Por Alfredo Grande – Fuente: Pelota de Trapo – (Imagen: Jacob Lawrence) –
En el verano setentista, una consigna respondió a las palabras del General: “en su medida y armoniosamente, vamos a armarnos, armarnos hasta los dientes”. Los combatientes que habían derrotado varias veces a los padres e hijos pródigos de la “Revolución Argentina”, que había pretendido entronizar a Onganía como un faraón implacable, no toleraban el giro a la derecha fascista que Perón toleró, propició y luego, ya no pudo controlar. Murió en las vísperas, contrario a lo que el sentido común dice. Vísperas de la masacre planificada de combatientes, de militantes, obreros, profesionales, simpatizantes, adversarios, disconformes.
El tema no es si fueron 30000 o 9000, según la corrección que propone el sistema métrico criminal de la Graciela Fernández Meijide. La masacre de Ezeiza quebró, quizá para siempre, los sueños posibles de una patria socialista, de una patria liberada, de una patria que sepultara los mandatos colonialistas de los poderes de turno. Algo de esto propone nuestro Himno Nacional, cantado y traicionado por la canalla genocida. Patria Peronista y Patria Socialista fueron denominaciones de la lucha de clases. Lucha de clases negada para garantizar la perpetuidad de la casta hegemónica. Lucha de clases invocada, y casi nunca en vano, para perforar el fundante represor de la cultura.
La primera expresión de las limitaciones del peronismo burgués fue escrita el 17 de diciembre de 2015. El artículo se tituló “El macrismo: etapa superior del kirchnerismo”. El macrismo fue la expresión del viraje político del kirchnerismo a la derecha. No supieron, no quisieron o no pudieron planificar una nueva esperanza para el pueblo trabajador. Daniel “el tranquilo” intentó, pero entre los ataques de los ajenos y los sabotajes de los propios, arañó el triunfo sin alcanzarlo. Sigo sosteniendo que “Macri no llegó porque lo votaron, sino que lo votaron porque llegó”. Me refiero a una llegada política. Y que fue ratificada por que varios y varias del arco supuestamente opositores, fueron copartícipes necesarios del saqueo. La desaparición forzada de salarios, jubilaciones, planes sociales, tiene el nombre piadoso de “inflación”.
Cuando las PASO dieron paso a un acontecimiento, era el momento para pedir la renuncia inmediata del Presidente. Obviamente, nuevamente el arco opositor (empresarial, partidocrático, sindical organizado) sostuvo la necesidad de llegar en tiempo y en forma (lo de forma es una forma de decir, obviamente) a las elecciones. Consagrada la fórmula del Frente de Todos (los que están en el Frente ¿se entiende?) nuevamente la espera nada dulce hasta el 10 de diciembre. Lo llaman transición al derrame perpetuo, constante y criminal de los recursos para satisfacer las necesidades básicas, que siguen demasiado insatisfechas.
El hambre sigue siendo un crimen y el macrismo es apenas el ejecutor actual del exterminio de la niñez. El macrismo sobrevivirá, aunque Macri haya perdido. Incluso gracias a eso. Un 40% de votos consensuado con el arco opositor, fumanchú y houdini, redujo la grieta electoral. La devaluación de la política habilita a que la denuncia más seria la haga un experto en informática. Y mientras la denuncia penal avanza, la evaluación política retrocede.
Propongo que haya 364 días de la lealtad y un día de la traición. Todo sería mejor. Porque avise o no avise, la traición también está incrustada en el inconsciente político occidental y cristiano. Una denominación benévola de “traición” es “borocotismo”.
La borocotización anticipó las cabriolas de Sergio “Guasón” Massa. El mismo Alberto traiciona al no votar en el balotaje a Scioli, pero lo lleva como estampita para el múltiple stand up llamado debate. Sus diatribas contra la actual vice presidenta electa cuando era presidenta, son dignas del tutorial de las traiciones edulcoradas. Como bien señala Carlos S La Rosa, el Alberto fue elegido no a pesar de su traición, sino justamente por haberlo hecho. (Opinión 9/6/2019) Hace décadas, el “Luche y Vuelve” fue traicionado por la organización de la “triple A” (alianza argentina anticomunista). Décadas después, Pichetto le presta su cara careta al ícono de otra traición más que anunciada.
Estas cosas, y otras muchas, son las limitaciones del peronismo burgués. Al renegar, repudiar, descalificar la lucha de clases, fomenta el odio de clase. De lo cual la burguesía se hace cargo sin limitaciones, mientras las clases oprimidas siguen luchando para erradicar el mandato suicida de amar a los enemigos.
Veo los ojos de un niño que en el subte me saluda. Mientras la mayoría está en coma electrónica grado IV, ese niño me extiende una mano. ¿Qué hice yo para que ese niño esté donde no tiene que estar, esperando de los que nada puede esperar? Nada. Al menos lo sé. Las palabras no se comen.
Sergio Uñac, gobernador de San Juan, nos sermonea con un Gran Acuerdo Nacional. Maldita memoria. Vienen a mí las palabras de Agustín Lanusse: “Gran acuerdo nacional: un partido que debemos jugarlo todos”. El “todos”, incluso el “todes”, es una potente limitación. Es un ritornelo apenas camuflado de la teoría del derrame. Crecer para consumir. Consumir para crecer, o sea, endeudamiento razonable. La obsesión del crecimiento económico es otro de los delirios de la derecha. Hay defensores del consumidor, pero necesitamos fiscales de los consumidores. Los supermercadistas deben ser saqueados, porque el que saquea a un saqueador, también tiene cien años de perdón.
Las limitaciones del peronismo burgués son la plusvalía que exige el capitalismo. No se trata de combatir al capital, sino de combatir a la clase capitalismo. Que no solamente no es lo mismo, sino que es lo contrario. Pertenezco al sector minoritario de la izquierda. Sea electoral o no lo sea. Pero la rebelión de Chile es también, el regreso de la heroica gesta de Salvador Allende. No traicionaremos todos los logros del peronismo. Pero tampoco queremos someternos a sus propias limitaciones.
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