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Por Carlos del Frade / Fuente: Agencia Pelota de Trapo.- …vos vas a buscar el tornado y de paso matamos a un par de zombis. Me voy a llevar a uno…te mando un video con una motosierra…fíjate como voy a cortar en pedazo bien bien a lo mexicano le voy a dar…que se vayan todos de mi barrio – dice el 8 de octubre de 2020, desde el penal de máxima seguridad de Coronda, en la provincia de Santa Fe, Brandon Bay, de solamente veinticinco años, reconocido jefe de la banda “Los Gorditos”.

El lunes 21 de diciembre, en el sur rosarino, al borde mismo del arroyo Saladillo que separa la ciudad cuna de la Bandera con Villa Gobernador Gálvez, fueron encontrados los trozos y las cabezas cortadas de Jorge Giménez, de 29 años y Víctor Baralis, de 44 años, como si fuera la confirmación de aquella advertencia que quedó registrada en las grabaciones que se hacen desde el sistema judicial santafesino.

Aunque no está todavía demostrada la autoría del hecho, los indicios son fuertes pero más allá de la conclusión legal, es preciso reparar en edades, datos, historias y experiencias adquiridas en otras geografías.

Desde 1976 al presente, las matemáticas juegan a las metáforas en estos atribulados arrabales del mundo. 6 de cada diez desaparecidas y desaparecidos tenían entre 15 y 35 años; 6 de cada diez desocupadas y desocupados tienen entre 15 y 35 años y 6 de cada diez víctimas de homicidios tienen entre 15 y 35 años.

El número de la bestia apocalíptica, el 666 pero que, en este caso, revela la edad de los condenados por el capitalismo: jóvenes menores de 35 años. Cuando por necesidades culturales y biológicas deben protagonizar los cambios, el sistema los marca: los desaparece, los desocupa y los mata.

Matemáticas y metáforas bíblicas de lado, la ferocidad del que ordena usar una motosierra y la disciplina de aquellas otras personas que acatan semejante orden, demanda una pregunta colectiva no solamente sobre las víctimas si no también en relación a cómo fue posible que jóvenes de 25 años hayan devenidos en matadores con estas características.

Las formas de morir de una sociedad muestran, también, las formas de vivir.

Las cabezas encontradas en los contenedores de la zona sur rosarina llevan a los trabajos de investigación de estudiosas mexicanas sobre la violencia narco en aquella nación inmensa, bella y contradictoria.

Karina García Reyes entrevistó a 33 hombres que trabajaron en distintos carteles mexicanos entre octubre de 2014 y enero de 2015.

Ella apunta que “el análisis de las historias de vida de ex narcos arroja luz sobre dichos matices. Los participantes no se ven ni como víctimas ni como monstruos. Ellos no justifican su incursión en el narco como su «única opción» para sobrevivir, como muchos estudios académicos aseguran. Reconocen que entraron al narco porque, aun cuando la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos querían «más».

Al mismo tiempo, “los entrevistados tampoco se ven como criminales sanguinarios, como se les representa en las películas. Los participantes se autodefinen como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal, pero también se definen como personas «desechables». Este sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general de vida hace que valoren poco sus vidas y que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio”, apunta García Reyes.

Y afirma que “éste es un tema clave a considerar en el diseño de políticas públicas. Una tarea central es evitar que más niños y jóvenes se sientan desechables”, concluye.

Mientras las cabezas cortadas amanecidas en contenedores rosarinos alarman sobre el nivel de violencia alcanzada y las matemáticas y las metáforas replican la continuidad del 666, es preciso saber si existe la necesaria conciencia de trabajar en la imprescindible deconstrucción de un sistema que genera seres desechables.

Para que no se repitan las órdenes de tirarle a la cabeza a un bebé o usar una motosierra.

Para que, en todo caso, se repita una sociedad en la que la esperanza aún tiene vigencia y goza de buena salud, a pesar de los pesares.