PALABRA, REFLEXIÓN, ACCIÓN –
Por Leonor Rodríguez (docente) –
“Amarás la gran ciudad y en ella a los niños descalzos que no quieren ser héroes de la miseria…” Jaime Sabines
Para dar inicio a este diálogo escrito sobre educación y sistema educativo y con el cuerpo puesto en este conurbano bonaerense, resulta interesante recibir la mediación de alguien que viene reflexionando desde hace tiempo, como Pablo Pinau cuando comparte la certeza que la Educación es un derecho y el otro se vuelve sujeto de ese derecho.
Ampliando esta certeza, acerco rostros a ese derecho desde la reflexión de María L Torres (allá por el 2003) cuando decía que el derecho no es solo a acceder a la escuela sino a la educación, no es solo a la educación sino a una buena educación, no es solo a la educación sino al aprendizaje, a que ese aprendizaje sea a lo largo de toda la vida y que además el mismo nos permita acceder a él así como también participar de su construcción.
Aquí puedo empezar a desandar mi experiencia de largos años en el sistema educativo y me ayuda a hacerlo diferenciar educación de sistema. La educación es un proceso que desde el conocimiento nos permite socializarnos, ser con otros, mientras que el sistema educativo es la estructura que la pone en danza, en camino y dónde generalmente se imprimen, se inscriben tanto los mejores hallazgos como los peores errores. Este sistema es gestionado, regulado, garantizado por el Estado que, según quien lo represente, cambia de intencionalidades educativas como de libros que tantas veces ni lee.
Ese Estado ampliado incluye a todos los actores que escenificamos y protagonizamos el quehacer educativo y tenemos en nuestras manos el acceso, la permanencia, el egreso de tantos y tantas a los múltiples tramos de este sistema que tiene como pretensión incluirlo. Quehacer que denotará posicionamientos, compromisos, arraigos varios.
Al momento de intentar describir ese quehacer extenso en el tiempo, me surgen imágenes y preguntas. Elijo a estas últimas como andamiaje de esta conversación que sigo sosteniendo con quién lee. Bueno es decir que me voy del sistema con algunas preguntas sin respuestas y que para otras tengo retazos de respuestas que se completan con sumando otras experiencias:
¿La educación es mercancía y el sistema educativo es la expresión capitalista de la misma?
¿La educación se proyecta, se visibiliza en un sistema que tiene en cuenta a sujetos con variados rostros, historias, territorios, procedencias?
¿Nuestro sistema educativo invita, entusiasma de manera inclusiva o solo llega al rango de organizar exclusiones?
¿Nuestra educación es liberadora, transformadora de la realidad?
¿El sistema educativo formal del que somos parte, suma, legitima instancias educativas no formales?
¿Nuestro sistema educativo logra que aprendamos o que olvidemos?
Desde este conurbano profundo, me atrevo a seguir hilvanando pedacitos de respuestas, que desde mi anclaje Freiriano pretenden entrar en diálogo provocando nuevas preguntas.
Muchas veces sentí que para los garantes de este sistema educativo, sin desligarme de mi responsabilidad, la educación es mercancía, es caja de resonancia de un capitalismo que pretende reproducir conocimientos en serie, sin respetar individualidades, diversidades provenientes de los territorios, posibilidades, carencias, pobrezas conocidas.
Creo además, que se vuelve mercancía al momento de primar en el uso de solo un tipo de inteligencia desoyendo las múltiples existentes y entonces echa mano al adiestramiento, la domesticación, la repetición como estrategias de un aprendizaje “igual para todos”.
Sumo un retazo a esta manta de respuestas, los niños que se saben sujetos de derechos con el tiempo no se permiten “matrizar” por un sistema, por educadores que tengan esa pretensión. Por pulsión de vida escapan al molde, exigen ser reconocidos en sus diferencias, diversidades y demandan que las mismas sean vistas como posibilidades y no como amenazas.
Esto implica que el trabajador de la educación se forme, se ponga en estado de aprendizaje permanente, sepa leer al territorio donde el espacio educativo está inserto como contenido a incorporar, se atreva a de construir principios con prácticas conscientes. Cierto es que la realidad social atraviesa al proceso educativo pero está en nosotros que no nos limite, no nos repliegue, sino que nos anime a reclamar lo justo educando para ejercer la justicia y para peticionarla.
La justicia primera que debe circular en nuestros espacios educativos es y debe ser la justicia pedagógica. Todo estudiante tiene que poder aprender y saberse exigido a hacerlo mientras que todo educador debe desafiarse a incluirlo en sus proyecciones como sujeto activo de sus aprendizajes.
En estos raros tiempos donde las fragilidades abundan necesario es no ahondarlas. Acá abro comillas y traigo un pedacito de canción que puede ayudar y dice: “no maltrates nunca mi fragilidad, yo seré la imagen de tu espejo…” (Pedro Guerra).
En este Conurbano en el que vivimos solo visualizo un sistema educativo dinámico, flexible, con articulaciones, con puentes, con recorridos de a pie en barrios, asentamientos, comunidades, que a su vez se vuelven contenidos para el desarrollo de nuestro quehacer educativo.
Creo además que son necesarias puertas abiertas que no sean giratorias donde la vida comunitaria transite, se legitime, se institucionalice, cualifique al sistema que se ofrece.
Mucho para exigirle al gobierno en relación a las dificultades cotidianas con las que nos encontramos pero bueno es poder desafiarnos a diario como trabajadores de la educación dentro de un sistema en el que elegimos no sobrevivir sino vivir para poder irnos de él con mayor dignidad que con la que llegamos
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