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CUENTOS QUE NO SON CUENTO – Texto: M.J. Trigo Ilustración: Mercedes Coifin.

La camioneta blanca se detuvo. El chofer mantenía el motor encendido mientras una mujer de unos 45 años se bajaba con dificultad. Pisando el barro se acercó al alambre tejido y golpeó las manos. Todavía estaba lloviznando. El arroyo, muy crecido, corría a una cuadra y media. Al ratito una joven se asomó a la puerta de la casita.

– ¿Sí?

– Hola. ¿Qué tal, cómo te va? Disculpá que te moleste estoy buscando a… – Y empezó a buscar un papel de la carpeta que llevaba en la mano.

La chica se acercó poniendo cara de fastidio, tal vez para ocultar su desconfianza y un poco de temor.

– ¿Qué quiere?- le preguntó mientras la miraba revolviendo papeles.

– ¡Hola! – dijo nuevamente la visitante impostando un tono de extrema amabilidad. – Estoy buscando… ¡Este es! – puso al frente de todos los papeles, sobre la carpeta, el informe social que estaba buscando. – ¿Esta es la casa de Gladys S.?

– No. Esta es mi casa.

– Si, por supuesto ¿No sabés por casualidad donde vive la señora Gladys?

– No, no la conozco. – Las dos mujeres se miraron un momento en silencio.

La chica le preguntó – ¿Usted quién es?- miró la ropa que traía, un saco de hilo tejido largo y negro, botas negras con apliques de metal pisando incómoda sobre el barro. Tiritaba de frío. Después la chica, miró la camioneta blanca, tenía la caja cubierta y se notaban bultos, mercadería tal vez, algún colchón.

– Disculpáme que no me presenté. Yo soy de Acción Social y estoy buscando la casa de esta señora Gladys. Según tengo entendido está viviendo por acá hace poco. Tiene tres nenes.

– No sé. Hay una paraguaya con tres nenes que vive acá a la vuelta, para el lado del arroyo. – La mujer miró en dirección a donde le señalaba.

– ¿Ustedes están repartiendo cosas? – preguntó la chica.

– Estamos realizando visitas para asistir a las familias que se encuentren afectadas por las fuertes lluvias.

– ¡¿Cómo?! Por acá no pasó nadie. ¿Hay que anotarse? – le dijo tratando de leer los papeles que tenía sobre la carpeta.

– No te entiendo.- le contestó la trabajadora social mientras retiraba la carpeta del alcance de la vista.

– Yo ya fui a pedir a Acción Social algunas chapas porque tengo una toda picada y con lo que llovió estos días se inundó toda la cuadra. Ahora bajó, pero ayer esto era un río. –le dijo – Yo tengo cuatro chicos. Se nos mojaron todas las cosas y a mí no me dieron nada.

Mirando los colchones que asomaban de la caja de la camioneta agregó – Tuvimos que tirar el colchón porque se mojo todo. ¿Usted… no me puede dar uno?

– ¿Vos te acercaste a Acción Social? 

– Sí, fui hace unos meses.

 – No, pero digo ahora con las inundaciones.

– No, ahora no pude.

– ¡Ah, claro! – dijo condescendiente. – ¿Y te hicieron ambiental? El lunes y martes tienen que haber pasado por acá.

– No, no. Yo no vi a nadie. 

– Y… tendrías que acercarte allá, entonces.

– ¿Pero usted no me puede anotar? – su voz tenía un tono suplicante pero sus ojos la miraban fijamente con rabia contenida.

– Yo voy a informar, por supuesto, y seguramente vendrán a hacerte alguna visita en estos días, pero para mayor seguridad acercate vos, por favor, porque en estos días la demanda es muy grande. –, acomodó sus papeles y bajó la carpeta.

Preparándose para irse agregó, – Hay mucha gente que está trabajando, pero no damos abasto. Yo ahora tengo que entregar todo esto y en estas condiciones es muy difícil hacer mi trabajo. Por eso te pido que te acerques a Acción Social. Yo en este momento no puedo hacerte el informe porque hay otras familias que están esperando esto –, le explicó con una sonrisa de vidrio. – ¿Está bien?

– Bueno yo mañana voy para allá como usted me dice. Pero… ahora… ¿usted no me podrá dar un colchón?

La chica le agarró el brazo con suavidad pero con decisión. La mano sucia, huesuda, con manchas de cigarrillo, las uñas comidas. Ni ella sabía si era tristeza o furia lo que sentía. La otra mujer retiró lentamente su brazo con expresión de incomodidad y dio un paso para atrás.

– Mañana andá a Acción Social como te dije y en la próxima recorrida seguramente vas a recibir la asistencia que necesitás. Ahora yo tengo que ocuparme de estas familias. – dijo señalando la carpeta. Dio media vuelta y se alejó caminando con dificultad atravesando el barro tratando de no caerse. A medio camino, y sin detener su marcha, dijo – Hasta luego.

La chica no le contestó, solamente la miraba irse.

– ¡La casilla de la paraguaya se la llevó el agua!-, le gritó.- ¡Es al pedo que vayan!

La trabajadora social se subió a la camioneta como si no hubiera escuchado nada. El vehículo arrancó y se fueron por donde habían venido.