmesuradamente adinerada y empoderada es un juego, para una mayoría desmesuradamente explotada y envilecida es una tragedia cotidiana. Cualquier cuestionamiento, relativismo, crítica racional o pasional al Mundial es atacado sin piedad. He leído que me, nos, tildan de “moralitos”. De que no soportamos la alegría del pueblo. De que somos la derecha y su discurso de odio.
En 1978 pasó algo similar. Y también en la invasión demencial a las islas Malvinas. En 1978 hinché por Holanda en la final. Esta vez disfruté cada atajada del Dibu. Pero me preocupa que aun parte de la izquierda participe de este Gran Hermano Mundialista.
Supongo que no pocos y pocas en este preciso momento dejarán de leer estas líneas. Si soportan un poco más, diré que la alegría verdadera es por los logros propios. No por el reflejo de éxitos ajenos. No gana la Argentina. Gana y espero que así sea, el seleccionado de futbol de la Argentina. Que no tiene un solo jugador viviendo en estos pagos.
La Argentina sigue perdiendo, si pensamos que la Argentina es una abstracción pero que son los pueblos los que le dan consistencia a un país. Países ricos con pueblos pobres remedan demasiado a la lógica empresarial prebendaria que nos invade hace un siglo, si no más.
Si alguien todavía sigue leyendo diré que la alegría es por el logro propio, y que la manía es por el logro ajeno. Que se impone como mandato. Entonces no es alegría, que tiene incluso serenidad, sino manía, que es ¡pum pum bien para arriba!!
Y que la magia negra de la cultura represora es lograr que lo ajeno sea vivido, sea sentido, sea percibido como propio. Y la construcción de otro fetiche, donde la parte (la selección de fútbol) sea percibida y sentida como un todo (la Argentina) La misma lógica es usada en las guerras. Intereses de una casta, habitualmente delincuencial y mafiosa, es formateada como intereses y deseos de las masas.
Un mundial de futbol puede ser una causa, pero nunca una cruzada. Si lo es para todos los mercaderes del templo, hoy llamados sponsor, todos oficiales, que encuentran en las publicidades alucinógenas la forma de embaucar al soberano.
Sigo escribiendo con la certeza que ya nadie lee. Y para acompañarme leo a Silvana Melo y no puedo dejar de conmoverme: “Pero nadie nos quitará la alucinación de haber sido felices multitudinarios. Por espasmos. En las tribunas infinitas de esta brujería. Por un pibe adulto y planetario. Que parece jugar el juego de todos en el ajedrez donde fuimos y seremos peones”. Ante tanta bella contundencia, vacilo. Ni yo tengo ganas de leerme. Me alegra mucho que una selección de la Argentina juegue tan bien al fútbol. Y que gane porque juega mejor, y no a pesar de jugar peor, como reza el catecismo resultadista.
Estoy convencido de que si se juega bien se gana mejor. Y esa alegría no pienso ni quiero perderla. Pero no adoptaré la doctrina Olmos (no me refiero a Alejandro Olmos, ni a Sabina Olmos, sino a Kelly). Un periodista me preguntó hace poco qué me conmovía. Lo artificial de las masas en trance maníaco no me conmueve.
Ver a un joven metido dentro de un container de basura buscando algo para comer o algo para vestir o algo para vender, me conmueve demasiado.
Hay pocos pibes, muy pocos, que cumplen sus sueños. Hay demasiados otros que cumplen la cadena perpetua de sus pesadillas. Son los únicos con derecho a alegrarse. Ojalá lo hagan. Pero hacer de esa alegría la justificación de toda una parafernalia carnavalesca donde a falta de pan, bueno es más circo, me parece de una complicidad miserable.
Cuando los ricos vuelvan a sus riquezas, y los pobres a sus miserias, y el lejano eco del gol se haya perdido, quizá alguien vuelva a leer este texto.
Y eso es una pequeña alegría también.
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