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CUENTOS QUE NO SON CUENTO – Texto: M.J. Trigo, Ilustración: Mercedes Coifin.

La semana pasada se rompió el espejo del baño. Estaba colgado de un alambre que lo agarraba por un agujero que tenía arriba, en el medio. El alambre se terminó oxidando y se cortó. Se cayó y se partió en mil pedazos. Por suerte no había nadie en el baño. Justo venía de hacer las compras y escuché el ruido. Extrañado, pensé que había entrado alguien, un amigo… o algún amante de lo ajeno. Pero no, era el espejo que había decidido caerse al suelo.

Traje un cartón de los que tengo junto a la salamandra y junté todos los pedazos. Despacio para no cortarme. Cuando hay humedad estoy todo dolorido. Al hincarme me sonaron los huesos de la espalda. Envolví los vidrios y los puse en una bolsa. Era una belleza ese espejo. Sabri lo había encontrado y lo decoró con pedacitos de azulejos pegados con plasticola y unas cintitas de colores. Con que alegría me lo regaló, tan linda… Ya las cintitas se habían desgastado, se habían desprendido y la suciedad tapaba los vivos colores pero igual seguía siendo un lindo regalo. Qué triste estaba la casa desde que Sabrina se fue.

¿Cuánto costará un espejo? A la tarde paso por la vidriería y le pregunto a Jorgito. Me lavé las manos y me puse a preparar el almuerzo. La luz entraba por el ventanal. Una mañana fría y hermosa de invierno. Uno de esos días en que los rayos del sol son una caricia.

Estaba preparándome unas papas para mí solo. Ya nadie viene a casa. En otros años, para esta fecha, esto era un mundo de gente. La rogativa, el saludo al sol, la música, los preparativos, gente joven y alegre. Los niños del barrio venían todo el tiempo y especialmente cuando se organizaba alguna fiesta. Jugaban correteaban por toda la casa. Antonio te ayudo con esto. Antonio, que querés que haga. Venía gente de Capital. Y hasta del extranjero, de Colombia de Uruguay, Brasil unos del MST solían venir seguido. Me visitaron de México, y hasta de Europa. Vinieron una vez unos muchachos de Francia y un matrimonio, académicos ellos, de Italia, de Bologna. Venían a charlar conmigo, a pasar un momento entre amigos y agradecerle a la Pacha Mama. ¡Qué recuerdos!

Mientras ponía las papas al fuego, de pronto, un pensamiento me invadió. Hoy es el cumpleaños de Amelia. Siempre venía a casa ella y cocinabamos juntos. Venían sus hijos y una vez vinieron sus sobrinos. Una luchadora Amelia. La última vez que la ví fue como hace 6 meses.

Hacía calor y nos sentamos bajo la parra. Estaba como agitada, angustiada, nerviosa.

Tomamos unos mates en silencio. Después le conté que me estaba costando caminar, que estaba yendo al médico y que estaba con algunos problemas en los riñones. Amelia permanecía en silencio. Miraba al cielo, a la parra al piso, a la calle pero por alguna razón no podía mirarme.

Digame m`hijita que le anda pasando. ¿Qué le preocupa?

Mira, Antonio – me dice – Yo te la voy a hacer corta. Me imagino que sabrás lo que se esta diciendo… Lo que esta contando Sabri.

No sabía de lo que me estaba hablando.

¿Sabés o no sabés?, Antonio.- era la primera vez que me gritaba de esa manera.

No, no sé. Hace años que no la veo a Sabrina. Desde que se fue no volvió a visitarme. Así que no sé.

Decime, Antonio, ¿qué relación tenías vos con Sabrina?

Estaba desconcertado.

No sé qué decirte. Vos sabés quién era Sabrina. Era una niñita muy callada pero muy alegre, que la pasaba muy mal. Una familia atormentada por la droga y la violencia. Y un día se quedó y bueno cuidaba de la casa…y…

¿Y…?

…Y cuidaba de mí.

Dejate de pavadas, Antonio. ¿Tuviste o no tuviste relaciones con ella?

Si.

Dudé pero me sorprendió tanto la pregunta que no pude mentir. ¿Y, de todas formas, porque habría de mentir?

Amelia me miraba fijamente. Se escuchaban los pajaritos y el sonido de agua corriendo por algún tanque que se desbordaba. 

Yo me ena…

¡Antonio, 12 años, tenía… 12 años!… dijo parándose.

Sus ojos inyectados en sangre. Inmóvil me miraba. La furia, la decepción, la culpa, el desprecio… el desprecio… y otra vez el desprecio.

De pronto se acomodó el bolso y rápidamente camino hacia el portoncito de madera que daba a la calle. Lo abrió y sin mirarme salió.

Eso fue hace 6 meses.

Talvez la llame hoy que es su cumpleaños, pensaba. Quien sabe, puede ser que se le haya pasado el enojo. En eso reflexionaba mientras almorzaba bajo el sol de junio.

Cuando terminé agarré la bolsa con el espejo y antes de llegar a la puerta… de repente se abrió. Un golpe en la cabeza. Todo se oscureció. Patadas, un fierrazo en las rodillas, un cuchillo en la panza. El espejo que se me clavaba en la cara y en los ojos. En algún momento la sirena de la ambulancia. Ya no veo, casi ni hablo. Eso fue hace una semana. Hoy espero la muerte.