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Por Silvana Melo y Claudia Rafael

(Agencia Pelota de Trapo).- El covid19 serpentea y amenaza su pico con focos de clase. Ataca con furia a los frágiles, a los hacinados, a los apiñados por el sistema en barrios populosos de donde están condenados a no salir. Presos en las cárceles a cielo abierto, en los guetos donde no entra el afuera: ni la ambulancia ni el agua. Ni la cañería de aysa ni la dignidad de una democracia de cartón que nunca transforma la vida de los confinados. Cuando el coronavirus llegó a Ezeiza y bajó en las maletas de los repatriados europeos, miles de viajeros demudados fueron aislados en hoteles porteños con kits de termómetros y paracetamoles. Cuando entró al barrio Mugica (en la villa 31), donde no hay agua en las canillas desde julio del año pasado, donde el hacinamiento fue mensajero desde el principio de un estallido después del caso 0, donde hay hambre y sed y una situación sanitaria crítica, cuando el covid19 entró en el barrio Mugica no hubo aislamiento para los villeros. Sino una barrida hacia dentro para que no salieran.

No hubo hoteles –a pesar de que están vacíos-, no hubo lugares amplios en el lujoso edificio del Ministerio de Educación, vecino de la miseria, vacío de cuarentena. No hubo lugar en los 800 departamentos de la containera, nunca ocupada, frente al Ministerio. No. Todos adentro, encarcelados y solos. Condenados a ser el foco de contagio feroz en la ciudad. La cárcel de los desgraciados.

Ramona es una imagen entronizada en la tragedia. Es una cara y una voz en sesenta mil. Es la estampa en el altar de esta desgracia.

La Villa 31 atravesó la historia entera de un país reconcentrado en la capital, desde los días en que Uriburu inauguraba un siglo de dictaduras. Como una cabalgata imparable la villa creció hasta este presente de 60.000 habitantes que ebullen sin tiempo. Y se multiplicó con un énfasis obsceno durante las últimas décadas de una democracia, que mostró su fracaso absoluto para igualar las vidas de quienes fatigan sus arterias angostas y sus construcciones cada vez más en alto. Porque a lo ancho ya se derraman por territorios prohibidos. “Apenas a 19 cuadras del Cabildo de la Nación que declaró la libertad. Desde 1813 cantamos ´ved en trono a la noble igualdad´. De qué noble igualdad nos hablan”, decía Osvaldo Bayer a esta agencia en 2012 hablando de la villa de Retiro.

Un año más tarde, durante su campaña a senadora, Gabriela Michetti hablaba con Mirtha Legrand: “la villa 31 es el único lugar de las villas que es muy difícil transformar en un barrio, entonces mi sensación es que hay que hacer la regularización dominial para que cada persona tenga su casa y su propia escritura”. Los 60 mil vecinos, atrapados hoy en un caldo de virus, hambre, sed y abandono, llevan además sobre sus espaldas la culpa de no permitir explosivos negocios inmobiliarios en terrenos super valuados. Michetti apelaba a la sinceridad brutal: “esos terrenos son muy apetitosos para el sector privado y el sector inmobiliario” que “compraría esos lugares” y entonces “la gente”, es decir, los habitantes de la villa, “puede comprarse con ese dinero una casa en la ciudad o cualquier otro lugar”. Para que esas 45 hectáreas espectaculares “puedan integrarse al puerto o hacer un sector de barrios para clase media”.

Una cárcel de pobres a escasos metros de la terminal de ómnibus y de la de trenes de Retiro. A pasos de dos cabeceras de subterráneos. A minutos del puerto de cruceros. A 300 metros del hotel Sheraton. A 30 cuadras del Teatro Colón y a unas 40 de la Casa Rosada y de Puerto Madero.

Históricamente buscaron cercarla. Setenta años de vida y de poda de cualquier brote de dignidad. Ante el fracaso de los planes de la dictadura por desaparecerla de los mapas, se la quiso aplastar con la autopista Illia y la villa se las arregló para sortear su peso y crecer hacia los lados. Se construyó “la containera”, una mole de 1200 departamentos hechos con containers detrás de la sede del ministerio de Educación porteño, inaugurado hace escasos tres meses.

No es menor el detalle en este contexto. A inicios de febrero se cortaron las cintas para abrir formalmente las puertas al funcionamiento diario de este edificio de 26.000 metros cuadrados distribuidos en siete pisos y planta baja, dos subsuelos, con estacionamiento para 124 vehículos, salón de usos múltiples y auditorio para 200 personas. Que implican 2400 puestos de trabajo. Que consumen agua, electricidad, gas mientras la villa tiene problemas de agua sostenidos desde hace diez meses y presión escasa desde hace más de ocho años.

Los archivos desnudan impudicias y dejan sin ropajes a cada uno de los referentes del poder político y socioeconómico. En discursos de campaña de 2003 de Mauricio Macri, el ex presidente plasmaba su deseo de que el actual territorio de la villa se transformara en un paseo exclusivo.

El resto, sin la honestidad impiadosa de la ideología, lo ha practicado con rostro enmascarado. Pero no hay inocencias en el escenario de la tragedia. No hay ángeles. No los hay en 70 años de historia, de hacinamiento, de guetificación planificada.

Hoy está Ramona para ponerle rostro a la tragedia. Para ser la foto de este tiempo. Para ser la estampa del altar en esta misa feroz. Donde se pedirá una salvación que si no es para todos no será para nadie.