Por Ema Alderete
REFLEXIONES
La violencia de género tiene distintos rostros. Hoy lo sentí cercano, en el barrio, lo sentí en ese entorno silencioso que ante los maltratos, los golpes y la humillación mira para otro lado. Pareciera una brisa sutil que quiere taparte, como una neblina que te envuelve, te arrastra, te hunde, que no te deja levantar la cabeza. Una neblina oscura con personajes bien identificados.
Pero las mujeres nos hacemos fuertes cuando contamos con otras, cuando sentimos que no estamos solas. Los cuerpos tiemblan ante el miedo y a su vez sentimos esa energía que nos hace percibir que podemos salir. Afrontar el miedo, es poner cuerpo, estómago y cabeza, es llenarnos de adrenalina que nos transforma.
Pero la neblina no se va, peleamos por atravesarla, los violentos salen de las baldosas, para defender al compañero machista y comienzan a cuestionar de nuevo a la mujer víctima, la tratan de exagerada, la re victimizan. Es un accionar particular, pareciera que son manada para cuidarse.
La fuerza de nuevo sale de las entrañas, pero no quita esa brisa de miedo que nos intenta atrapar, peleamos contra ella. Pero ya no estamos solas, el problema ya no está dentro de la casa, salió a la vereda, la mujer grita y pide ayuda, los vecinos ya no pueden mirar para otro lado (algunos lo siguen haciendo) y la frase : “lo personal siempre es político” nos vuelve abrigar.
Recordamos nuestras mujeres luchadoras, nos volvemos a decir como una caricia: “que valemos, que no merecemos eso”. Y ahí estamos de nuevo, peleando ya no solo con el golpeador, sino con todos los machos encubiertos que intentan arrasarnos con sus argumentos: “Vos lo buscaste”, “vos sabias que era así”, “vos también lo agitas”. Es la impunidad con la que se manejan para hacernos sentir que no servimos, que no valemos, que nuestras vidas no podrán ser vividas sin ellos y que siempre, siempre las mujeres son las responsables.
Hoy ante un nuevo hecho de violencia (de tantos en este conurbano) siento que no quiero tenerle más miedo a los violentos. No me interesa evitar los conflictos, ya no quiero ser la buena vecina, no me importa que me traten de metida o exagerada, principalmente, no quiero llorar otra mujer muerta víctima de la violencia machista. Seguiré peleando con esa neblina gris y a veces más oscura que intenta que sigamos calladas, con argumentos falsos.
Nuestros cuerpos necesitan de otras mujeres, para afrontar a los violentos, para decir basta. Así lo hicimos, no solo expusimos al violento sino también a los amigos encubridores. El silencio y la complicidad ya no pueden ser nuestro lenguaje.
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