MIRARNOS Y ACTUAR –
Por María Victoria Marchisio (abogada, especialista en Derecho Ambiental) – Poco puede decirse en materia de ambiente que no hayamos dicho o leído ya. No obstante, parece que algo de todo lo que sabemos no termina de encajar como para dar un vuelco en la crisis ambiental que pareciera irse de nuestras manos.
A veces pienso que olvidamos un poco la cuestión ética. Esto de ir al origen de las cosas para darles su justo valor y apreciarlas con la dimensión real que cada cosa debe tener, y actuar en consecuencia. La simple pero no tan sencilla cuestión de entender que la naturaleza –como cada uno de sus elementos- tiene vida propia y un sentido por el cual fueron puestas en la Tierra.
Los hombres y mujeres que habitamos este Planeta nos creemos amos y señores del mundo. Ello implica que todo lo que no sea humano y que nos rodea, está al servicio de la humanidad y no merece un cuidado especial.
¿Cuánta torpeza, verdad? ¿Cómo es posible creer que el animal más elevado de la Tierra, el hombre, el único con capacidad de raciocinio no pueda detenerse a pensar que sin la naturaleza, sin todo aquello que lo rodea y sostiene, no podía vivir? ¿Cómo podemos actuar de modo tan contradictorio?
El antropocentrismo, todo ésto que mencionamos resumidamente, comienza a ser discutido con énfasis y sostenido por los ambientalistas. Pero lucha a diario y con desventaja contra el consumismo que parece imponerse con esta especie de dogma que reza que “para ser hay que tener”.
Para “ser tal cosa hay que tener tales otras”. Ello importa comprar compulsivamente aunque para ello dejemos vida, sólo porque queda bien. Porque queremos las fotos que todos pretenden destacarse entre el grupo de los privilegiados de hoy, en esta era desenfrenada donde no podemos detenernos un segundo porque el tiempo nos impone generar recursos para adquirir otros que en breve desecharemos, agotando los finitos recursos naturales que le arrebatamos a la pobre Pachamama.
Acto seguido, tiramos todo. Volvemos a comprar y nuevamente a tirar y así la basura nos tapa. No tenemos, salvo excepciones, la conciencia y la efectividad –en el mejor de los casos- para optimizar recursos con las 3R´s (Reducir – Reutilizar – Reciclar), y contaminamos de una forma feroz. Y no nos importa, incluso si esa desenfrenada forma de vida nos lleva a necesitar usar barbijos para poder respirar, como sucede en China, el mayor contaminador del mundo que todo fabrica, tiene, vende, compra, importa y tira.
¿Y qué es peor? Qué solo unos pocos egoístas podemos acceder a los beneficios de “tener para ser/pertenecer”. Mientras varios millones en el mundo viven de la contaminación, pero potenciada, y sin poder elegir.
Los pobres, los excluidos, aquellos que no conocen nada por fuera de la vulnerabilidad extrema, incluso a punto tal de pelear por una gota de agua, viven de la basura que nosotros tiramos. Viven sobre la basura o rodeados de ellos porque esas zonas altamente contaminadas son las únicas donde pueden armar algo que se parezca a una vivienda. Trabajan con la basura, la revuelven, la venden y cobran por recogerla y tirarla en un basural ilegal – a cambio de miserables monedas para comer-. E incluso comen de la basura.
No intento ser cruel ni pesimista. De hecho no lo soy en absoluto. Pero tampoco quiero pecar de necia ni negadora. La realidad que cuento y duele existe, y casi que nos rodea aunque intentemos no verla, aunque algunos la quieran esconder.
América Latina no escapa de estos fenómenos que ya nos hicieron olvidar que empezamos mencionando la ética ambiental. No miremos sólo a África, mirémonos. En mi país, Argentina, hace años miramos el norte del país, el más pobre, pero a minutos del Obelisco porteño tenemos el Área Metropolitana (AMBA) invadida de villas y asentamientos donde la indignidad se regocija y la marginalidad y su inseparable contaminación ambiental hacen de las suyas.
Pobreza y contaminación van de la mano. Los lugares más afectados por la contaminación del suelo, agua y aire, por la basura, por vertidos cloacales e industriales sin control, los vertederos a cielo abierto, y otros males, son casi el escenario donde los que no miramos van a vivir.
Y me pregunto ¿Es la pobreza una forma más de contaminación? De los pobres y del ambiente hablamos todos, pero en la práctica, el ambiente está cada vez peor y los pobres cada vez son más. Y empieza aquí un círculo vicioso que parece no tener solución.
Lo peor es que, convencidos muchos de que nada se puede hacer, escogemos una amnesia de supervivencia y nos calzamos unos lentes que excluyen de nuestra visión a los pobres contaminados, y ya. Sin embargo, el problema enfocado de ese modo no se resuelve, empeora.
¿Cómo podemos pretender cambiar sin considerar que la ética debe regir nuestros pasos? Y no lo digo desde una aspiración idealista. Lo digo en el marco como una necesidad imperiosa. Los ciudadanos debemos empezar a tomar conciencia de una vez y por todas. Olvidemos la opulencia excesiva y esos aires de divismo que ejercen una insostenible presión ecológica en la Tierra.
Entendamos que la pobreza sigue siendo un factor fundamental del deterioro ambiental y que los países pobres o en vías de desarrollo normalmente emprenden procesos de crecimiento económico que perjudican a su ambiente. Por ello, quienes habitamos estos lugares, con mayor razón, debemos entender que necesitamos ser ciudadanos éticos a la hora de vivir, para sobrevivir.
La solidaridad para con quienes menos tienen nos hará mejores y no regalando lo que nos sobra, sino tratando de consumir responsablemente para ser una sociedad más justa y equitativa.
Entendamos que las personas con menores ingresos, especialmente aquellas que viven en las grandes ciudades, están expuestas a los desechos tóxicos y a peligrosos productos químicos. Que muchos de nuestros hermanos no tienen más opción que trabajar en condiciones de alta contaminación y son más vulnerables a las catástrofes ambientales.
No caigamos en la posición cómoda de auto-convencernos que sólo los políticos pueden hacer algo. Los políticos surgen del seno de nuestra sociedad. Somos nosotros mismos, los que los elegimos con el voto, los que no les exigimos lo suficiente, los que tal vez nos parezcamos más a ellos de lo que quisiéramos.
Veamos a la pobreza extrema y contaminada como el producto, en cierto modo, de nuestro consumismo irresponsable –entre otros-. Enfoquémonos en la necesidad de incorporar la erradicación de la pobreza en el marco de la protección ambiental y del desarrollo económico sostenible.
Ser ciudadanos responsables y con conciencia ambiental nos ayudará a romper el círculo vicioso de la pobreza y la destrucción del ambiente. Falta más acción para no caer en el nuevo error imperdonable e insostenible de condenar a la pobreza a ser una nueva forma de contaminación que no vemos.
MÁS HISTORIAS
«Si un gobierno definido como popular reprime trabajadores entonces algo estamos haciendo mal»
Suspensión de las PASO: cómo votó cada diputado
La UCR repudió la salida de Argentina de la OMS