Por Rolando Astarita / Fuente: Blog del autor – El 20 de mayo pasado el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 6 dictó sentencia y condenó a seis ex miembros del Centro Clandestino de Detención y Tortura “Superintendencia de Seguridad Federal” (CCDT – SSF; también conocido como Coordinación Federal) por delitos consistentes en privación ilegal de la libertad, tormentos y amenazas, y homicidios agravados por alevosía.
Dado que entre el 3 y el 27 de agosto de 1976 estuve secuestrado, junto a Eddie Barrionuevo, en ese centro, ambos fuimos testigos del juicio. Años antes había prestado testimonio en la causa por la llamada masacre de Fátima. La misma se refiere a que en la noche del 19 al 20 de agosto de 1976 10 compañeras y 20 compañeros que estaban con nosotros fueron asesinados y sus cuerpos dinamitados en la localidad de Fátima, provincia de Buenos Aires. El 18 de julio de 2008 el Tribunal Oral Nº 5 condenó a los policías retirados Juan Carlos Lapuyole y Carlos Gallone por privación ilegítima de libertad y homicidio calificado por alevosía contra los 30 compañeros.
En lo que sigue transcribo la parte de la reciente sentencia que registra los testimonios de Eddie y mío sobre lo que ocurrió en Coordinación Federal. Sitio en el que volví a estar detenido en junio de 1982. Siento que es una forma de homenajear a tantos compañeros desaparecidos, con los que compartí aquellos días terribles.
Pasajes de la sentencia
“Se tiene por acreditado legalmente que, el 3 de agosto de 1976 entre las 22.00 y 22.30 horas, Rolando Héctor Jesús Astarita y Eddie Barrionuevo fueron privados ilegítimamente de su libertad por un grupo de cuatro a cinco sujetos armados que vestían de civil, en el departamento situado en la calle Álvarez Jonte al 300 de la localidad de Ramos Mejía, Provincia de Buenos Aires, lugar donde fueron maniatados y tabicados. A continuación, las víctimas fueron transportadas a bordo de un automóvil hasta el CCD “Coordinación Federal”, donde además las torturaron y sometieron a condiciones inhumanas de detención hasta que fueron liberadas el 27 de agosto de aquel año.
La manera en que se produjo la detención de los nombrados, así como las crueldades que sufrieron durante sus encierros, pudo ser reconstruida a partir de los testimonios prestados por ambos damnificados durante el debate oral y público.
Así contó Barrionuevo que en el día mencionado se encontraba en el departamento de su amigo Astarita, cuando de repente “…irrumpieron dos personas de civil, vestidas con unas camperas negras, me golpearon, me tiraron al suelo, me amarraron a una silla y empezaron a revolver el departamento…”.
Por su parte, Astarita refirió que “…llegué ese día a mi casa tarde, creo que habrá sido a las 10, 10:30 de la noche, y cuando abro la puerta encuentro que había gente de civil, que me estaban apuntando con una pistola y me dicen “Queda detenido”, bueno, y lo veo a mi amigo Eddie que ya estaba encapuchado y atado a una silla…”.
Ambos manifestaron haber sido maniatados y encapuchados para ser luego trasladados al centro de detención mencionado. Y en este punto, Astarita fue contundente al señalar: “…y ahí diviso, insisto porque se traslucía bastante la capucha, diviso un playón y bueno, después cuando estuve en libertad yo pasé varias veces por ese playón y lo reconocía que era el playón que está en Superintendencia…”.
Asimismo, indicaron que a los pocos minutos de haber arribado al CCD fueron salvajemente golpeados y torturados, incluso con la presencia de un médico quien controlaba la situación. Así lo detalló Astarita: “…yo en algún momento era como que perdía conocimiento. No, no conocimiento, sino que no sentía nada, eran como bajones, y el médico los tranquilizaba y decía “Sigan, sigan. Es un bajón. Pueden seguir”. Creo que perdí el conocimiento… No… insisto, no pérdida de conocimiento sino como una situación de no sentir. Tres veces, dos o tres veces, creo que fueron tres veces. Y después, entonces apelaron a golpearme con un fierro en los testículos, permanentemente…”.
Por su parte, Barrionuevo afirmó que lo llevaron a un lugar donde se encontraban otros prisioneros donde “…la mayoría estaban todos tirados, sentados en el suelo. Había olor a mugre de la gente que estaba ahí, había gente muy golpeada, por los quejidos, y cuando entré en ese lugar que eran como las 12:30 o una menos cuarto, estaban torturando a alguien al lado, enfrente, o al lado. Al lado, se sentían bien las torturas. Golpes y sentía los pedidos de auxilio de los que estaban torturando…”.
Y sobre esta cuestión, Astarita recordó haber sido conducido a una de las celdas individuales llamadas “tubo” donde no podía ni tomar agua como consecuencia de las descargas eléctricas sufridas.
Ambos relataron los distintos métodos que los guardias utilizaban para humillarlos, torturarlos e interrogarlos, y aseveraron que durante su permanencia perdieron muchos kilos porque la comida era escasa. Los dos concluyeron en que las condiciones de detención eran miserables y que hasta el frío era torturador:
“…Nosotros, por supuesto, perdíamos el sentido del olfato ahí, digamos, de esto. En todos esos días no hubo el menor baño ni nada por el estilo. De todas maneras, entre los dolores, los gritos, el temor a que… había un temor permanente a que en cada momento te vinieran a buscar también y volvieran las torturas y el hambre, el no bañarse era…“; “…Esto era agosto, hacía frío y nos habían sacado las mantas, no había mantas. Dormíamos en el piso, y la manera de combatir el frío era dormir unos al lado de los otros, abrazados, con lo cual tenías frío en la parte superior del cuerpo y los dos de los extremos sufrían, la noche que te tocaba en los extremos sufrías mucho frío…”.
