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Por Claudia Rafael y Silvana Melo / Fuente: Agencia Pelota de Trapo .- Fue la naturaleza la que dijo aquí. Y la machi señaló el lugar que las raíces, las hojas y la savia le indicaron. Entonces la comunidad Lafken Winkul Mapu inició la toma de un territorio no ocupado. Entre el bosque de cohiues y el lago Mascardi, en la bella y desigual Bariloche. Ni el Estado ni los operadores inmobiliarios ni sus secuaces mediáticos comprendieron la importancia de la recuperación de una machi después del exterminio planificado de siglos. La decisión es el desalojo con represiones brutales y las campañas de fabricación de enemigos públicos internos y temibles con el nombre de la comunidad. Ataques, violencia, incendios, provocados por encapuchados a quienes se los etiqueta arbitrariamente y sin pruebas como parte de Lafken Winkul Mapu. En noviembre de 2017 Rafael Nahuel fue fusilado por la espalda en medio de la represión que protagonizó el grupo Albatros. Rafa intentaba huir por la sierra. No tenía con qué defenderse. La pata mediática de la represión llegó a decir que lo mató su propia familia.

Acorralada en esa tierra codiciada por emprendedores inmobiliarios que, en complicidad con el poder político, están dispuestos a recuperar con cualquier herramienta, la comunidad Lafken Winkul Mapu abraza a su machi. Porque siente que acecha el mundo que se yergue alrededor, con armas, medios de comunicación adjuntos y justicia injusta.

Desde mediados de mayo comenzaron a verse vehículos sacando fotos de la comunidad, patrulleros que se instalaban en las cercanías y efectivos que se adentraban en los bosques, disparaban y se iban. En una clara sociedad, empezaron a aparecer en los medios las noticias acusadoras hacia la comunidad. Los hechos eran generados y atribuidos, en una clara construcción del enemigo.

Marcela Cano, integrante de la Multisectorial contra la represión policial en Bariloche y colaboradora de la Gremial de Abogados (que está siguiendo la causa a través de los abogados Laura Taffetani y Eduardo Soares) relata a APe hora tras hora los dos días terribles de la semana pasada. Cuando la policía fue mano de obra de la construcción del enemigo público mapuche ante los escasos ojos azorados que la vieron.

-Miércoles 20 por la mañana. Un hombre en un auto particular toma fotografías y con señas y gritos provoca a los integrantes de la comunidad para que salgan. El mismo día a la tarde, cuatro efectivos, dos con escudos, dos con escopetas, se instalan alrededor, disparan y se van.

-Jueves 21 por la mañana. Llega el canal porteño TN. Toma imágenes desde la entrada y con drones. A las 12 pasa una camioneta con la caja llena de policías. Iba desde Bariloche con destino a Villa Mascardi. A las 14 la camioneta regresa vacía. A las 16,30 policías disparan con armas 9 mm y gritan los nombres de los hombres acompañados de insultos. Una familia de policías se instala en una cabaña dentro del predio, como si fueran turistas, muy cerca de la ruta. En una vivienda que figura en catastro como perteneciente al antiguo Gas del Estado (hoy Camuzzi). A las 18 dos camionetas y cuatro patrulleros, algunos de Bariloche, otros de Mascardi, cortan la ruta 40. Disparan hacia la comunidad. A las 19 pasan María Nahuel, tía de Rafael y su compañero. Ven un auto rojo y policías caminando con un bidón de nafta. Siguen hacia Mascardi y cuando vuelven ven la cabaña en llamas. Desde la comunidad ven el fuego y en la desesperación de que el incendio sea en el bosque, llaman a los bomberos.

-Miércoles 27 de mayo. Se hicieron las pericias ordenadas por la justicia federal de Bariloche. En una causa donde se investiga a la policía provincial de Río Negro. De esa pericia fueron parte como veedoras Marcela Cano y Carolina Alac, integrantes de las mismas organizaciones.

En esa pericia se aceptó el pedido de Lafken Winkul Mapu de que los policías de seguridad aeroportuaria que participaron no llevaran armas ni amenazaran con entrar al territorio en el que vive la comunidad.

Mientras la fiscal de la justicia provincial recorría la cabaña incendiada, sobre la ruta, el representante de Codeci (Consejo de Desarrollo de Comunidades Indigenas) participaba de una reunión junto a Luis Pilquimán, vicepresidente del INAI (Instituto de Asuntos Indígenas) y escucharon los balazos hacia las casas de la comunidad. “Fueron muy claritos”, aseguraron.

Para la machi, Betiana Colhuan, se pudo “frenar a los policías antes de entrar a la comunidad; pudimos resistir. La idea es siempre la misma: un posible allanamiento a la comunidad, con la intención de, ilegalmente, destruir todo lo que hay acá. La comunidad va a resistir hasta las últimas consecuencias. Mujeres, niñas y ancianos están resguardados en el bosque” (La Tinta).

La machi, la autoridad sanadora mapuche, inescindible del territorio. Donde están las plantas, las cortezas y el agua. En 2017 la búsqueda de ese territorio para la sanación del cuerpo y el alma terminó con niños presos en una comisaría. Con mujeres precintadas y una nena mapuche de diez años con las manos atadas atrás. Hoy es presa de una campaña de demonización mediática que los culpa de toda infamia que ocurra en la extensa y árida Patagonia. El infierno y el diablo son mapuche.

La comunidad está asentada en un territorio que cualquiera confunde con un paisaje paradisíaco. Hace demasiado frío allí. El sol sube recién al mediodía. En ese universo, la Lafken Winkul Mapu construye con sus propios tiempos su proyecto de vida. Un toro, una vaca, algunas gallinas, conejos, una huerta. Intentando vivir como mapuche su vida cotidiana.

Ya no tienen herramientas, motosierras y elementos de trabajo diario que les confiscaron, junto a los juguetes de sus niñas y niños, en los allanamientos de tres años atrás.

Será por eso que, relata Gustavo Figueroa, cada vez que la policía anda cerca y dispara, los niños de la comunidad toman los cartuchos de las balas y construyen pifilkas. Un instrumento ceremonial de viento.

Los niños pueden hacer música de aquello que sólo implica violencia. Pueden hacer vida de aquello que es muerte.