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CUENTOS QUE NO SON CUENTO – Texto: M.J. Trigo, Ilustración: Martina L.

Cuando las personas no estan mirando cosas extrañas, mágicas e inconcebibles pasan. Pero ¿cómo saber si algo sucede o no, si al momento de ser observada, esa magia desaparece y pasa a formar parte de las cosas mundanas? Solo hay que mostrarla ¿pero cómo? ¿Cómo ver lo invisible?

No todos los días consigo descansar bien. Hay días que el frío, la gente que molesta, los pensamientos, las ganas de caminar me obligan a caminar. Y entonces me levanto y camino. O me paro y miro. Depende de si hay gente en la calle o no, si es de día o no, si me duele el pie o no. Algunas veces tengo hambre y voy a buscar algo para comer. Si es de noche la basura es el único lugar que tengo, siempre y cuando no haya guardado algo. Pero primero tengo que moverme para entrar en calor porque sino las manos se me congelan.  O sino cuando estoy en la burbuja blindada nada me importa, nada me perturba y ya no me pregunto nada, ya no me respondo nada. Ahí es cuando lo que veo, eso que es invisible, sucede o veo que sucede. Los gestos, los desaires, los lamentos, los llantos, fuera de este mundo. Eso que veo, pero que en realidad imagino, que yo sé que no existe, existe porque lo veo. Y lo imprimo en pensamientos. Son las personas pero soy yo y son las cosas, el cosmos del que somos parte.

Pasaba por la vereda frente al Hospital. Me dolía el pie pero últimamente no me querían atender. De forros nomás, gente mala, miserables. No era muy temprano pero ya había mucha gente, muchos autos. Arrastraba una bolsa que había encontrado y que quería revisar en algún lado.

Un grupo de personas estaban paradas, había gente,… bastante. Había como un escenario pero sin escenario, gente muy sonriente, micrófonos, parlantes, cámaras y dos importantes que hablaban, muchos sin importancia hacían como que escuchaban y hablaban.  Cortaban una cinta o regalaban algo o compraron algo, un aparato, un auto, algo. Cosas para la salud. Todos muy agradecidos, pero todos muy incómodos, todos muy sonrientes mirándose y despreciándose. Los importantes se dan la mano, los otros tratan de hacerse ver, buscando ser importantes, montando, todos, un espectáculo visible pero irreal, a los gritos.

Entonces por los parlantes escuché clarísimo, Vos ¿quién te crees que sos? Yo sabía que me hablaba a mí, pero no podía ver quién hablaba. Los importantes hablaban otra voz pero ésta me hablaba a mí. Chiqui, no tengo tiempo para vos, decía. Si estás alerta y estás alegre y tenés plata y estás renaciendo vení conmigo para pasarla bien porque yo soy fuerte y disfruto la vida. No me molestás pero no tengo nada para decirte, me decía la voz.

Hubo un largo silencio mientras todos iban de un lado para el otro como en una ceremonia.

Y la voz del parlante seguía, Si tenés dudas, si te portás mal, si sos débil, si no sabés lo que querés  y solo querés hacerte daño y ser más importante de lo que sos, no me mires, no me molestes, no tengo tiempo para vos, hacé tu vida. Eso me decía la voz del parlante. Debajo, como a otro nivel, se escuchaba la otra, la visible, la de los que importan.

Hubo un silencio, mientras cortaban la cinta y se sacaban fotos y se abrazaban y sonreían. Se daban las gracias y mostraban aparatos y camionetas y estaban felices denigrando, siendo importantes con simpatía.  El silencio invisible me desesperaba y con el pensamiento llamé a la voz, Hoy estoy feliz, soy fuerte, quiero disfrutar la vida. Y mientras la realidad continuaba, la gente se reía y se abrazaban. Chiqui, -volvió la voz – no sos feliz, no sos fuerte y no querés disfrutar la vida. Lo que vos querés es sufrir. No me molestás, pero no tengo nada para decirte. Vos te odias, porque te crees mejor. La gente no te odia, vos te odias. Y vos odias a la gente y provocas que no quieran hablarte, ni estar con vos.

¿Quién te crees que soy? No necesito nada de lo que vos me podés dar ¿por qué crees que necesitás algo de mí? Si yo no tengo nada para vos. Date cuenta. No sé qué querés que te diga. Ojalá tengas una buena vida, si podés.  Si vos no podés yo no puedo por vos.

Otra vez un gran silencio. Me quedé pensando. Era una gran verdad.

Entre tanta mentira los importantes ya se estaban yendo, las cámaras de televisión se estaban guardando, se llevaban los parlantes, la gente se iba satisfecha. Todos habían logrado hacerse ver. A mí nadie me miraba, salvo a veces de reojo con desprecio, con asombro, con espanto, con asco, solo un segundo, talvez. Era invisible. Pero a pesar de eso o exactamente por eso yo sí, lo vi todo, lo visible y lo invisible.

Levanto los ojos al cielo. Bolas de fuego silenciosas, mortales y hermosas atravesaban el firmamento invernal. Es mi mirada inexistente que me muestra lo no visto porque yo no existo y de ese modo lo inconcebible, lo radicalmente nada cobra vida.