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Por Rolando Astarita / Blog del autor.- En ámbitos de la izquierda el acceso de Massa al Ministerio de Economía es leído como un paso más en la sujeción colonial de Argentina a los Estados Unidos. Por ejemplo, en Prensa Obrera se ha afirmado que el nuevo ministro es “agente directo de la embajada de EEUU”; es “un hombre del imperialismo y el capital financiero”; “un alfil de la Casa Blanca” y “un agente de EEUU, la OTAN y el sionismo”. En sentido parecido Jorge Altamira, en Política Obrera, afirma que “Cristina Kirchner entrega el gobierno al candidato de Washington”. Todas definiciones cercanas a las de algunos críticos “nacionales y populares”. Por caso, en Página 12 uno de sus principales columnistas dice que “asumió directamente el hombre de la embajada [de EEUU]”. Asimismo: “Alberto no tuvo coraje para ser inflexible… siguió el camino de entregar el país a los buitres del planeta”.

Dado, además, que Massa tuvo el apoyo de los gobernadores peronistas, de las direcciones de la CGT y la CTA, e incluso de movimientos sociales (Grabois, UTEP), se podría deducir que estos actores, y las cámaras empresarias, los “mercados” y medios de comunicación que consintieron en la movida, conforman un hato de cipayos aplaudidores del “agente directo de EEUU”. El problema es de índole nacional (opresión nacional) y el programa a defender es de liberación nacional.

En entradas anteriores he criticado esta concepción (véase aquí). Crítica que conecta con lo que hemos planteado en la nota anterior (aquí) sobre las raíces de la crisis actual. En forma resumida sostenemos que, contra lo que dice el relato nacionalista, el programa y la política que defienden los capitalistas criollos no es producto de una imposición colonial (por medio del FMI o la embajada de EEUU), sino es expresión de la hermandad de la clase dominante por la continuidad y profundización de la explotación del trabajo, y el funcionamiento del mercado. Y esa no es solo una exigencia de las corporaciones estadounidenses, o de los inversores en deuda argentina, sino también del gran capital nativo y de los capitales criollos medios o pequeños, industriales, agrarios o comerciales. Es el capital en general.

 En la actual coyuntura ese programa pasa por frenar la emisión; reducir subsidios al transporte y la energía; reducir jubilaciones y prestaciones sociales; desenganchar la suba de salarios (en el sector privado o el Estado) de la suba de los precios y del tipo de cambio; mantener una tasa de interés positiva; y aumentar las reservas del Banco Central. A más largo plazo, reducir el aparato administrativo estatal en todas sus instancias (nación, provincias, intendencias); reducir impuestos; bajar los “costos laborales”; flexibilizar contrataciones y despidos, entre otras medidas. Y adecuar las relaciones de explotación y las instituciones burguesas para una inserción en mejores condiciones en el mercado mundial. Las tensiones al interior de la clase dominante se desarrollan en el marco de este acuerdo general.

Por lo tanto subrayamos que el “ajuste” deriva de la necesidad “interna” –esto es, de la sociedad capitalista- de restablecer el funcionamiento del mercado y los supuestos sociales y políticos para una acumulación más o menos “normal”. Los que hoy exigen medidas contundentes en contra de las masas trabajadoras responden a una lógica de clase. Por eso también, la aceptación del ascenso de Massa por parte de la K-dirigencia nacional populista no se debe a que esté colonizada, sino a que no tiene alternativa viable frente a las exigencias urgentes del capital. Esto con el trasfondo de un descontento social creciente que limita aún más su capacidad de maniobra.

En definitiva, la oposición no es en términos de nación (opresora y oprimida) sino de clase: capital / trabajo asalariado. Todo lo que contribuya a desplazar esta centralidad lleva agua al molino del frentepopulismo nacional-burgués.