La incertidumbre y las certezas
Los sistemas políticos y las instituciones que los sustentan no provienen de un dios legislador omnipotente, ni de dioses o superhombres de míticas civilizaciones (los hiperbóreos, por ejemplo), ni de extraterrestres que después de aterrizar en nuestro planeta dejaron los cimientos del conocimiento que unos pocos “sabios” de la antigüedad transmitieron de manera un tanto críptica a los hombres primitivos.
La humanidad, en su praxis lenta, secular, fue creando y recreando sentidos, modos de relacionarse, actividad y legislación económica, organizaciones político-militares, sistemas de creencias, conocimiento, tecnología. Amplió lentamente el ecúmene, y fue acelerando el ritmo histórico hasta constituir la aldea global en la que hoy vivimos.
Intentar comprender este proceso, en su totalidad y en sus particularidades, es arduo y fatigoso para la mayoría de nosotros. Por otra parte, para lograr una visión panorámica, integradora del todo es como armar un puzzle de conocimientos segmentados, aportados por las autoridades en cada materia. También conocer las perspectivas globales que nos presentan economistas, filósofos, psicólogos, geógrafos, biólogos, físicos, etc, requiere de una gran curiosidad y una voluntad de visitar, de leer y poner en valor los aportes fundamentales de cada disciplina.
Por lo tanto, para millones, para miles de millones, es más sencillo adscribir a una interpretación única, a una verdad revelada, a un dogma indiscutible, y a un ser omnipotente que reduce la voluntad a un único hecho de adhesión a su Palabra.
Hipatia fue una filósofa, científica y matemática que a principios del S. V DC dirigía la Biblioteca de Alejandría, en Egipto. Murió asesinada por un grupo de fanáticos religiosos que luego se encargaron de incendiar y destruir el saber de la Antigüedad condensado en los manuscritos, rollos y papiros de la legendaria Biblioteca. La ciencia era una herejía, y quienes la practicaran debían morir.
El miedo, la incertidumbre, la conciencia de la propia finitud, y las desdichas terrenales encontraban en la fé, una respuesta, que cuanto menos probable era, más cierta parecía: la Salvación.
Claro que no todos se podrían salvar. El ticket era muy caro, y aparte, incierto el destino. Entonces, si serán pocos los salvos, liquidemos a los réprobos, ya que no hay lugar para todos
En el nombre de Dios se cometieron los más horrendos genocidios. Se justificaron las peores injusticias. Se flagelaron y condenaron a miles de seres humanos.
El Progreso
Como lo vimos en los libros del Secundario, el Siglo de las Luces, la Revolución Francesa, otras revoluciones y emancipaciones, parecían poner racionalidad y buen sentido a las formas políticas de la sociedad. Imperfectas, por cierto, pero perfectibles. Valores como la Igualdad y las Igualdades, la Justicia, la democracia, fueron la guía y el parámetro para todas las discusiones.
Un humanismo centrado en el reconocimiento del otro como tal, en la capacidad de dialogar con y no en exterminar al diferente parecía abrir el camino para una elevación del ser humano.
Voltaire, Rousseau, Saint Simón, Proudhon, Marx, etc. estudiaron y reflexionaron acerca de la sociedad humana. Y propusieron modelos más avanzados, más justos de civilización.
Con sus contradicciones, con sus hipocresías, las sociedades burguesas parecían encaminadas en la senda del progreso y el bienestar de la humanidad. Las nuevas clases sociales disputaban poder y espacio para construir una sociedad más justa.
La recidiva
Pero claro, parece ser que algunos principios como la igualdad para todos, la libertad para uno y para los demás, el respeto por el otro en tanto otro, afectaron a poderosos intereses, sobre todo los de aquel país que cree firmemente en su Destino Manifiesto. Que escriben en sus malolientes billetes “In Godwe trust”. Que no toleran que los pueblos, que los países sean lo que quieran ser, y no meros subordinados al poder económico global.
A tal punto llegó su intolerancia, que cuando la Santa Madre Iglesia retomó las enseñanzas de Jesús de Nazareth allá por los años sesenta, no tuvo mejor idea que crear una competencia más amigable con el poder imperial.
Robert Mc Namara, Secretario de Estado en la época de la Guerra de Vietnam, propuso crear lo que se llamó después los “Telepredicadores evangélicos”.
Éstos, con mensajes apocalípticos, con un oscurantismo que daría envidia al mejor inquisidor del medioevo, con una cerrada condena y demonización a todo lo que significara progresismo, ciencia, libertad, comenzaron a captar a amplias masas de población en Estados Unidos. Sus acólitos son fanáticos religiosos del medio oeste profundo, farmers que llevan en la guantera de sus camionetas la Biblia y en el asiento trasero una carabina automática. Son miembros activos de la Asociación del Rifle, devotos cristianos que golpean con igual saña a un negro, a su propia mujer y a sus hijos.
Pero su acción no se limitó al Gran País del Norte: en América Latina proliferan hoy las Iglesias del Pare de Sufrir. Cautivan a amplias masas de excluidos en las ciudades, campesinos desterrados por los cultivos en gran escala, víctimas de toda clase de discriminación y con un horizonte oscuro en su vida terrenal. Con su proximidad, sus pequeños templos en los barrios de empobrecidos ofrecen una falsa contención a personas vulnerables, contención que se transforma en cooptación.
Más aún, y esto es lo más grave, están colonizando a las fuerzas armadas y de seguridad, que dejan de cumplir su función constitucional, para convertirse en el brazo armado de la nueva cruzada, que consiste en liquidar toda expresión política popular, asumiendo la defensa de los grupos económicos, mediáticos y militares que los prohíjan.
Haga usted la prueba de preguntar a estos efectivos armados, ¿a quién debe ud. obediencia, a la Constitución y a las leyes, o a Jesús nuestro Señor?. (O sea al pastor más cercano). La respuesta seguramente le aterrorizará. Pareciera que su consigna es “el pastor es mi Señor”.
Bolsonaro en Brasil, el golpe cívico, militar y policial en Bolivia, el apoyo explícito de estos grupos al criminal Piñera en Chile, y los rituales en escuelas de policía y militares en Perú (ver video) son prueba contundente de esto que afirmo.
Los fusilamientos, los gases, los disparos a los ojos de los manifestantes en Chile, el asesinato de líderes sociales en Brasil, de opositores políticos en Colombia, la represión y los asesinatos durante los cuatro años de macrismo en Argentina, forman parte de esta escalada que recuerda mucho al Terrorismo de Estado que vivimos en los años setenta y ochenta en Nuestra América. Nuevo terrorismo con nuevos consensos.
Qué hacer?
El fortalecimiento de las organizaciones populares, la consolidación de la democracia, de sus instituciones, de la educación pública, junto con políticas económicas inteligentes y a favor del país y del pueblo, son los antídotos más efectivos para frenar esta escalada monstruosa.
El compromiso de cada ciudadano es imprescindible para frenar la orgia de odio e irracionalidad que traen estos nuevos agentes del Establishment económico, político y mediático.
En cada escuela, en cada lugar de trabajo, debemos defender con convicción la legalidad, y los principios de justicia, libertad y equidad que son la base de un mundo mejor.
Amen.*
*Sin acento
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