Por Rolando Astarita (Blog del autor).- Las referencias de Grabois a la noción de contradicción, en el lanzamiento de su candidatura a presidente por la interna del Frente de Todos, tuvieron cierta repercusión en los medios de izquierda. Es que allí Grabois intentó explicar (o justificar) el hecho de haber surgido como referente de los movimientos sociales, supuestamente independientes del Estado, por un lado; y su posterior integración al Frente de Todos y al gobierno de AF, por el otro, diciendo que eso es propio de las contradicciones dialécticas de las que hablaba Hegel o Marx. “No nos tienen que asustar las contradicciones, lo enseñó el filósofo Hegel, lo enseñó el revolucionario Marx, lo enseñó el Papa Francisco”. También: “El que quiera vivir sin contradicciones, [que vaya] a Marte o a esos partidos que hablan de revoluciones que nunca van a ser. Nosotros la vamos a hacer de verdad”.
Desarrollando entonces la idea, sostuvo que los dos polos de la contradicción a la que se enfrenta son, por un lado, su formación dentro de un espacio que indicaba que “había que cambiar el mundo sin tomar el poder. Construir poder popular, con horizontalidad”; y por el otro, “la conciencia de que el Estado estaba en disputa” debido a la asunción de gobiernos de tipo nacionalista burgués en el subcontinente. En base a esto concluyó que “esa dialéctica de la contradicción hizo avanzar la historia. Fue esa dialéctica de la contradicción la que llevó al poder a Evo, a Lula, a Correa, A Mujica, a Néstor, a Cristina”.
El objetivo de esta nota es presentar, de manera sintética, el tema de la contradicción en la teoría de Marx, y sacar algunas conclusiones con respecto al planteo de Grabois.
Distinguir la contradicción hegeliana de la contradicción lógica
Empecemos señalando que Marx distingue dos significados del término contradicción. Por un lado, la contradicción en el sentido en que el término es usado comúnmente, como contradicción lógica. Por otra parte, la contradicción hegeliana.
La primera se basa en el principio de no contradicción. Según este principio, una proposición A y su negación –A no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. Por ejemplo, no puedo decir que Pedro está sentado y no está sentado sobre esta silla y en este momento. Esto es elemental, ya que hace a la coherencia del pensamiento, y Marx no niega este principio. Por el contrario, lo aplica en su crítica a la Economía Política. Por ejemplo, cuando plantea que la aceptación acrítica de categorías como “valor del trabajo” o “precio natural del trabajo” sumió a la Economía Política clásica “en complicaciones y contradicciones insolubles” (pp. 656, t. 1, El capital). Así, es una contradicción –en el sentido del principio de no contradicción- sostener que el valor de cambio está determinado enteramente por el tiempo de trabajo y afirmar al mismo tiempo que el valor de cambio del trabajo es menor que el valor de cambio de su producto (véase pp. 657, ibíd.).
Otro ejemplo lo encontramos cuando critica a John Stuart Mill porque este explicaba la ganancia combinando las teorías, contradictorias, de Ricardo y Senior. Marx señala que Mill “se siente como pez en el agua en el medio de las contradicciones más vulgares” y distingue este tipo de contradicciones de la contradicción hegeliana “fuente de toda dialéctica” (p. 737, ibíd.). Más en general, la contradicción dialéctica no debe confundirse con el amontonamiento ecléctico de posiciones opuestas.
Destacamos que Marx también habla de contradicciones cuando se refiere a la necesidad de superar el nivel de las apariencias. Por ejemplo, en el capítulo 4 del tomo 1 de El capital dedica un apartado a las “Contradicciones de la fórmula general” (dinero-mercancía-dinero’). Como conclusión del examen crítico de las explicaciones comunes sobre el origen de la plusvalía plantea que esta no puede surgir de la circulación, pero es igualmente imposible que no surja de la circulación (véase pp. 201-2, ibíd.). Pero esta aparente imposibilidad lógica se disuelve con la introducción de la compra y venta de la fuerza de trabajo.
La contradicción dialéctica
La contradicción dialéctica, a diferencia de la contradicción lógica, se refiere a polos que son opuestos, y al mismo tiempo, correlativos. Lo ilustramos con un ejemplo: el trabajo, en la sociedad productora de mercancías, es al mismo tiempo trabajo social y trabajo privado. Son dos características opuestas, pero también correlativas, ya que uno es el opuesto del otro. La producción es social –hay una división social del trabajo, el valor es tiempo de trabajo socialmente necesario- pero al mismo tiempo es privada, ya que cada propietario de los medios de producción decide qué y cuánto producir.
