Massa arrancó su campaña presidencial con un discurso antimacrista flojo de papeles, si de memoria se trata. Complicidades pasadas disimuladas en relatos del presente. Inquietud en la base del kirchnerismo por la tercera campaña presidencial consecutiva con un ex menemista ajeno a su núcleo duro al frente de la lista. El extractivismo y la idea de sacar al FMI echándolo a billetazos.
El camino del «tío vago» hacia el poder -como lo bautizó Massa esta semana- fue largo. La fortuna familiar le daba impulso, pero desde ahí había que construir algo nuevo. Dos trampolines (Boca y la Ciudad), hacían lo suyo, pero para ir por todo se necesitaba construir otra imagen, como explica Hernán Iglesias Illa en su libro Cambiamos. Que Macri pase a ser Mauricio y que su reputación de hombre rico e inescrupuloso mute por otra más empática. Sólo así la derecha podría acceder al poder por vía electoral. De ahí a los globos amarillos, los mates y la pobreza cero, solo había un Durán Barba de por medio.
Eso, de todos modos, no fue lo más difícil. En un mundo en el que es más fácil ganar elecciones que gobernar, era necesario también construir una estructura de poder. La alianza con la UCR aportaría en ese sentido no solo algunos votos, sino también un desarrollo nacional del que el PRO carecía (y que apenas trataba de compensar, como explican Gabriel Vommaro y Mariana Gené, con una construcción “aérea”, es decir, con la postulación de personajes famosos, nuevos en la política, que se presentaban a elecciones en las provincias casi sin tener estructura abajo). Lilita Carrió, por su parte, le daría al cuestionado apellido Macri un waiver republicano y moral para presentarse.
Aún así, no alcanzaba. Cuenta Carlos Pagni en su libro El nudo, que las elecciones de 2013 habían dejado un problema planteado. Ese año, Durán Barba le había aconsejado al futuro presidente que no presentara lista propia en la provincia de Buenos Aires. El cálculo era que, aún si Massa le ganaba al kirchnerismo -como finalmente sucedió-, el hombre de Tigre “no tenía un destino amenazante para él en el orden nacional”. Sin embargo, esto dejó un problema abierto: los diputados que el PRO no consiguió por esta decisión en 2013 (aunque hizo un acuerdo y metió tres en la lista de Massa), le faltarían en el 2015, cuando finalmente Cambiemos llegó al poder siendo minoría en ambas cámaras del Congreso Nacional.
Y acá es cuando el presente – otra vez- se choca de bruces con la historia reciente. Esta semana, el ahora flamante candidato a presidente de Unión por la Patria decidió lanzar su primer spot de campaña haciendo énfasis en lo perjudicial que es el acuerdo con el FMI y responsabilizando a Macri por la situación: «Hace cinco años, el tío vago de la familia fue al prestamista, tomó la hipoteca y la plata se fue de Argentina». Entonces el prestamista -siempre según Massa- “cada vez que viene a cobrar, te pide algo más. Eso es el Fondo. Lo que plantean en el Fondo es pérdida de soberanía. Es no tener más patria. No tener más Nación”.
Sin embargo, el tío vago no actuó solo, sino que tuvo cómplices. Aquella minoría legislativa -debilidad de origen de su Gobierno- fue compensada con creces por los “dadores voluntarios de gobernabilidad” que le votaron las leyes en el Congreso Nacional. Entre ellos, uno de los más destacados es el hoy candidato a presidente Sergio Massa.
El acuerdo con el FMI -aunque no pasó por el Congreso- fue preparado y cimentado por toda una tarea previa para la cual el macrismo contó con una inestimable ayuda. El Frente Renovador, en aquellos años, ayudó a aprobar en total más de 180 leyes, en su mayoría impulsadas por Macri. Entre ellas, el acuerdo con los fondos buitre que inició uno de los ciclos de endeudamiento más acelerados de la historia argentina; la reforma tributaria que benefició a los sectores empresarios; presupuestos de ajuste; el Consenso Fiscal con las provincias; y el acuerdo de “Responsabilidad Fiscal” con los gobernadores. Fue toda una batería de medidas que durante el gobierno de Cambiemos acrecentó los bolsillos de los empresarios, aumentó la pobreza y profundizó la entrega y el sometimiento del país. Un pacto similar realizó el massismo en la provincia de Buenos Aires con María Eugenia Vidal, donde llegó a poner en la presidencia de la Legislatura Bonaerense a Jorge Sarghini del Frente Renovador y también apoyó todo tipo de leyes contra las mayorías.
