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Hay un concepto que se utiliza de forma recurrente en el feminismo y es el de la «interseccionalidad», un término creado en 1989 por Kimberlé Williams Crenshaw (académica y profesora estadounidense especializada en el campo de la teoría crítica de la raza) para expresar “el fenómeno por el cual cada individuo sufre opresión u ostenta privilegio en base a su pertenencia a múltiples categorías sociales”.

Las mujeres de la toma del CIC de la Bibiana son madres, conurbanas, latinas, desocupadas y pobres. Este lente de la “interseccionalidad” permite que la superposición entre las identidades de raza, sexo, clase, sexualidad, entre otras, se incorpore completamente en el análisis estructural.

Son estas mujeres, con sus historias de lucha en Argentina y otros países hermanos el corazón de una toma de tierras que desnuda las condiciones de la desigualdad.

POBREZA ESTRUCTURAL

Mientras tanto, en los noticieros aparecen hombres y mujeres bien vestides hablando de “POBREZA” un término que parece conmoverles y preocuparles. Allí están, contando de lejos, sin sentir lo que implica, lo que representa en la vida de millones de hombres, mujeres y niños.

Dicen a lo lejos con cara de preocupación: “Argentina tiene un “40,9% de pobreza, unas 18,5 millones de personas afectadas” y agregan “56,3% de chicos de hasta 14 años está en la pobreza, es decir, 6,1 millones en todo el país”. Luego con distancia de algunos minutos, reclaman mayor mano dura para situaciones que son resultado de años de desigualdad, mostrando un claro desinterés por determinar causa y consecuencia.

Las mujeres de la Bibiana II tienen marcado en sus cuerpos años de abandono, desigualdad e injusticias. Conocen de promesas tanto de parejas como de políticos. Ellas ya no piden permiso para “VIVIR CON DIGNIDAD”. Ya en sus cuerpos hay una energía que las recorre, que les hace sentir que tienen derechos: en primer lugar a vivir y luego a comer, un techo, educación, salud y trabajo. Ejes básicos de la justicia social.

La autocrítica de la dirigencia debe nacer/surgir en algún momento para entender que algo no funcionó; o bien estuvo excelentemente organizado para que llegara a esta situación. Si lo miramos desde esta óptica: ¿Quiénes son los responsables de las tomas? ¿Las familias? ¿Estas mujeres? ¿O la dirigencia política que no crea verdaderas políticas de hábitat para los sectores vulnerables?

Pero en palabras de Eduardo Galeano: “Sueñan los nadies con salir de pobres”. A pesar de todo, la esperanza sigue vigente. Siguen soñando con un pedazo de tierra para vivir. Y esperan (sueñan) que la dirigencia con un poco de empatía les brinde soluciones viables, no para seguir condenándolos a la pobreza sino para hacer práctica lo que predican en los grandes noticieros.

Mientras, la voz de ellas ya no necesita interlocutor, tienen fuerza para pelear por sus derechos y la de sus hijos, porque sueñan que ellos tengan más oportunidades y que en algún momento nadie los señale con el dedo por no resignarse a morir de a poco en manos de la pobreza que denigra y condena lentamente.

EN PRIMERA PERSONA, PERO DE FORMA COLECTIVA


ELIZABETH

Tiene 20 años y un hijo. Su marido hace changuitas para sobrevivir. Elizabeth no terminó el secundario, hoy quiere estudiar y sueña con ser abogada para defender a los que son “víctimas”:

Elizabeth

Las repuestas del Estado no alcanzan, las amenazas del desalojo están cada vez más cerca. El COVID 19 expuso aún con más fuerza lo difícil que es acceder a la salud. Pero Elizabeth con sus 20 años deposita en esa tierra la posibilidad de concretar sus sueños: una tierra para su hijo y poder seguir estudiando:


TOMASA

Las generaciones se abrazan, Latinoamérica las hermana. Tomasa tiene 57 años y una historia de lucha por su familia. Hizo su casita de madera, tiene su pequeña huerta y plantó árboles frutales para que a sus nietos no les falte mandarinas. Ella necesita contar porque está en la Bibiana II:

Tomasa

Las mujeres son, en la gran mayoría de las ocasiones, las encargadas de las tareas de cuidado. La historia de Tomasa es reflejo de eso, primero cuidando a sus hijos, luego a sus nietos y también a su madre, lo cuenta de esta manera:

El miedo es parte de la estrategia disciplinadora del Estado, siempre aparece en los discursos. Pero ellas no tienen miedo al golpe, tienen miedo a estar en la calle:


LIDIA

Tiene 34 años y 9 hijos. Está nerviosa, le tiemblan las manos. Es una energía corporal que mezcla bronca, cansancio e indignación:

Lidia

MARIANA

Tiene 30 años y 4 hijos, se acerca a la asamblea y explica cómo el Estado llega a las familias, también cuenta cómo los niños viven la situación:

Mariana

MAYRA

Tiene 30 años y 4 hijos. El sueño de un lugar para vivir la llevó a comprar un terreno por 30.000 pesos, una estafa, pero ante la necesidad los oportunistas aparecen y se aprovechan de las necesidades de las personas:

Mayra

Las historias personales son reflejo también de los años sin políticas habitacionales que impacten en la población más vulnerable:


VIVIANA

Tiene 36 años, dos hijos. Calculan que el 50 por ciento de las familias está integrado por mamás solas. Ella escapó de la violencia familiar y tiene la fuerza de las mujeres que protegen a sus pichones contra los fuertes vientos. Levantó su casilla, hizo el pozo ciego con sus propias manos, ella colocó las chapas e hizo el contrapiso para protegerlos un poco de la humedad. Tiene la fuerza de una mujer que lucha:

Viviana

IRINA

Se pregunta si la salud es un derecho para todos y expone la situación que padecen con el Centro Integral Comunitario La Bibiana:


Las mujeres siguen allí, haciendo práctica la sororidad, desde la base, con empatía, hacen ronda, reflexionan. Reciben llamados telefónicos, una estrategia del Estado puede ser ofrecerles una “supuesta solución” a las que hablan más, ellas saben que buscan dividirlas. Hicieron red, sienten la fuerza colectiva, esa que asusta al poder.

Cerrando con palabras de Galeano, estas mujeres confrontan con cuerpo y alma «la cultura del terror», esa que golpea desde el seno familiar, pero que cuando se reconoce, se puede empezar a transformar:

“La extorsión, el insulto, la amenaza, el coscorrón, la bofetada, la paliza, el azote, el cuarto oscuro, la ducha helada, el ayuno obligatorio, la comida obligatoria, la prohibición de salir, la prohibición de decir lo que se piensa, la prohibición de hacer lo que se siente y la humillación pública son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo”.