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CUENTOS QUE NO SON CUENTO – Texto: M.J. Trigo Ilustración: Mercedes Coifin (tiempo de lectura 4:30)

La madrugada era fría y bastante húmeda. La parada del colectivo estaba en silencio. El muchacho de la vuelta, la chica que vende ropa, la señora de atrás de la canchita, los cuatro esperábamos el colectivo que no venía. Amuchados, mirábamos al piso como disimulando que nos acercábamos para darnos calor. Cuando finalmente apareció el colectivo, allá al fondo, todos estiramos el cogote y una electricidad me recorrió el cuerpo: después de casi un mes volvía a trabajar. Una changa que me consiguió mi cuñado.

Mientras sacaba el boleto y me iba  para atrás pensaba, si podría con el laburo, si duraría. Después pensé cuánto me pagarían y si lo harían a tiempo, cuántos días serían y que habría que hacer. El negro le dijo a Ceci  por mensaje. “Que se venga a tal hora, a tal y tal dirección con ropa de trabajo.” Con eso alcanzaba. No era la primera vez que me llamaba de ayudante para alguna obra. Por suerte era cerca.

Cuando llegué era una escuela. Estaba amaneciendo. Éramos cinco. Había que terminar una losa en un patio. No había chicos así que íbamos a trabajar tranquilos. Teníamos que terminar en un día y el patio era inmenso, con tapas de cámaras y bocas de tormenta y un par de boludeces más. Nos tomamos unos mates y empezamos a trabajar.

El sol se asomaba por encima del edificio de la escuela que tenía tres plantas. Al pasar baldes y material iba de la sombra al sol y del sol a la sombra, del frío al calor y otra vez al frío. Al final entré en calor y el sol fue subiendo y ya estaba recontra traspirado. Es lindo trabajar. Lo malo es como te verduguean todo el tiempo, como te hacen sentir que no servís para nada y te tienen cagando de acá para allá.

A media mañana ya estábamos atrasados. En eso apareció un grupo de personas. Salieron de la escuela y se acercaron a donde estábamos trabajando nosotros. Adelante venían una señora de guardapolvo blanco, que debía ser una maestra o la directora de la escuela, y un tipo petisito de sobretodo negro y con las manos en los bolsillos. Atrás unas 5 o 6 mujeres y un hombre. Se pararon a dos metros de donde estaba laburando yo. Hablaban fuerte y se los veía bastante nerviosos.

– ¡Esto está todo mal hecho! -, dijo el hombre a los gritos moviendo los brazos.

El tipo de sobretodo lo interrumpió, – Le voy a pedir por favor que no se exalte. Hable tranquilo. No sé cuáles son los criterios que usted tiene para decir eso. Ya le expliqué que todo esto se hace en base al proyecto presentado en el plan de obra y que a partir de la ignorancia y de hipótesis incomprobables yo no puedo…

– Ah nos dice ignorantes ahora…- dijo una mujer delgada y alta.

– Yo no puedo considerar lo que ustedes me dicen. Acá no hay riesgos independientemente de lo que ustedes quieran creer.  – le contestó el petisito de sobretodo sin sacar las manos de los bolsillos.

Hubo un breve silencio y la directora dijo – A ustedes se les informó lo que se estaba haciendo y en ningún momento manifestaron inconformidad. Por eso me sorprende lo que están diciendo ahora.

– Mi nene va a 2do grado y por lo que nos informó la dire esto es lo que había que hacer y estábamos todos de acuerdo. ¿Qué pasa ahora? – dijo al grupo de mujeres una señora gordita.

Una chica embarazada le contestó bajito- Es que ahora nos enteramos que a los pozos había que rellenarlos y que esto así no se hace.

– Esto que se está haciendo es una alternativa viable y completamente segura. Y en cuanto se termine pueden volver a clase.- Finalizó el petiso con expresión de fastidio. Infumable el tipo. Dijo algo más pero no alcancé a escuchar.

La directora agregó – Cualquier otra cosa demora mucho más tiempo. Eso es algo que tenemos que considerar. Los chicos no pueden perder más días de clase.

Seguían discutiendo. De vez en cuando se escuchaba algún grito indignado, otro se reía burlonamente. Todo política. De a poco se fueron alejando y fueron entrando a la escuela.

Nosotros seguíamos trabajando en silencio. Mientras hacía una maquina más, pensé: ojalá no vengan a decirnos que paremos la obra, no ahora que tenía laburo después de un mes. Todos pensábamos más o menos lo mismo. De todos modos no se pudo terminar la losa ese día porque a la tardecita se hundió el piso en una esquina del patio. Son cosas que pasan. Cuando hay pozos viejos saturados a veces se derrumban. Por suerte estábamos nosotros para taparlo.