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Eterno resplandor de una mente sin recuerdos presenta a una pareja separada que, mediante un proceso de borrado de memoria, se han olvidado uno al otro y luego vuelven a conocerse. El trabajo sobre la memoria histórica es la piedra filosofal de la cultura represora. Administrar los recuerdos, colocar en aislamiento político y psicológico obligatorio aquellos que pueden resultar inadecuados para la construcción del alucinatorio político social. Administrar el pasado es tan importante como planificar el futuro. Ambas mercadotécnicas son necesarias para comprimir el presente en una cotidianeidad obediente, mediocre, de esclavos pensadores, de resignados ciudadanos y parroquianos.
Hoy no tienen siquiera un viejo almacén del Paseo Colón donde van los que tienen perdida la fe.
El tango tiene letras que me siguen habitando.
Manipular la memoria es un instrumento preciado de la cultura represora. Me ha pasado varias veces cuando en cursos, charlas, menciono un determinado suceso. El comentario habitual es: “yo en esa época no había nacido”. Recuerdo una respuesta que tuve: “yo el 22 de mayo de 1810 tampoco había nacido pero sé lo que dijo el obispo Lué”. Solo recordar aquello que se vive y sin ninguna información sobre los sucesos de generaciones anteriores.
La advertencia de Marx podría ser neutralizada: “el peso de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Que tiene sinergia con otra advertencia de Sigmund Freud: “ninguna generación tiene la capacidad de ocultar sucesos de importancia a la generación siguiente”. Hay una grieta originada en la guerra cultural que la cultura represora sostiene hace siglos. Lo que denomino “la grieta generacional”. Los militantes y combatientes de ayer nos cuentan sus historias. Sus triunfos, sus derrotas. Y también sus fracasos. Las cuentan. como contó Homero las glorias y las miserias de la guerra de Troya. Y de tantas otras.
La quema de libros, denominada biblioclastía, es una constante de la cultura represora. Porque se quema la memoria de la cual los libros son su cofre más preciado. Desde ya, no se trata de una mente. Se trata de millones de mentes, o sea, de la memoria colectiva. Hay una forma sutil de abolir los recuerdos para que la mente colectiva disfrute de un resplandor vacío. Lo denomino consumismo. Es decir: consumir consumo. Carencia y despilfarro: la siniestra pareja del capitalismo financiero.
El resplandor de la mente (colectiva) sin recuerdos logra que el pornográfico exhibicionismo de los muy pocos que consumen muy mucho, aplaste el sufrimiento de los muy muchos que consumen muy poco. Incluso nada. Necesidades básicas insatisfechas y necesidades suntuarias plenamente satisfechas. Las grietas se multiplican. Hoy queda en evidencia la brecha digital. Un solo celular con tarjeta de este lado de la pantalla, una oferta de 100 megas para estar todos conectados, del otro lado de la pantalla.
El eterno resplandor de un fascismo sin recuerdos nos coloca en un presente continuo. Siempre igual. Y siempre peor. La plenitud de las anécdotas, de las últimas noticias, de los “gastag” más viralizados. Un presente que se expande en la curva del tiempo, arrasa el pasado y obtura el futuro. Es el aquí y ahora. Si pretendés recordar, sos melancólico y te quedaste en la añoranza de las revoluciones pasadas. Si pretendés pensar el futuro, sos apocalíptico, conspiparanoico, profeta de cuarta.
La cultura represora amputa recuerdos y amputa proyectos. Reinado del cortoplacismo más feroz. La foto del día se olvida a la noche. Descubren lo descubierto, inventan lo inventado, escriben lo que ya estaba escrito hace siglos. Un fascismo del que nadie se acuerde asegura su eterno resplandor. Y el fascismo nos habita desde nuestro origen. No importa cómo lo llamemos. Cada época tiene el fascismo que se merece. Y que se puede. Defino el fascismo como el extremo límite de la cultura represora. El mandato, la amenaza, la culpa y el castigo se expresan en su dimensión absoluta. Y en la absoluta voluntad de un rey, un corregidor, un führer, un líder mesiánico, un billonario bruto, un religioso fanatizado.
La sagrada jerarquía es ley de leyes en el fascismo. Sin espacio para los libres pensadores. O sea: sin libres y sin pensadores. Solo esclavos y repetidores. Cuando la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de La Matanza informa que: “Durante el aislamiento social, obligatorio y preventivo, APDH La Matanza, ha realizado un relevamiento de espacios que demandan asistencia alimentaria en La Matanza: Al día de la fecha, hay 26 espacios en nuestro distrito: Comedores y Merenderos Comunitarios que demandan esta asistencia; en los barrios donde priman las changas y los trabajos informales, el hambre se hace más presente ante la imposibilidad de salir a trabajar. En total, estos espacios demandan 4310 bolsones de alimentos, para ser entregados a las familias o para ser utilizados en los comedores”
El hambre es un crimen, como el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo puso en superficie hace más de cuatro décadas. Pero es un crimen planificado, de inusitada crueldad, absoluta impunidad y efectos devastadores sobre varias generaciones. El olvido de millones de niños y niñas hambreados de comida, de amor, de juguetes, de alegría, de esperanzas, es uno de los aspectos siniestras de un fascismo sin recuerdos.
Los recuerdos son memoria saturada de sentimientos. Los billonarios de hoy, las 1000 familias de “garcas” como le gusta decir a un ex secretario de comercio, siguen gozando de todos los artículos de la declaración universal de los privilegios humanos. Texto que escribí en septiembre de 2017.
Hoy seguimos esperando el impuesto a la riqueza. En realidad, como aclaró el banquero cooperativista, no es impuesto: es aporte. Por suerte no dijo “aporte solidario”. Aunque estoy seguro que lo piensa.
Para que todas las formas de fascismo pierdan su resplandor habrá que enfrentarlas con nuestros más profundos recuerdos y nuestra memoria histórica y colectiva. Teniendo siempre presente que cada clase tiene un resplandor diferente. Sigamos construyendo el eterno resplandor de un socialismo con recuerdos.
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