Espacio Publicitario

publicidad
publicidad
publicidad

Sigo las noticias vinculadas al reclamo de justicia de ustedes desde el primer día.

Mi hija cumple años el 18 de enero y con eso alcanza para dimensionar el horror que sería perderla.

Veo con estupor todo lo ocurrido en relación con la muerte de Fernando y siento la impotencia de lo inexplicable ante el hecho de que tanta gente en el lugar no haya podido evitarlo.

Escucho con pavor a un acusado diciendo que para él “era una pelea más” y me pregunto de cuántas o hasta qué y ahí está otra vez, obvia y dramáticamente nítida, la respuesta.

Uno de los padres dice “no son asesinos, son adolescentes” y me digo que no, que son cientos de miles los adolescentes que transcurren sus adolescencias sin matar a nadie, sin cercar a nadie para medir la fuerza de su brutalidad, sin patada final…

No lo hacen porque sean “adolescentes”, lo hacen porque tal vez desde chicos les hicieron creer que eran “más” algo que los otros, o les enseñaron a confundir brutalidad con hombría o a tratar con saña a cualquier adversario del juego o de la vida.

Tal vez durante las competencias los adultos los vivaban con expresiones como “rompelo” o “matalo”, o les festejaban el juego “rudo”, o sus dotes de “machitos” que “caducaban” a otros y la escalada de violencia la sintetizaban en “no sabés cómo quedó el otro” y en su pobreza mental se sentían victoriosos.

Hijos sanos del Patriarcado, en definitiva, que a lo largo del proceso han evidenciado una falta de empatía de la misma talla que la cobardía y la prepotencia de sentirse “más” o “mejores” que alguien que claramente los supera.

Una madre se lamenta porque el resto de su vida probablemente consista en visitar a su hijo en la cárcel, y sí, tal vez eso les traiga alguna moraleja tardía…

En nuestro país, la discriminación racial está fuertemente asociada a la discriminación socioeconómica y ambas dan contenido a esas falsas creencias de superioridad que el Patriarcado refuerza en sus bestias, los “machos”.

Me entero entonces que ustedes, Silvino y Graciela, son oriundos de la hermana República del Paraguay, que han venido a la Argentina a buscar un futuro mejor y aquí -paradójicamente- perdieron toda perspectiva de futuro y, como argentina, me avergüenzo.

Quisiera poder decirles que los y las argentinas no somos eso, que siempre hemos sido un pueblo pacífico, igual que ustedes, forjado por trabajadores y trabajadoras iguales a ustedes, con esperanzas de un futuro mejor para nuestros hijos e hijas, iguales a Fernando y que nuestros y nuestras adolescentes, viven, estudian, trabajan y sueñan como Fernando y no andan por la vida matando chicos a patadas.

Con la lucha que ustedes llevan adelante y la condena que se avizora (y esperamos), nos dejarán un país un poquito más justo, donde la brutalidad no quede impune ni se disfrace de adolescencia, donde chicos y chicas, iguales y diferentes, puedan divertirse en paz y ustedes sientan que se hizo justicia, como única reparación posible si es que hay alguna reparación posible… y entonces me pregunto por qué a ustedes y, otra vez, me avergüenzo como argentina, de tener que pedirles que me crean que no somos eso…

No somos eso, pero como sociedad, les pedimos disculpas y les damos las gracias.