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Por Sonia Aiscar –

Muchos años y demasiadas circunstancias nos separan de aquel momento histórico en que la frase “los únicos privilegiados son los niños” se posicionaba con cierto grado de certeza.

Desde que comenzó la pandemia, niños, niñas y adolescentes (NNyA) han sido el “botín de guerra” de sendas luchas que no se sabe bien a qué intereses responden. “Botín de guerra” decimos, porque no están siendo tenidos en cuenta como sujetos de derechos (algo que también ocurre con frecuencia en el ámbito intrafamiliar, a que negarlo!), “titulares del derecho a la protección especial”, sino como objetos de disputa entre adultos con intereses opuestos.

Si bien puede ser cierto -al menos por ahora y en tiempos de verdades provisorias- que durante la primera etapa de la pandemia fueron NNyA quienes menos enfermaron y murieron de COVID, también es innegable que las nuevas cepas van mostrando variantes desconocidas en la distribución etaria de la morbimortalidad.

Pero además, las disyuntivas simplistas “se enferman – no se enferman”, “burbuja sí – burbuja no”, invisibilizan y por ello mismo minimizan, otra cantidad de consecuencias que la pandemia ha tenido y tiene sobre NNyA.

El aislamiento durante la primera etapa profundizó la desigualdad, fundamentalmente por la repercusión del acceso a herramientas tecnológicas. El receso económico inevitable que produjo la detención o enlentecimiento de las actividades productivas y la suspensión de las actividades en el empleo informal aumentó el nivel de pobreza e indigencia en todo el país, donde la mayoría son NNyA.

Adicionalmente, los temores a enfermarse o enfermar a otrxs recaen fuertemente sobre NNyA. Digamos prontamente que adolescentes y jóvenes han sido estigmatizadxs a lo largo de la pandemia como “inconscientes”, “irresponsables” portadores de una enfermedad que devenía mortal para sus ascendientes (progenitores, abuelxs, etc.) pero ahora, un sector de la sociedad pretende que vayan a la escuela, en forma presencial. No importa en qué condiciones: que vayan!.

Nadie les explica (no hay explicación razonable, por supuesto) por qué se contagiarían en una “fiesta clandestina” y no en un trasporte público atiborrado de gente rumbo a la “burbuja impoluta” con docentes que tienen que correr de una burbuja a otra para ganarse la vida que hoy, más que nunca, disputa su lucha con la muerte a cada instante. Si la moralina tiene nombre que suena a medicamento es bueno saber que nunca ha dado resultados exitosos en temas de salud pública.

Pero además, el reclamo de la presencialidad invisibiliza también otras cuestiones. La primera es que si bien NNyA fallecidxs de COVID no han sido numéricamente mayoritarios, lxs hubo y una vida es una vida!.

Otra cuestión invisibilizada en la discusión tiene que ver con la profunda secuela emocional que puede tener para un NNyA saberse vector de contagio de unx ascendiente que falleció. Tal vez sería mejor garantizar el acceso equitativo a la conectividad.

Al principio, había quienes caceroleaban contra el ASPO por considerarlo como una grave mutilación al aparato productivo, como si creyeran que hay alguna economía que resista a un ritmo de 25.000 enfermxs por día (de los cuales la mayoría son laburantes). Ahora cacerolean por la presencialidad.

Así como es cierto que el caceroleo está agotado como método de protesta y ahora deviene en marginal expresión del odio, también es cierto que las decisiones políticas y sanitarias no las puede rumbear la necedad con cacerola, sobre todo cuando se trata de decisiones sobre la vida y la salud de las personas. Si se suspende la presencialidad (no la educación que sigue en modalidad virtual) y la curva de contagios baja… entonces es por ahí!. No es opinable, ergo, no es caceroleable.

Por otra parte, quienes cacerolean por la presencialidad piensan en chicxs que se movilizan en vehículos particulares y, por lo tanto, el reclamo en sí mismo profundiza la desigualdad.

Finalmente y aún más importante que lo dicho hasta aquí: NNyA qué piensan? Alguien les preguntó que necesitan, les consultaron sobre sus dudas, temores y deseos en tiempos de incertidumbre o seguimos disputando “botines de guerra” de intereses mezquinos?

Tendríamos que escuchar un poco más a quienes van a cargar por años con las consecuencias de esta catástrofe que estamos atravesando. Escucharlxs y tenerlxs en cuenta no sería ni más ni menos que respetar sus DDHH a participar de las decisiones sobre su propia vida.