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-Buen día.

-Buenos días, ¿es usted el subinspector José María Olmos?

-No, si vuá se el representante de la Mona Jiménez en Buenosaire…

-El Fiscal lo está esperando-dijo el oficial de guardia con gesto adusto- Pase, pase

-Lo citamos por su reconocida pericia para desentrañar casos difíciles. Lo acompañará el oficial de justicia, Gustavo Sinisgalli.

Horas después

-Oíme Gustavo, ¿te puedo tutear? Sos joven.

-Sí, perfecto, mejor-le respondí

-Me dieron ganas de comer unas entrañitas a la parrilla, ¿Conocés algún lugar bueno y barato?

Luego aclaró.

-Es que el fiscal dijo algo de entrañar y me vino el deseo. Además, con el estómago vacío no puedo pensar.

El caso a investigar era en la zona de San Telmo. Así que paramos en una parrillita de la calle México, que yo conocía.

-¡Muy buena la entraña, también la provoleta, las fritas y la ensalada! Les voy a recomendar este lugar a mis amigos de Córdoba.

En la mesa quedaban los restos, y dos botellas de Don Valentín, de las cuales yo sólo había tomado menos de una copa.

-Ahora sí, panza llena, corazón contento. Ya estoy con todas las pilas para echar luz sobre el caso.

-Dígame Gustavo, dónde fue encontrado el occiso?

-Aquí nomás, a unas cuadras. Sobre la calle Defensa

-Calle Defensa, Calle defensa, caviló un momento.

– “Ataque, defensa, ciencia y eficiencia, los principios del pugilato”. Es ahí cuando dos guasos se empiezan a dar tortazos. Se explayó el subinspector cordobés, aficionado al boxeo.

El subinspector “Sherlock” Olmos era de una estatura de 1,65 mts, robusto, de cabello oscuro y tez aceitunada. Había heredado unos ojos grandes y vivaces de su abuela sirio-libanesa Yamila Yadra, quien había alcanzado cierta notoriedad como bailarina de la Danza de los Siete Velos en los años 30 y 40.

-De qué parte de Córdoba es usted, inspector?

-Siempre digo que soy de Villa Allende, como para darme corte, pero soy nacido y criado en Mendiolaza.

-¿Y cuál es la clave para que haya podido resolver tantos resonantes y misteriosos casos? ¿El sentido común?

-No varón yo soy el Enemigo Público número uno del sentido común.

-Me explica.

-Con el sentido común el pescado va directo al anzuelo, el ratón a la trampa. El sentido común lo inventaron los poderosos para engrupir a la gilada.

-Le diré algo-continuó- es importante la observación

-Aja

-¿Viste esa pareja, la que estaba sentada a la mesa al lado de la ventana del bar?.

-¿?

-Están en la primera cita.

-¿En qué se basa para afirmar eso?

-¡Elemental guaso! Se miran, se estudian, y sobre todo, ¡ninguno de los dos presta atención al telefonito!

-Como le decía, amigo-continuó-lo primero es la observación, luego la deducción, después la hipótesis, finalmente, la verificación.

-Brillante el tipo- pensé

Seguimos caminando por la calle Defensa, yo con paso algo vacilante a causa del abundante banquete, y del áspero malbec.

Por allí un rubia despampanante se asomó por un balcón y dijo para sus adentros “los estragos que puede hacer el alcohol”.

-¿Ve a esa rubia, teniente?, seguro que es abstemia, visto el desagrado con que nos miró.

Pasamos el Parque Lezama, el Museo Histórico Nacional, me avergoncé un poco por mi estado y me lavé la cara en un bebedero de la plaza.

Volvimos sobre nuestros pasos hacia el centro, y nos detuvimos en el escenario del crimen. En realidad, en el lugar donde apareció el cadáver.

-Muéstreme las fotos Gustavo.

Se quedó observándolas por un rato. Luego comenzó a escrutar detenidamente la vereda y zaguanes cercanos. Se detuvo en las junturas de las baldosas, en las salidas de las puertas de calle y pasillos, observó a las personas que entraban y salían.

-Mucho detergente por aquí.

Un muchacho de aspecto humilde, prolija y limpiamente vestido entró a un zaguán, y nos miró con recelo

-Tenemos una punta por este lado. Poco sangrado, por goteo, no hay arrastre del cuerpo, no hay caída. Y hay limpieza un tanto culposa.

-Voy a interrogar al chango ese. Ahora vaj a ver. Dijo Olmos.

A los pocos minutos de entrar por el zaguán apareció un auto con chapa oficial del que bajó un hombre trajeado que cruzó unas palabras con el detective cordobés.

-Elemental, guaso. ¡Pegale al chancho que ahí aparece el dueño!

Caminamos unos metros, y entramos a uno de esos típicos barcitos de San Telmo, de impostado clasicismo con posters de poetas y tangueros.

-Caso resuelto, Gustavo- dijo Olmos mientras sorbía con delectación el café expresso-aquí no hay ningún crimen que investigar.

El que salió sangrando de ese zaguán era un cocinero jujeño de nombre Jonathan Mamani, que se cortó un dedo y fue asistido por la Emergencia. Felizmente está fuera de peligro.

-¿Y el muerto, Olmos?

-Elemental, guaso! Cruce de información, en el Juzgado confundieron los comunicados de los móviles de la emergencia.

-Lástima-se lamentó-Esto no aporta mucho a mi curriculum.

-Y cómo es que aceptó esta misión, lejos de casa?

Olmos lanza una sonora carcajada, como quien se autocelebra de antemano un chiste.

-Es que el sábado juega el Tallarín en la Bombonera, así que doblete! Viaje, hospedaje, comida gratis, y encima honorarios profesionales!

Luego agregó:

-Es que también se hace un homenaje a la “Pepona” Reynaldi y al Hugo Tocalli, dos valores del deporte cordobés, que los tenemos medio olvidados.

-Sí, sí, los recuerdo.

-¿Querés venir, chango? Tengo un par de entradas. Vienen unos cuantos amigos cordobeses y va a estar bueno.

-Gracias, me gustaría.

-Podés traer a tu novia, y a mí, puede ser que me de bola la rubia del balcón.

El sagaz inspector encontraría la forma de acercarse a la muchacha. No me cabía ninguna duda.