Por Mónica Arancibia y Lucía Ortega / Izquierda Diario.- La Asociación Empresaria Argentina, que reúne a los principales empresarios del país, cuestionó el proyecto de renta inesperada y la suba de impuestos, volvió a reclamar por más ajuste e hizo una defensa del capitalismo. ¿El capitalismo es el único sistema posible como dicen los grandes empresarios? Un repaso de los principales debates de la cumbre empresarial.
A los 20 años de su fundación en plena crisis de 2002, la Asociación Empresaria Argentina celebró su encuentro anual cuestionando los impuestos y pidiendo por «reglas de juego claras» para sus negocios. Con los dientes afilados, esgrimieron una defensa acérrima del capitalismo frente a lo que presentaron como socialismo y comunismo.
Uno de los que hizo un ataque a esta última idea fue Federico Braun, el mismo que hizo reír al resto de los empresarios al decir que remarcaba precios ante la inflación. El dueño de La Anónima mostró su ignorancia al afirmar que en Argentina «hay una mezcla entre capitalismo y comunismo», intentando asociar comunismo con cualquier forma de estatismo, cuando de lo que se trata, según el pensamiento de Marx, es que el conjunto de los medios de producción (herramientas, fábricas, tierras) estén en mano de productores libremente asociados.
La cruzada de los CEO contra el impuesto a la “renta inesperada”
Con un mensaje grabado, el presidente Alberto Fernández abrió el encuentro con un “llamado”: “Espero contar con los empresarios”, en alusión con al proyecto de cobrar un tributo a la “renta inesperada”, a pocas horas de que el mismo ingrese al Congreso. Para ello, el presidente afirmó que les “está costando mucho terminar con la desigualdad”, sin dejar de invocar la dupla “herencia macrista y pandemia” como base de los impedimentos en este supuesto objetivo. También apeló al contexto inflacionario “que se potencia por una guerra que se ha desatado en el norte”. “Esta es una oportunidad que tiene la Argentina”, sentenció.
El impuesto a la “renta inesperada” afectaría solamente a unas 350 empresas, que informaron ganancias netas superiores a los $ 1.000 millones, entre otras condiciones, con una alícuota del 15% sobre las mismas, además del impuesto a las ganancias. ¿Qué se hará con esos recursos? Sin conocerse aún la letra chica del proyecto, se espera que no tengan una asignación específica. Por lo tanto, el Gobierno lo utilizará para achicar el déficit fiscal, acercando el resultado a las metas que exige el FMI para garantizar los pagos de la deuda externa.
La respuesta y el llanto empresario no se hizo esperar. “No solo suben los impuestos distorsivos sino también ahora uno confiscatorio”, dijo Héctor Magnetto, en relación a la renta inesperada. El titular del grupo Clarín estuvo en el primer panel junto a Alberto Hojman (BGH) y Luis Pagani (Arcor).
Más tarde, Martín Guzmán volvió sobre la cuestión y defendió el proyecto del Ejecutivo planteando que permitirá que el país «progrese sobre bases de equidad» y defendiendo el rol del Estado como “fundamental para generar condiciones de mayor dinamismo para el sector privado”. Curiosa equidad la de Guzmán, quien estando frente a los empresarios que amasan fortunas sobre la base de la suba de precios que deteriora los ingresos de los asalariados y sectores populares, sigue sin definir ninguna medida antiinflacionaria que afecte los intereses de las patronales.
«Renta inesperada no es un nuevo impuesto. Es una sobre alícuota de un año en un contexto de guerra en Ucrania que ha generado un gran problema distributivo en todo el mundo», respondió el ministro, intentando calmar a los empresarios. .
«Reglas del juego claras (y con la cancha inclinada)»
Más en general, los empresarios volvieron a reclamar por un supuesto sistema impositivo que los ahoga: “Pagamos más de 160 impuestos, esto desalienta la inversión”, reclamaron. Algo que, sin embargo, ni siquiera pudieron sostener en la reunión. Esto, mientras ocultan que la mayor parte de la recaudación del Estado recae en impuestos regresivos que pagan los trabajadores, como el IVA.
Se escuchó también que “les corren el arco”. «Las reglas de juego de por sí son claras», dijo Carlos Miguens, del grupo Techint. Y reclamó: «No las quiero claras, las quiero consistentes en el tiempo. No las cambien a cada rato y cumplan con lo que dicen».
«Si no las pueden cambiar, dejen las cosas como están», reclamó Carlos Migoya, fundador de Globant, uno de los “unicornios” argentinos. No dijo lo mismo su dueño cuando el Gobierno le quitó las retenciones a las exportaciones de servicios en septiembre del año pasado.
Guzmán respondió con su mismo idioma: “El Estado tiene una responsabilidad en la construcción de reglas de juego para una sociedad que progrese”.
Los empresarios quieren pagar menos impuestos, pero que el Estado reduzca el déficit fiscal sobre la base de más ajuste del gasto público que recae sobre los sectores populares. Es este el objetivo de atribuir la inflación a un problema de “gasto fiscal”, quitándose responsabilidades como principales remarcadores de precios para sostener sus ganancias.
