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HISTORIAS REALES, DERECHOS HUMANOS –

Instalamos las cámaras mientras la policía a caballo hace un tránsito de rutina. El cielo amenazante, presagio de lo que luego iba a suceder. La salida del barrio La Bibiana II y el ingreso a la tierra que no es gratis, tiene un precio que cada «beneficiaria /o» tendrá que afrontar. El desarme de las casillas y el camión para las mudanzas. Los niños /as duermen la primer noche bajo un «nylon». Algunas pertenencias se rompen o se pierden. Tienen la seguridad de la tierra pero, dice María, «las casillas que se proveen son para los esenciales». Esa llegada también representó un «conflicto» con los habitantes consolidados. La Municipalidad asistió con una «vianda de comida», mientras que las mujeres que habían construido un grupo en La Bibiana II buscan rescatar una «olla» para compartir lo escaso.

«El acceso al colectivo está a más de veinte cuadras, esto genera un gran problema a quienes queremos salir a trabajar, yo soy vendedora ambulante y tengo que salir con mis cuatro hijos», explica María.

La historia de Tomasa. Relata que «en ningún momento le dijeron que debía compartir el lote con otra persona. Estoy más tranquila aquí pero lo que extraño de La Bibiana es la ruta, el colectivo. Acá tengo que caminar mucho para llegar a la avenida, me duelen los pies, me cuesta mucho llegar. Cuando llegué aquí tenía una casilla viejita, pero para este lugar me dieron tres chapas y unos tirantes».

Un joven se acerca al punto de grabación. Exhala y expulsa el dolor de sobrevivir: «Hoy me levanté con 20 pesos en el bolsillo. Mi señora está embarazada de ocho meses y medio. Les dije a ellos (el Municipio) que está todo mal porque no puedo conseguir un poco de pan para que mi señora pueda comer algo. Acá no puedo trabajar, allá (en la Bibiana) por lo menos estaba cerca de un semáforo y laburaba. Nos trajeron acá, nos dieron dos chapas y se fueron. Yo le agradezco mucho lo que me dieron, pero necesitamos comer».