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Por Alfredo Grande / Agencia Pelota de Trapo

Dedicado a mi hermano-amigo Oscar Ciancio en su cumple vida

(APe).- Acompañados por la pluma bella y penetrante de Silvana Melo, podemos preguntarnos: “¿Cuántas infamias entran en una infamia?”. Parafraseando al tango, la forma más bella de sostener el machismo, puedo decir que “las pruebas de la infamia las tengo en la maleta, las trenzas de mi china y el corazón de él”. El tango es “A la luz del candil” y es política explicita. Hoy la maleta es la memoria histórica. Lamento pensar que no todo está clavado en la memoria, más acá de la hermosa canción plegaria de León Gieco. Silvana escribe y seguramente le tiembla el pulso, pero igual escribe: “El derrumbe que dejó el gobierno anterior y la pandemia que arrasó los harapos de la economía hundieron en la pobreza a poco menos de la mitad de los argentinos y a 6 de cada 10 niños. Y determinó que la clase media, por primera vez en décadas, cayó por debajo de un tercio de la población. Hace apenas 46 años, un segundo en la historia del mundo, se registraron apenas un 8% de pobreza y las tasas de desempleo y desigualdad más bajas de la historia. El país fue otro y no hace tanto. Y la destrucción tiene responsables con rostro, nombres e impunidad. El 40,9 % del INDEC implica 18 millones y medio de argentinos pobres. Y 4.800.000 indigentes. La indigencia, seamos claros, es hambre. Es no llegar a una alimentación suficiente para la vida. Casi 5 millones de personas”. O sea: es llegar a una alimentación suficiente para la muerte.

Si los medios, más o menos masivos, más o menos reaccionarios, más o menos retroprogresistas, dieran los índices de mortalidad por indigencia con la misma insistencia que dan las cifras de contagiados por covid, quizá la deconstrucción del sentido común al modo de “siempre habrá pobres entre ustedes” podría ser subvertida. De todos modos, lo único seguro es que no hay nada seguro. En eso se apoya el discurso de la “inseguridad”, que está instalada en las grandes mayorías y en las honestas medianías.

No es casual que Chocobar pida ser juzgado por un jurado popular, Sin embargo, dime como caratulas y te diré que piensas: “Los jueces Daniel Morín, Patricia Llerena y Mario Magariños rechazaron por «inadmisible» el recurso presentado por el abogado defensor del policía, quien está imputado por el «homicidio agravado en exceso del cumplimiento del deber». Cumplió su deber pero se excedió. ¿Cuál era su deber? Hay pruebas de esa infamia lo que no impedirá alguna forma de impunidad. Supongo que también podría juzgarse a los gobernantes que gerencian al capitalismo por cumplir su deber en exceso. O sea: garantizar el lucro de las megas corporaciones. El exceso sería, en el mejor de los casos, la sentencia de muerte para millones de personas.

El tristemente célebre “costo social del ajuste” que enarbolara el virrey Cavallo, hoy muestra su rostro más feroz. Para cuidarse hay dos recursos no negociables: quedarse en casa y seguir pagando estafa externa. O sea: la fábrica de pobres nunca se acaba.

En la década de Menem, prócer liberal nacido en Anillaco, que pronto tendrá su busto en la casa rosada, el periodista Horacio Verbistky acuñó el concepto de “pobres contra pobres”. O sea: la cultura represora logró invertir la lógica de la lucha de clases. La guerra de pobres contra muy pobres es una estrategia central del fascismo económico y político. Pero me interesa remarcar que decir pobres implica cierto grado de cosificación. De un ser cristalizado. La estrategia es sostener el proceso de empobrecimiento lícito y de enriquecimiento ilícito. Los empobrecidos (millones) y los enriquecidos (miles) son la evidencia de la clausura de la lucha de clases y su reemplazo por la tregua de castas. Villa Itatí y Puerto Madero.

Una de las pruebas de la infamia que llevo en la maleta es el impuesto a la riqueza, cuya identidad autopercibida es “aporte solidario”. La solidaridad del enriquecido es como el vino malbec de Drácula: la sangre. Lo interesante es que algunos de sus promotores tendrán que pagarlo. Lo que no es justo. Apenas miserable. Porque es un porcentaje raquítico y por única vez. Hay otro impuesto denominado IVA (impuesto al valor agregado). Grava en un 21% incluso a los alimentos de la canasta básica. De tan básica, apenas alimenta. Es el denominado IVA ampliado, otro invento del ministro de economía del prócer de Anillaco. Y se paga todas las veces. Pero la tregua de castas permite hacer gárgaras con la igualdad mientras se mantienen los buches con un ingreso mensual para los trabajadores que es miserable en dólares y también en pesos. Éramos muchos y la abuela sigue pariendo.

La cámara de diputados aprobó una ley en la cual el Ministerio de Salud podrá establecer cláusulas o acuerdos de confidencialidad acordes al mercado internacional de las vacunas. Dos palabras estremecen: confidencialidad que me suena a clandestinidad y mercado internacional. Parece que hay un pacto perverso entre covid 19 y neoliberalismo. Lo interesante es que hay vacunas contra el hambre y no requiere cláusulas de confidencialidad y mucho menos están sujetas a mercado internacional. Su nombre registrado es: alimentos. Los producimos en escala pero entre 10 y 20 millones no disponen de esas dosis. La sentencia del economista Aldo Ferrer fue invertida. De vivir con lo nuestro a morir con lo nuestro. Incluyendo los incendios como deforestación salvaje. Pero siempre hay una luz al final del túnel.

Los empobrecidos declaran la guerra a los enriquecidos y lo justo vencerá a la justicia. Lo verdadero a lo falso. El coraje a la cobardía. La fidelidad a la traición.

Entonces las infamias serán arrasadas y una victoria sin final, al decir de Gregorio Baremblitt, será posible. Por la simple razón de que es necesaria.