Ojalá se tratara solamente, sin embargo, de un balance. Como ministro de Economía, Sergio Massa desarrolla su temporada en el quinto piso continuando la tarea de Martín Guzmán, que es la de legitimar la herencia del tío vago, esto es, no desconocer aquella deuda ilegal sino pagarla, aceptando los condicionamientos de ajuste del FMI, cuyos nuevos lineamientos por estas horas se renegocian con Washington, en el marco de una situación muy precaria por la crisis de reservas del Banco Central, la altísima inflación y las tendencias a la desaceleración de la economía.
A la campaña Massa se larga hoy con nuevas promesas: echar al FMI a billetazos. Pagarle hasta que duela para que, dentro de unos cuantos años, seamos un “país libre”. Se trata de un giro retórico para intentar darle algún discurso a un peronismo que se ha quedado vacío de promesas. Pero en el fondo es parte del consenso extractivista que comparte con la oposición de derecha: habilitar el saqueo de los recursos naturales del país para negocio de unos pocos, destruyendo el medioambiente y destinando los dólares que queden a pagar la fraudulenta deuda externa.
La nominación de Massa como candidato a presidente cayó como un baldazo de agua fría en sectores de centroizquierda o quienes se perciben nacionales y populares. La secuencia es acumulativa: por tercera elección presidencial consecutiva el peronismo irá con un candidato abiertamente identificado con las políticas neoliberales de los años `90. Ajeno a cualquier tradición mínimamente progresista, Massa es un histórico aliado de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, pragmático hasta que duela para estar siempre cerca del poder y de fidelidades políticas, por decirlo elegantemente, dudosas. El fracaso del Frente de Todos y el haber bajado a “Wado” de Pedro dieron un contexto aún peor para la recepción de estas operaciones políticas en la base política del kirchnerismo.
Uno -entre tantos- de los que manifestó su desencanto por la candidatura de Massa fue el economista Claudio Lozano -ex candidato y funcionario del Frente de Todos durante la gestión de Martín Guzmán-, quien en un extenso hilo de Twitter denunció los números del ajuste del actual ministro y sentenció que “haber promovido a Massa como candidato presidencial es llamar a votar por el ajuste. Es garantizar que todo el sistema político dominante conjugue el verbo del ajuste. Ajustar, ajustar y ajustar».
Así como él (y más allá de nuestras diferencias de enfoque), son muchos los desencantados que critican este rumbo que, hay que decirlo con claridad, es apoyado por Cristina Kirchner. Fue ella quien en 2015 postuló a Daniel Scioli, en 2019 a Alberto Fernández y hoy mantiene una alianza con Massa. También sus delfines Axel Kicillof o “Wado” de Pedro, quienes comparten este año boleta con el hombre de Tigre.
Párrafo aparte merece Juan Grabois, quien se ofrece como colectora de este proyecto de ajuste, para intentar canalizar el descontento. Se trata de un horizonte muy corto, ya que ya avisó que el que pierde en agosto, “acompaña” en octubre. No es más que una forma de spoilear su voto a Massa para las generales. Nada raro: los diputados de Grabois, todos estos años, apoyaron en el Congreso Nacional las leyes de ajuste y entrega, mientras se borraban de luchas claves como las de docentes o los obreros del neumático, entre tantas otras. Dato clave también: quien habla de los pobres y los sin techo llevará en su boleta al represor de Guernica, Sergio Berni.
La campaña que se inicia, entonces, presenta un gran desafío. Los fracasos de los sucesivos gobiernos, la persistencia infinita de la crisis económica y social y la crisis del régimen político (mientras el peronismo se depara en estos debates, Juntos por el Cambio agudiza su interna y Javier Milei enfrenta un prematuro desgaste), plantean el desafío de una fuerte actividad de agitación, propaganda y organización para fortalecer la alternativa de Myriam Bregman y el Frente de Izquierda. El laboratorio jujeño ya lo demostró: el único voto útil para preparar la resistencia a los poderosos, es por izquierda. Volviendo a las lecciones del pasado reciente, si alguien le puso un freno a los planes de Macri no fue precisamente Sergio Massa, sino la movilización popular que en diciembre de 2017 enfrentó sus ambiciones de «reformismo permanente». Ese es el camino a profundizar, bajo un programa de salida a la crisis en favor de las grandes mayorías, anticapitalista y socialista.
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