Sin embargo, no se trata de dos producciones –no se trabaja en un instante de forma privada y al siguiente en forma social- sino de una única producción que es al mismo tiempo social y privada. Así, los polos privado y social son hasta cierto punto idénticos (son aspectos de una misma realidad, el trabajo) pero opuestos. O sea, la producción encierra una contradicción, ya que lo privado niega lo social. Aunque se trata de una negación determinada. Esto es, no estamos diciendo que la producción es social y al mismo tiempo negando que sea social, sino que ambas características están contenidas en una unidad. Dicho de otro modo, no es lo mismo decir “A es A y no A” que decir “A es A y A no es A”. En el primer caso la contradicción puede caber en una unidad superior (el trabajo es privado y social); en el segundo caso caemos en la contradicción lógica (del tipo “el trabajo es social” y “el trabajo no es social”, al mismo tiempo y en el mismo respecto).
Por eso, en el enfoque dialéctico los opuestos se unen a través del movimiento; en nuestro ejemplo, por el movimiento del mercado y de la mercancía. Es a través de este que los opuestos se desarrollan, pero contenidos en una unidad superior (de nuevo, en nuestro ejemplo, la polarización mercancía / dinero; compra / venta, etcétera).
Grabois y las piruetas de un oportunista
Por lo explicado, lo que dice Grabois no tiene nada que ver con la contradicción dialéctica a la que se refería Marx. Pero tampoco con la contradicción lógica. Es que un movimiento de desocupados, o de trabajadores en el sector informal, que adopta un programa reformista, sin cuestionar la propiedad privada del capital, ni la naturaleza de clase del Estado, no está en contradicción, ni lógica ni dialéctica, con el Estado burgués. Es simplemente un movimiento popular que asume un programa compatible con el sistema de explotación basado en el trabajo asalariado (y por lo tanto abierto a la participación en el Estado). Esto puede ocurrir con orientaciones más o menos nacionalistas, o más o menos estatistas, sin que entre en conflicto esencial con la continuidad de la explotación del trabajo. Como tampoco hay contradicción entre la naturaleza de clase de los Kirchner, Lula, Evo Morales o Mujica; y sus funciones presidenciales en sus respectivos Estados. O entre Maduro, Chávez, Ortega y cualquiera de los “socialistas burgueses” o pequeñoburgueses, o sindicalistas, que asumieron cargos en el aparato estatal a lo largo de la historia, y ese aparato estatal. Por supuesto, se puede decir que casi siempre hay contradicción entre discursos y políticas efectivamente aplicadas. Pero esto es propio de todo liderazgo burgués o burocrático. No hay en ello contradicción “a lo Marx” alguna.
Por lo cual tampoco se puede afirmar que hubo algún progreso significativo de la historia (léase desarrollo de las fuerzas productivas, o transformaciones sustanciales de las relaciones sociales) impulsado por la “contradicción” a la que alude Grabois. Ni se puede decir que tales participaciones provocaran avances en la conciencia de clase y en la organización independiente de la burguesía de los explotados; más bien, ocurrió lo contrario. ¿Qué hay de “contradictorio” cuando los resultados de esas “participaciones contradictorias” en el Estado son la desmoralización y desmovilización del movimiento de masas?
Con mayor generalidad, recordemos que en la tradición del socialismo revolucionario nunca se consideró como una “contradicción” que un socialista reformista asumiera un cargo elevado –digamos, ministro- dentro del Estado burgués. Como decía Rosa Luxemburgo, “con la entrada de un socialista en el gobierno, la dominación de clase sigue existiendo: el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués” (lo hemos citado aquí, a propósito de otro saltimbanqui oportunista).
Enfatizamos: dirigentes sociales u organizaciones de masas que adoptan programas y estrategias burguesas, no están en contradicción con el sistema capitalista. Sus mentiras y discursos fraudulentos están conformes a las formas políticas habituales bajo las cuales se mantienen las relaciones sociales. Lejos de estar en contradicción con el sistema, son parte integrante del mismo. Incluso fungen como sus fusibles en escenarios de crisis y necesidad de renovación de ilusiones. La charlatanería de Grabois sobre la contradicción en Marx o en Hegel es fuego de artificio para disimular una orientación oportunista e impresionar como “un cuadro altamente calificado”. Nada nuevo, después de todo.
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