Por Claudia Rafael y Silvana Melo / Fuente: Agencia Pelota de Trapo.– Minutos antes de las cuatro de la mañana era noche cerrada. El sueño sobresaltado de los habitantes del predio de Guernica fue interrumpido violentamente: algunas niñas y niños fueron llevados fuera, en una carrera contrarreloj contra lo inevitable. Una advertencia de lo que vendría poco después permitió resguardarlos. Otros, la mayoría, debieron quedarse allí. Quedarán tatuadas a fuego en sus memorias las imágenes del horror. De la cacería humana. “Entraron a las 4 de la mañana, estaban los chicos durmiendo, la gente corriendo con los chicos. Nos dejaron tirados, los nenes lloraban y corrían. No veíamos nada. Ellos avanzaron y no les importó nada. Fue horrible ver a los chicos, todos corriendo y llorando”, reconstruye la Red Nacional de Medios Alternativos a partir del testimonio de una mujer en el territorio. La sucesión de fotografías de carne y hueso los acompañarán para todas sus vidas. La quema de casillas al paso firme policial que arrasó con todo. Muy atrás en el tiempo, pisoteada, enterrada, destrozada, queda la esperanza de una promesa de paraíso.
El 13 de agosto decían los niños -para la presentación judicial de las abogadas Laura Taffetani y Carolina Vilchez, de la Gremial de Abogados- que “este terreno nos significa una esperanza, dejar de estar cambiando todo el tiempo y saber que vamos a dormir allí todos los días sin que nadie nos eche. Queremos también un barrio lindo, con lugares donde jugar, con calles como lo están pensando nuestros papás y mamás”. Y que –con la sabiduría de la experiencia históricamente avasallada de la infancia- “venimos a decir que queremos un lugar donde vivir y también lo queremos para todos los chicos y chicas que viven en los terrenos donde estamos”.
Hoy la foto vivencial es otra. Está vestida de disparos. De gases lacrimógenos. De hordas amenazantes montadas sobre cuatriciclos. De 7, 8, 10 policías rodeando a cada detenido en una larga fila, simulacro de ejército en acción. Niñas y niños siguen llorando. No hay modo de endulzar las lágrimas y los miedos. El terror de los gritos. El espanto que irrumpió, como suele irrumpir el espanto, durante la madrugada. Cuando la oscuridad manda. Cuando las pesadillas, reales, concretas, devoradoras, nutren de pánico.
La esperanza desvistió de utopía a 4400 personas, en números que fueron oscilando desde aquel 20 de julio en que un grupo de familias se asentó en el sector 20 de Julio. Y que se completó con la llegada a los sectores llamados “San Martín”, “La Lucha” y “La Unión”. Y con lo que pasó a la historia de estos meses como “la toma de Guernica” se atrevieron a lo prohibido. Su sola presencia hizo tambalear, con una contundencia irrefrenable, los negociados inmobiliarios de grandes operadores financieros y ciertos poderes políticos que negocian por debajo de la mesa. Echaron luz, como reconstruyó esta Agencia en septiembre, la inequidad sistémica: “San Cirano, Malibú, Casuarinas, El paraíso, son apenas un manojo de nombres de elite de los countries del partido de Presidente Perón. Del otro lado, los sin techo, los sin tierra. Los que, como caracoles sin estrategia, deambulan con sus vidas a cuestas”.
Son los pobres
El problema son los pobres. Y el espacio que ocupan naturalmente en la tierra. Un espacio –cualquiera que ocupen- inexorablemente usurpado al privilegio, al sistema que busca un mundo para menos, para pocos. Estén en villas, asentamientos, bajo los puentes, en casillas que se vuelan en los temporales, amontonados en las casas multifamiliares, durmiendo en las esquinas, en los hoteles baratos pero inaccesibles, en las veredas del desalojo. El problema son los pobres. Y no los usurpadores de clases contiguas, desde Roca hasta el ocupante del campito con vacas en terreno ajeno al que defendía de los invasores el fiscal Juan Cruz Condomí Alcorta ante las preguntas del periodista.
Y como los pobres son indigeribles pero a la vez la fábrica funciona prodigiosamente (18 millones y medio cayeron bajo esa línea invisible) las estrategias para su confinamiento fuera de toda frontera blanca son muy creativas. Tanto la derecha reconcentrada como la hegemonía mediática se dio el lujo de asimilar a Guernica y sus 2000 familias exiliadas del sistema y despojadas de todo, al reclamo ancestral mapuche de Mascardi y al conflicto familiar de los ricos de Entre Ríos. Para ellos son todas tomas. Y amenazas a la sacralidad de la propiedad privada. Un símbolo de la inequidad del capitalismo que distribuye la mayor parte de los ingresos y los bienes en el 1% de la población y condena a la mitad a la falta de vivienda, a un sistema de salud colapsado en tiempos normales, a una alimentación pésima y a una educación que generalmente no puede asir a la niñez pobre. Que son seis de cada diez niños y adolescentes argentinos.
El gobernador Axel Kicillof intentó planes de viviendas y subsidios para que la gente no tuviera que ir a ocupar tierras porque no tiene dónde caer con sus huesos en las noches ni plantar una mesa para la comida de los días. Todo se diluyó en la paranoia social de las tomas y el avance sobre la propiedad privada. Se llegó a titular que se les repartirían 50 mil pesos a los que tomaran tierras. Y hay cosas que no pueden jugarse a meses de las elecciones legislativas. Entonces mandó la policía a Guernica al mando del militar Berni. El ministro de Desarrollo, Andrés Larroque, había dicho ayer que “la negociación terminó”, cuando para las organizaciones y las familias la realidad era otra. Berni, que ya tenía preparados los 4000 policías que entrarían a las 4 de la mañana de hoy al predio de 100 hectáreas, salió a pedir la prórroga del desalojo “por cuestiones climáticas”. Dicen que fue una maniobra distractiva típica de la guerra.
De hecho, la secretaria de Gobierno, Teresa García, habló con los medios. Y dijo que el desalojo no tuvo nada que ver con la gobernación. “Manda judicial”, definió. Y hasta enunció el bélico “daños colaterales”. El fiscal se sacó una selfie en medio del operativo, cuando ya había amanecido, la gente había sido corrida y las casillas estaban todavía humeantes.
Detuvieron y trasladaron a La Plata a 27 hombres y 10 mujeres “por el delito de usurpación y atentado y resistencia a la autoridad”. Les secuestraron, según el informe policial, “20 trampas de hierro y un escudo de fabricación casera”. A uno de ellos, “un cuchillo, un morral de tela con bulones y un rebenque”. Con esa logística resistieron a 4000 policías superpertrechados, con escudos, armas largas y cuatriciclos. Los medios masivos hablaban de enfrentamiento.
Más de 1.600.000 habitantes del conurbano están en la indigencia. Seis millones son pobres. El déficit habitacional del país incluye a 3,5 millones de familias. Acumulado durante décadas. Cinco millones de personas viven en las 4400 villas y asentamientos en todo el país, sin servicios básicos ni titularidad de terrenos.
El problema son los pobres, históricamente escondidos de los ojos del buen vecindario. El día que aparecen, que deciden armar un barrio o dos o cuatro que los contenga y donde construir alguna clase de dignidad, el país se rasga las vestiduras. Hace meses que no se puede discutir en el Congreso un aporte vergonzoso de los más ricos para sostener al menos cinco minutos el derrumbe de casi veinte millones de argentinos. Pero los ricos organizan banderazos para nacionalizar su disputa de familia.
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