(APe).- El hombre más rico del mundo, figura estelar del 1% que acumula el 82% de la riqueza global, se elevó cien kilómetros por encima de la tierra, levitó, miró el mundo desde su cápsula espacial, se compadeció de la desgracia de abajo y a los once minutos volvió. La tragedia de la humanidad fue invitada a verlo en directo por streaming, en un anticipo de la alternativa de vida futura que planean los ricos para cuando el capitalismo haya terminado de derruir el mundo. El resto, las mayorías abrumadoras y abrumadas, se quedarán con los residuos de todos los sueños. Con el basural donde se amontonarán las revoluciones y los mundos que se esperaba que contuvieran a todos los mundos.
Jeff Bezos, dueño de la tienda de venta en línea Amazon –gurú de Marcos Galperín en su emporio vacío de Mercado Libre- y de una fortuna de 200 mil millones de dólares, tiene 57 años y la cabeza calva. Su figura puede entronizarse como el rostro amable de la desigualdad brutal. De la violenta injusticia del mundo. En 2020, cuando el planeta era arrasado por la pandemia, Bezos aumentó su fortuna en 80 mil millones de dólares. El viaje a la estratósfera le costó 5 mil millones. Apenas poco más de un 6% de lo que ganó en un año dramático para la humanidad.
A dos minutos de partir –dice la BBC-, “la cápsula se separó del cohete y continuó ascendiendo hacia la línea de Kármán, la ampliamente reconocida frontera del espacio, a 100 km de altura”. Desde arriba, desde la gravedad cero, flotando en su barca y probando cómo se vive lejos de la tragedia de los demás, Jeff se mostró “asombrado por la fragilidad de la Tierra vista desde fuera”.
Once minutos después de esta proeza de la tecnología privada Bezos volvió a la tierra. Todo estaba igual después de esa hazaña pagada para pensar en el salvataje de los privilegiados que no podrán vivir en un par de décadas en el mundo que se cargaron.
Poco menos de 400 millones de niños viven en la pobreza en el globo. Aquí, cerquita, son ocho millones y medio. Siete y medio de cada diez en el conurbano.
Dice el Banco Mundial –un brazo de la ONU, donde se juntan las naciones privilegiadas del mundo pero no lo hacen más justo- que uno de cada seis niños vive en pobreza extrema. Un 20% de ellos tiene menos de cinco años y dos tercios sobrevive en África subsahariana. Donde hoy, además, se mueren de covid porque el Africa fue despojada de toda posibilidad de contar con vacunas. Bezos lo vio 11 minutos desde afuera. Y pensó cómo huir de aquello que fabricaron a pura codicia y obscenidad.
Los 5 mil millones que Jeff dilapidó en su viaje al espacio exterior es más de lo que la Argentina, ahogada por una deuda tomada por los gerentes del sistema, debería pagar este año. A costa del hambre de los casi veinte millones de pobres que comen poco y mal en el país alimentador de esta parte del mundo.
El sueño del hombre más rico de la tierra es fundar colonias para vivir y trabajar fuera de la órbita del planeta. En cápsulas donde no haya pobres ni desgraciados que alteren el ritmo de vida sereno de los dueños del mundo. Que también se apropiarán de una partecita del universo.
El resto se quedará aquí, para que Bezos mire desde arriba, en su reposera cósmica, las inundaciones feroces, los bosques desaparecidos, el Paraná seco, el Africa pauperizada y exterminada, la infancia condenada desde el origen.
Un mundo que, todavía, es posible creer que es salvable. Por las multitudes enormes, mayoritarias, confinadas al afuera de la vida buena para que la disfruten las minorías encapsuladas.
Esas mayorías, estragadas por el hambre y las condiciones indignas de supervivencia, algún día levantarán los ojos. Y mirarán hacia arriba.
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