Cabe recalcar que también hicieron alusión al hecho de haber presenciado el día en que ocurrió el traslado de detenidos que luego fueran víctimas de los homicidios conocida como la Masacre de Fátima y precisaron que habían sido llamados cada uno por su nombre y puestos en fila. Además, mencionaron haber mantenido cierto contacto con otros detenidos como Marcela Coronel, Roberto Elizondo y Guillermo López “… un día traen a una chica a la cual la habían torturado pero de una manera salvaje, brutal. Estaba destrozada. Ella me dice que se llamaba Marcela Coronel, eso lo recuerdo muy bien, y me pidió que la matara. Yo no lo pude hacer, no sabía tampoco cómo matar a alguien…“;
“… Roberto Elizondo era conscripto de Aeronáutica, había sido secuestrado, y es uno de los que se llevan la noche de la masacre de Fátima, digamos, la noche que precede a la masacre de Fátima…”; “Guillermo fue muy torturado, yo creo que Guillermo habrán sido como cuatro o cinco sesiones de tortura. Había sido muy torturado. Ahora, cuando yo llegué, ya a él lo habían torturado…”.
En lo atinente a sus inclinaciones políticas de la época, los damnificados afirmaron haber pertenecido al Partido Socialista de los Trabajadores.
En sus relatos, Astarita y Barrionuevo, respectivamente, resaltaron las implicancias que todo aquello les produjo: “…me dejaron secuelas. Por ejemplo, esto fue revisado por un médico, yo tengo escasa movilidad en los espermatozoides. Un médico especialista me dijo “Esto se debe a los golpes”.
Quiero decir también que han pasado 43 años y creo que no hubo día, en estos 43 años, que yo en algún momento no haya recordado, o se me haya pasado por la cabeza lo que sucedió, lo que vi. El sufrimiento de la gente. Creo que incluso había uno de los personajes ahí que entraba a la celda individual de una chica, de una compañera, y se escuchaban expresiones de tipo diríamos, entre comillas, amorosos. Yo eso solamente lo puedo leer como una violación, por las condiciones en que estaba esa compañera…”;
“…yo después fui a un psicólogo, y después me atendió un psiquiatra, y de mi vida, la preocupación era si podía después tener hijos, aparte de las 3 que tenía, de mis tres hijas, por las torturas en los genitales, si me iba a quedar sordo. Me había afectado mucho las encías que yo no podía ir a un dentista, porque cada vez que veía un dentista y veía la luz que me iluminaba no quería saber más nada…”
Vale mencionar que, al regresar al país en el año 1982, Astarita volvió a ser detenido y trasladado nuevamente a Coordinación Federal, lugar que, a pesar del tiempo transcurrido, reconoció vehementemente como aquél donde había estado ya en cautiverio “…veo claramente que es Superintendencia, y me llevan al mismo lugar donde había estado secuestrado, eso lo reconocí. A pesar de tener los ojos vendados, etcétera, algo veíamos. A veces nos sacábamos un poco la venda y eso lo veíamos. Estaba todo limpio, pintado, los tubos esos estaban abiertos…”.
Militancia
Hasta aquí, la sentencia. Quiero, de todas formas, terminar reivindicando el compromiso y la militancia que animaba a tantos luchadores en aquellos años. Muy alejado de esos trepadores infinitos de cargos en el Estado y amanuenses del capital, militantes de la “liberación nacional siglo XXI”. Para eso, cierro con un pasaje con el que terminaba una nota que publiqué en 2010, sobre la militancia:
“Es el 22 de agosto de 1976. Estoy secuestrado en Superintendencia, en Capital, con los ojos vendados, con otros compañeros. En la noche del 19 al 20 de agosto los represores habían sacado a muchos compañeros y compañeras, diciéndoles que se iban a un penal. Ya a la tarde del día 21 nos habíamos enterado de que los habían matado a todos, cerca de Luján… De pronto, no sé de dónde vino, me dicen al oído (no podíamos hablar, estábamos tirados en el piso) que haríamos un homenaje a los compañeros caídos, y a todos los luchadores. Consistía en tomarnos de las manos y prometer que seguiríamos la lucha. Lo hicimos. Recuerdo que mi compromiso, asumido en esa vocesita interior a la que tratamos de ser fieles, consistía en seguir resistiendo a la represión para no entregar a ningún compañero. Seguramente, cada cual habrá hecho su propio compromiso. No sé cuál, y tampoco sé con certeza cuántos de los que estuvimos ese día, tomándonos las manos en silencio, estamos con vida al día de hoy. Sé de dos viejos y buenísimos amigos que sí, que estuvieron allí y permanecieron, y permanecen, fieles a aquellas promesas. Pero en cualquier caso, estoy seguro de que ninguno de los que estuvieron ese día en ese sencillo acto se hubiera reconocido en la militancia, oportunista y acomodaticia, que hoy muchos reivindican en estos tiempos de “realismo”. Por aquellos lejanos y oscuros días de agosto de 1976, en esa fría celda de Superintendiencia, nadie pensaba que debíamos pasar aquella prueba para terminar ofreciendo nuestros servicios al capital… Tal vez esto ayude a entender el abismo que me separa de algunos discursos que circulan por estos días”.
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