Por Eduardo Sartelli / Fuente: Facebook.- No quería escribir sobre el tema, pero me cansé de la tontería y la demagogia.
En mi vida, de chico, aprendí a practicar muchos deportes (fútbol, voley, basket, handball, rugby, paddle, lanzamiento, hasta hice un par de tiros de golf), la mayoría de ellos, razonablemente mal, el resto, realmente mal. Lo que mejor hago es pescar, aunque no sé si eso vale como «deporte». Desde la niñez a la adolescencia fui fanático del boxeo, una herencia familiar, hasta que me di cuenta de que la destrucción física de un ser humano no califica como «deporte».
Me gusta jugar, no me gusta mirar, aunque cada tanto lo hago. Sólo me intereso por el fútbol cuando juega Boca y, de vez en cuando, la selección. Suelo prestar atención a la Champions o al mundial porque a veces, a veces, se puede ver a gente que sabe jugar de verdad y despliega un espectáculo que, como toda actividad deportiva, es una mezcla de arte y estrategia. Ya está. El deporte es para practicarlo, no para verlo.
Desde hace tiempo que no lo puedo hacer, por el estilo de vida que llevo, entre otras cosas, y lo estoy pagando de más de una manera. No tengo conocimientos deportivos mayores que los que puedo desplegar en una cancha, lo que significa poco y nada. Me engancho en polémicas estúpidas solo por diversión.
No me molesta la gente que «sabe» de fútbol (o de cualquier cosa por el estilo) si ese «saber» es conocimiento de táctica y estrategia, de capacidad para apreciar la plasticidad creativa de un cuerpo en movimiento. Perfecto. Pero el fútbol (que, para mí, es el deporte más completo, por encima de cualquier otro, por razones que no vienen al caso y que seguramente no sean demasiado correctas) es solamente eso: una actividad lúdica en la que 22 personas corren detrás de un cuero inflado.
Y si hablamos del fútbol profesional, normalmente se trata de millonarios a los que tu vida les importa un carajo. No hay «héroes» en ese mundo. «Héroe» es otra cosa. De chico leí en una enciclopedia algo de las vidas de Albert Schweitzer y Giordano Bruno. Ahí, a los nueve o diez años, forjé mi idea de lo que es un «héroe». Héroes son los que protagonizaron el alzamiento del gueto de Varsovia; héroes son los palestinos que enfrentan tanques a cascotazos; héroe es Santucho; héroes son las y los médicos, enfermeros y enfermeras, que se pasaron y todavía pasan meses con trajes de astronauta atendiendo a gente que se les muere entre los brazos; héroe es otra cosa, no un jugador de fútbol millonario de cuyas miserias morales y oportunismos políticos varios no me interesa hablar.
Maradona no venció «a los piratas», con los «piratas» perdimos. Perdimos entre el barro y la turba. En esa mezcla sanguinolenta quedaron enterrados muchos cuerpos de jóvenes que estaban allí, precisamente, porque no eran millonarios y no jugaban en la selección. Jóvenes que, muy probablemente, no solo no hubieran elegido estar allí, sino tampoco hubieran elegido matar y hacerse matar por quienes no eran ni son «piratas», sino seres humanos desconocidos sometidos a las mismas lógicas de la sociedad capitalista para gloria y loor de las burguesías que someten a ambos.
No se murió un «héroe». Se murió un señor millonario que sabía manejar un cuero inflado con su pie izquierdo. Ni siquiera se si era «el mejor de todos los tiempos» en una actividad, en el fondo, tan banal como esa y donde las comparaciones son virtualmente imposibles, habida cuenta el cambio de circunstancias, variables, condiciones, épocas históricas, etc. Eso es todo: millonarios y cueros inflados. Lo demás es brutalidad y polítiquería.
Por unos días la Argentina será una fiesta necrofílica, Alberto acariciará el cajón para la foto, y todos se harán buenos y dignos dignificando a un muerto que de la virtud de la dignidad carecía mucho más que la media. No soy perfecto ni tengo el alma pura, pero cualquiera de los mortales promedio de este mundo ha hecho más por la humanidad que Maradona. Si Maradona (o Messi, o Ginobili o cualquier otro) significa mucho en tu vida, revisá tu vida. Algo anda mal. No jodamos.
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