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Por Juan Ignacio Manchiola (*) – Fuente: SON DE TAMBORA 340: COVID-19 – Recursos comunicativos

La pandemia por el coronavirus está destrozando las enclenques certidumbres que mantenían al periodismo en pie. Ha pateado el bastón que permitía al oficio caminar más o menos erguido, más o menos orgulloso. Estas líneas no traerán luz en esta noche informativa, pero plantearán al menos algunas preguntas.

Quienes han caminado con cierto rigor por los descascarados pasillos del periodismo científico saben que hay una sola linterna: el prestigio de la fuente. Ahí está casi todo. La clave, luego, será traducir la complejidad en lenguaje llano. Pero hoy, en estos dos meses de Covid 19, se replican voces inusualmente inarmónicas desde los más celebrados ámbitos de la investigación.

Aquellos que suelen narrar las alternativas de las crisis sanitarias, los que intentan describir la complejidad de las emergencias y los desastres, quienes buscan desentrañar el riesgo, acostumbran agregar a esa certeza profesional otra máxima: siempre es mejor acudir a la fuente oficial. ¿Acaso no venimos diciendo eso en cada foro, en cada manual, en cada ámbito de difusión, discusión y debate?

La brevedad de estas líneas no soslaya, por supuesto, el carácter histórico y político de lo que llamamos ciencia. Tampoco, obviamente, el sustento ideológico de toda política pública. Pero siempre hubo, al menos en la tarea diaria del cronista, un aire de asepsia, una pretensión de objetividad en cada investigador, en cada epidemiólogo, en cada ministro de Salud consultado o citado.

Volvamos para atrás.

«El asintomático no contagia. El barbijo no es útil, es más, es contraproducente. Hay que contagiarse, hay que inmunizarse. Es lo mejor. La inmunidad del rebaño. Es como una gripe común. Tiene una tasa de mortalidad parecida a la gripe. Es consecuencia de la ingesta de animales salvajes. Salió de un laboratorio. Es un invento de tal o cual país con tal o cual intención. El virus sobrevive X tiempo en X superficie. El coronavirus permanece en el aire. Mejor sí usar tapabocas. El rebaño se nos muere. Hay que hacer cuarentena y lo más cerrada posible. La tasa de mortalidad es más alta que una gripe estacional. No hay certeza sobre cuánto sobrevive en objetos…»

Leemos o escribimos, contamos y nos cuentan sobre las crecientes novedades del coronavirus minuto a minuto, hora tras hora, día tras día. La tiranía de la noticia llevada al extremo del precipicio.

¿Pero qué es hoy una buena fuente?

¿Cuándo lo es?

¿Quién debe decir qué, cuándo, cómo, para qué?

Si lo único más o menos real parecen ser los números que registran afectados, muertos, recuperados.

¿Dije real?

Quiroga, en ‘El almohadón de plumas’, optó por usar la ciencia para explicar el horror. Hoy, esa pretensión se replica como en un juego de espejos distorsionados.


(*) El autor es periodista especializado en temas de salud y medio ambientales.