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La familia de Dante nos recibe en la vivienda. Madre, abuela, abuelo y tío, irán componiendo la vida del joven de 21 años de edad que fue asesinado en el barrio 18 de Julio, Cuartel V. El duelo tal vez no haya comenzando porque la conmoción se percibe en los silencios, en llantos sujetados al legado de Dante, tan presente, tan vital.

Superó una enfermedad que se asocia con la muerte pero cuando la parca ingresó en modo de pandemia a las comunidades salía a acompañar, ayudar y sostener a las familias. En esa trascendencia Juana, su madre, apoya la memoria y la fe al considerar que «habrá un antes y un después del crimen de su hijo».

En la reflexión que emerge de las vísceras, clava una pregunta eficazmente social, ¿por qué un pibe que vuelve de la escuela no puede caminar seguro hasta su casa, como para despejarse de un largo día? De la solidaridad, de la despedida con globos blancos y hasta el encuentro con el Secretario de Seguridad municipal, Juana mantiene una línea que no pasará nunca: justicia y seguridad, reclamos respetuosos para quienes tienen la responsabilidad de garantizar esos derechos.

La abuela de Dante afronta la pérdida existencial de su nieto, aquel que sabía acariciarla cuando los dolores se hacían carne en su cuerpo.

El abuelo recuerda que Dante le explicó el valor de querer trabajar sin dejar el estudio, porque el «mañana le depararía no solo un futuro sino la profesión, ser alguien distinto, preservando su espíritu de inmensa libertad.

El tío describe postales de la infancia de Dante, de una adolescencia marcada por la conducta y los mensajes cargados de símbolos que enseñan: