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Por Alfredo Grande / Agencia Pelota de Trapo

Hemos insistido en la necesidad de que ciertos hechos, por su magnitud, repercusión, impacto social, no sean meramente descriptos. Tampoco condenatorios. Mucho menos declarativos y grandilocuentes. El alucinatorio político social se nutre de esas reacciones para sostener un Gatopardismo de cuarta generación. O sea: “no cambiar todo, para que casi todo siga igual”. No cambiar todo: ni siquiera el maquillaje de un acto revolucionario. Apenas cambiar de lugar los muebles sin siquiera comprar un sillón o vender una mesa. Casi todo siga igual: hacer fuerte hincapié en el paso de baile recién aprendido, aunque la performance artística sea lamentable.

Con estos ornamentos, pretendo realizar un análisis institucional de las patotas uniformadas. Para muestra basta un botón si el botón es un analizador. En este caso, un analizador histórico que permite atravesar lo convencional encubridor para bucear en el fundante descubridor. Todos estos ornamentos son necesarios para los que intentamos el pensamiento crítico. Que en tanto crítico no admite ninguna forma del pensamiento único. Sea laico, clerical, de izquierdas o de derechas.

Empiezo por una analogía que no es una identidad. Pero arrima el bochín. En una época las barras bravas eran un parte de las hinchadas. Tenían sus lugares de privilegio en la tribuna y dirigían las diferentes estrategias para alentar al equipo de sus amores. Hoy las barras bravas son una nueva realidad, totalmente autónoma de las hinchadas. Barras bravas como rompehuelgas, barras bravas como emprendimientos recaudatorios, barras bravas como sicarios de los dirigentes más encumbrados. En otros términos: el proceso de institucionalización de las barras bravas ha decantado en un instituido burocratizado denomina Barras Bravas. Aunque el nombre aún sea el mismo, se han distanciado absolutamente de su origen.

Las policías han sido siempre las barras bravas de los gobernantes de turno. Municipales, provinciales, nacionales. Mano de obra más o menos barata, pero con líneas de créditos accesibles de nula devolución. Algunos llaman a esto coimas. En lenguaje depurado: cohecho activo. Estas barras bravas eran denunciadas cuando actuaban con más autonomía de la necesaria. De ahí surge el delirio político de la manzana podrida. En un taladrante artículoClaudia Rafael escribe “Una vez más, hay que poner sobre la mesa una vieja anécdota que tiene más de 30 años. Cuando Luis Brunati era ministro de Gobierno de Cafiero, en tiempos en los que no existía el ministerio de Seguridad. Y que esta Agencia reconstruyó en una nota publicada en 2017. “Alrededor de la mesa, junto a Brunati, se sentó un grupo de comisarios. Con la voz baja, como se estila en ocasiones, le dijeron: Tenemos unos obsequios para usted, una Itaka, un ovejero alemán adiestrado, porque usted va a necesitar seguridad. Y le ofrecemos un aporte mensual, porque usted sabe que los recursos en política son necesarios´. Además de las palabras, le pasaron un sobre. Brunati dijo que no”. A menos de un año, producto de las presiones, terminó renunciando».

Evidencia que las barras bravas tenían no sólo vuelo propio sino aviones y aeropuertos. Voy a la primera hipótesis que es la más benigna. En la Argentina hay cuatro poderes: Ejecutivo, Judicial, Legislativo y Policial. Las hegemonías van cambiando.

En el olvidado “Navarrazo” un comisario destituyó a un gobernador legalmente elegido con los ritos de la religión democrática. Obregon Cano fue arrojado de su gobierno y el Presidente de la República dijo que era un tema provincial. Como cuarto poder de esta no tan nueva y tampoco tan gloriosa nación, el Policial ha tenido décadas para institucionalizarse siendo los diferentes poderes políticos copartícipes necesarios. Recuerdo una frase del ministro Righi en la primavera camporista. Hablando con el jefe de la policía federal le dijo: “cómo vamos a reprimir al pueblo, si éste es su gobierno”. Y mandó quemar todos los archivos de la militancia que estaban en poder de la SIDE. Como escribió Enrique Santos Discépolo: “fiera venganza la del tiempo, que te hace ver deshecho lo que uno amó”.

Décadas después Esteban Righi era desplazado por pretender investigar a Boudou, el Amado. En la actualidad de nuestra política, hemos dejado la terminología de “planteos” y en lo absoluto de golpe de estado. A menos de transitar un momento psicótico. Propongo hablar entonces de “coscorrones de estado”, ya que la idea de golpe tiene resonancias violentas. El primer punto de los 14 que la policía de la provincia de Buenos Aires le planteó al gobernador es: «No habrá ningún tipo de represalia de tipo sancionativa para el personal que concurra a alguna de las convocatorias pacíficas realizadas a los efectos del presente petitorio en el ámbito de la provincia de Buenos Aires». He aquí un brillante ejemplo de lenguaje convencional encubridor.

Poner en letras de molde el reclamo salarial y tener el cinismo de calificarlo de legítimo, nos obliga por deseo a trascribir este párrafo de un brillante artículo de Carlos del Frade: “Fabián Belay, también dice lo suyo y es imprescindible escucharlo: -Las vidas de los pibes son descartables y el narcotráfico cambió la geografía de los barrios populares… En pandemia, primero se atendió la necesidad alimentaria en forma intensiva con muchos programas, pero nos fuimos encontrando al transcurrir con un montón de situaciones. Y si bien hay presencia del Estado, lo que está en crisis es el modo de estar presente. La situación en los barrios populares de Rosario es imposible de ver sin estar atravesada por la falta de trabajo y por una organización delictiva que termina siendo la última alternativa” O sea: la democracia se ha convertido en una fábrica de empobrecidos para los cuales el delito es apenas una forma de trabajo. Simplemente porque no hay otros.
Por lo tanto, el cuarto poder, el Policial, encuentra la razón de su vida. Algunos llaman a esto seguridad. La primera hipótesis la hemos denominado “coscorrón de estado”. Y establecimos como cuarto poder al Poder Policial. Producto del gradual y persistente proceso de autonomía política y financiera de ese Poder. Todas las concesiones realizadas por el gobernador de la Provincia son un tiro en los pies. Tan sólo porque llegan el día después. Hubiera sido una semana antes, otro gallo y otra gallina cantaría.

La segunda hipótesis a desarrollar es que el Poder Policial sigue evolucionando y está por auto engendrarse en un Estado Policial. Y como no soy profeta, ni siquiera en mi maceta, ese Estado Policial ya está constituido.

La valiente denuncia de la Gremial de Abogados y Abogadas sobre el asesinato de dos niñas argentinas en Paraguay son para mí evidencia suficiente que Estado Nacional y el Estado Policial han formado hace décadas una siniestra pareja.

Nuestro desafío desde las izquierdas: ¿Qué hacer para reprimir al represor? Como canta Silvio Rodríguez: “nos va la vida en ello”.