Por Meche Méndez*
Cómo se hace para despedir a un amigo, cuando aún no se puede dejar de lagrimear ni salir del asombro que provoca su irreparable e injusta muerte.
No recuerdo, Damián, exactamente cuándo nos conocimos, más de una década seguro, con la problemática de extractivismos y pueblos fumigados mediante, siempre.
Poco a poco fui comprendiendo que detrás de ese carácter serio y esa cara de “pocos amigos” que dejabas ver, se escondía una persona sensible al extremo, inteligente, comprometida y profesional.
Nos encontramos en infinidad de reuniones, ateneos o charlas, vos siempre compartiendo humildemente saberes desde esa ciencia maravillosa que practicabas, a la que los enemigos no pudieron derribar —por lo exquisita— y los amigos, necesitados de ella, pudieron comprender y ser parte.
Si hay algo que pudiera reclamarte, más allá de nuestras diferencias, era que no tenías freno. En lo personal, en cuidarte, en descansar. Tampoco en lo profesional: siempre intentando hacer algo más por los pueblos que, soltados de la mano de los equipos de salud, deambulan en búsqueda de respuestas y soluciones a sus cuerpos/territorios quebrantados por un modelo extractivo que desde hace casi tres décadas viene experimentando, a sabiendas del daño que producen por su envenenamiento sistemático.
Cómo olvidar que fuiste vos quien me presentaste a Anita Zabaloy, esa maestra fumigada que defendió como una leona a sus alumnos víctimas de los agrotóxicos. Vos, con tu mano extendida, y el trabajo increíble junto a ese maravilloso equipo de Emisa (Espacio Multidisciplinario de Interacción Socio Ambiental) que formaste y que tuve el orgullo y privilegio de acompañar algunas veces, pateaban los barrios afectados e investigaban el daño en el agua, en el aire, en el agua de canilla, de ríos.
De tu ciencia, de tu cabeza dura y de tu compromiso supimos que hasta las toallitas femeninas, los tampones y algodones tenían tóxicos. Viniste a compartir esa investigación terrible por los datos que arrojaba a los ateneos del Hospital Garrahan, pero aunque fuera terrible y debería haber sido un escándalo, a nadie se le movió un pelo. Y viniste no solo una vez al hospital, a donde te invitamos con la Junta Interna de ATE, sino varias veces a poner el cuerpo, y a “bancar la parada” como decimos en el barrio, a apoyar otras charlas porque sabías que con tu sola presencia nos sentíamos más acompañados.
Y hasta presentamos ¿te acordás? una nota del decano de tu Facultad (de la Universidad de La Plata) a la dirección del hospital, poniéndote a disposición para armar un laboratorio de pesquisa de pesticidas en los cuerpos de los pacientes que ayudara a su diagnóstico y tratamiento, pero nunca nadie te (nos) contestó. Así sigue siendo hoy: silencio sobre el tema.
Estabas siempre al límite, lo hablábamos a menudo, a veces a la madrugada, siempre decías que te ibas a cuidar o te estabas cuidando, siempre agradecías y te reías por mi reto para que lo hagas.
Comprendo que es muy difícil parar cuando sabés la gravedad de lo que está ocurriendo, cuando sabés la importancia de tu trabajo, aunque ya a esta altura —también lo hablamos muchas veces— no deberíamos seguir demostrando nada más. Porque los responsables—todos los gobiernos del ’90 para acá— no es que no saben, solo quieren que sigamos perdiendo el tiempo demostrándoles que nos siguen envenenando con su plan de exterminio, mientras la siguen levantando en pala.
Querido Damián, aún sigo sin creer estar escribiendo estas torpes palabras. Desde ayer a la mañana, cuando me enteré de tu partida, también pienso que más allá de las nanas que pudieras tener y no cuidar adecuadamente, tu muerte —como tantas otras— no tenemos a quien cobrárselas, ya que sin duda se precipitan por el estrés de ver pueblos quebrantados que el envenenamiento produce, ahora empeorado por amenazas de recortes, despidos, más precarización y profundización —aún más— de este modelo de muerte. Tal vez tu extrema sensibilidad dijo “basta, hasta acá llego”. No lo sé. Ya no lo sabremos.
Tal vez debamos respetar eso y agradecerte eternamente por todo, todo lo entregado en esta corta pero intensa y valiosa vida.
No soy creyente, ya lo sabías, pero no tengo dudas de que si hay algún lugar a donde esa energía que somos regresa, te encontrará con Anita, con Fabián, con Kily, Antonella y tantos chicos de pueblos fumigados. También con Andrés claro y desde allí nos seguirán guiando para que en tu nombre sigamos luchando por un mundo más justo, donde prime la salud y la vida como vos militaste, no sólo desde la academia, sino desde y junto a las comunidades afectadas.
Te quiero mucho amigo, te admiro, siempre te lo dije y te voy a extrañar montonazo.
Y no hay compañero hoy que al enterarse de tu muerte no haya quedado shockeado y haya sentido la sensación de quedarse más solos.
Descansa al fin, acá seguiremos teniéndote muy presente.
Abrazo a tu familia y gracias por todo.
*Licenciada de Enfermería en el Hospital Garrahan, dentro del cual desde hace años informa y denuncia las consecuencias del modelo agropecuario en la salud de la población.
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