Rocca defendió su negocio con el gasoducto Néstor Kirchner
Un discurso esperado era el de Paolo Rocca, tras la salida del exministro Matías Kulfas sobre la licitación del gasoducto de Vaca Muerta. Tanto el jefe del Grupo Techint como el ministro Guzmán defendieron la adjudicación de los materiales para esa obra.
Rocca afirmó que “no hubo corrupción ni direccionamiento del pliego”. Por su parte, el ministro de Economía dijo que las especificidades técnicas respondían a “las necesidades que tiene la Argentina”, en referencia a que el Gobierno quiere avanzar en la construcción del gasoducto.
El empresario “miserable” -como alguna vez lo llamara el mismo Alberto Fernández- se benefició por décadas de los negocios con el Estado, fue premiado con estatización de la deuda en la dictadura, obra pública privilegiada, y participó en las privatizaciones como en Entel, a través de Telefónica y se quedó con Somisa. Ahora sigue haciendo negocios de la misma manera.
Capitalismo: ¿único modelo posible?
Otro eje que rondó los debates en la reunión de AEA fue la defensa abierta del capitalismo como sistema social. El empresario Federico Braun, presidente de La Anónima, además de su confesión de “remarcar precios todos los días”, señaló que «la Argentina no tiene un rumbo claro” e hizo una defensa del sistema burgués, afirmando “el único modelo es el capitalista. El socialismo tuvo un fracaso estrepitoso».
En el mismo sentido, Héctor Magnetto, el CEO del Grupo Clarín y uno de los fundadores de AEA en plena crisis de 2002, defendió la democracia capitalista, y sostuvo que “el nuevo escenario mundial nos muestra algunas hendijas en la demanda de energía y alimentos. Para recomponer la credibilidad interna y externa, debemos demostrarnos que podemos ser una democracia capitalista confiable”.
Los empresarios usaron el encuentro para hacer hincapié en la defensa del capitalismo, un sistema que preserva las ganancias de una ínfima minoría mientras hunde a las grandes mayorías en la pobreza.
Tras la caída de la Unión Soviética y la desintegración de los regímenes estalinistas de Europa del Este, se lanzó una furiosa propaganda capitalista contra el mal denominado “socialismo real”. Esos Estados burocráticos, marcados por el totalitarismo, habían ensuciado el nombre del comunismo a lo largo de gran parte del siglo XX. La gran burguesía de todo el mundo utilizó esos ejemplos para atacar y demonizar las verdaderas ideas comunistas y toda perspectiva de cambio social revolucionario.
Pero las propias contradicciones del sistema capitalista, como las crisis recurrentes o las guerras, muestran la urgencia de pelear por terminar con este sistema. El capitalismo es una máquina de guerras, crisis y desigualdad, donde los 10 hombres más ricos poseen más riqueza que el 40 % más pobre de la humanidad. Donde 573 personas se convirtieron en milmillonarias durante la pandemia, mientras este año se espera que 263 millones de personas más se vean sumidas en la pobreza extrema, según un informe de la ONG Oxfam. Esto no es un “accidente”: el incremento de la desigualdad está enraizado en los mecanismos fundamentales que rigen al capitalismo global. Además, el covid-19 y otros brotes pandémicos mostraron como la producción capitalista está detrás de estos desastres. El capitalismo destruye el planeta.
La irracionalidad del capitalismo se hace evidente a cada momento. Con los actuales desarrollos de la ciencia y la tecnología se podría disminuir el tiempo de trabajo al mínimo trabajo indispensable, garantizando una mejor vida para las grandes mayorías del planeta. Pero el capitalismo es incapaz de generalizar los avances de la técnica. Esos desarrollos, bajo la propiedad privada burguesa, terminan en mayores avances en la explotación de la clase trabajadora.
Las crisis recurrentes; la pandemia del coronavirus de alcance mundial relacionada con las formas de producción bajo el capitalismo -con consecuencias terribles sobre la clase trabajadora-; la guerra en Ucrania son solo algunos hechos que ponen en cuestión este sistema social. Hay que pelear por poner fin al capitalismo, un sistema que destruye la naturaleza y somete a toda la humanidad.
Otra alternativa es posible: luchar por un Gobierno de los trabajadores que democráticamente planifique la producción en interés de los intereses de las mayorías e inicie la transición al socialismo, lo cual empieza a nivel nacional pero necesariamente debe extenderse a nivel internacional. En una sociedad así, que debe surgir de la movilización revolucionaria de masas, sería posible satisfacer crecientemente las necesidades de la población trabajadora, avanzando en el camino de una sociedad comunista. Esta última, como escribió Karl Marx, será una sociedad de productores libres asociados que, aprovechando las ventajas del desarrollo técnico, permitan que el trabajo represente solo una parte de las ocupaciones de los seres humanos. Una sociedad que permita a todas las personas el tiempo libre para dedicarse a la ciencia, al arte, a la cultura, permitiendo el desarrollo de todas las capacidades humanas al mismo tiempo que se establece una relación más armónica con la naturaleza.
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